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Espacio de opinión de La Palma Ahora

Sábanas blancas

Elsa López

Sobre las azoteas de sus casas, la buena gente de la isla de La Palma colocó sábanas blancas. Las sábanas se agitaban por el calor y el viento. Como banderas se columpiaban sobre las azoteas mientras el fuego seguía avanzando. Pero ellos las colgaban como señal, como símbolo de que no se iban a rendir, de que no tenían miedo al fuego que se propagaba, que no se iban a marchar; que pensaban hacer frente a las llamas con mangueras y cubos que se pasaban de unos a otros y que iban a permanecer en sus casas protegiéndolas a ellas y a sus animales. Era también una manera distinta de saludar a los aviones y helicópteros que cruzaban sin cesar el cielo de la isla. La voz se fue corriendo de un lado a otro y los vecinos comenzaron a desplegar esas banderas anónimas que saludaban a los que habían venido a apagar las llamas. Los chiquillos escribían mensajes a los pilotos heroicos que pasaban una y otra vez por encima de sus cabezas. “Gracias”, decían. Gracias, sí, por ayudarnos, por defendernos, por darnos esperanzas. Gracias por protegernos en medio de tanto miedo. Gracias por no dejarnos solos.

Las azoteas se llenaron de blanco. Como una negación al horror del fuego, a la catástrofe que el fuego traía consigo. El espíritu de la resignación estaba subido a las azoteas oteando las llamas, escuchando el ruido atronador de los pinos que crujen y aúllan de una forma espantosa cuando arden y que se te va quedando pegado a los oídos y a la memoria y te despierta cuando intentas cerrar los ojos para dar una cabezada agotada por la tensión de horas y horas de esperar lo inevitable. Es el fuego, su marca, su caprichoso destino. Y los vecinos de La Palma que han vivido ese horror permanecerán durante semanas con ese sonido pegado a la almohada. Algunos aún lo tienen grabado desde el incendio anterior. Algunos ya no volverán a escucharlo.

Pero en las azoteas de El Paso, de Fuencaliente, de Mazo y de otros rincones de la isla, las sábanas blancas seguirán ondeando como una voz única. Estamos aquí, miradnos, somos vuestros vecinos, los arropamos y los envolvemos en ellas. Estamos aquí, esta es nuestra casa, en la que vivimos y dormimos. Y también es la vuestra. Porque las sábanas desplegadas en las azoteas, sujetas con pinzas a los tendederos, siempre nos producen esa imagen de alegría. Ellas son como un signo de vida y de prolongación. Ellas dicen, sin palabras, que allí hay gente que se acuesta y se levanta cada día; que allí hay una familia que cada día renace a la ilusión de una nueva jornada. Ya sin fuego. 

Artículo de Elsa López publicado en La Opinión de Tenerife

 

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