El mito de las renovables

Ave muerta cerca de un parque eólico.

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Mucho se escribe sobre las bondades de las renovables pero, ¿qué tiene todo eso de cierto? Realmente, las energías renovables están ahí y no son ni malas ni buenas, existen. Son elementales para la vida y causantes de grandes transformaciones, a veces con efectos desastrosos para nuestra especie. El viento, el movimiento del agua, la radiación del sol, el calor que surge de la tierra y algunas otras fuentes naturales que el humano transforma con tecnología diversa en otros tipos de energía, por ejemplo, eléctrica. 

¿Y las tecnologías para obtener otros tipos de energía mediante la transformación de las renovables, qué ocurre con ellas? Pues ocurre que, como siempre, para su fabricación se requiere de materias primas. 

Se puede afirmar que nos encontramos al final de una era, la del petróleo. Probablemente el elemento con el que la humanidad ha logrado la mayor y más rápida revolución de todos los tiempos. Su ciclo termina, es un recurso finito, se agota, cada vez es menos rentable. Y, evidentemente, hay que buscar un sustituto a este combustible fósil. Comienza la era de las renovables. 

Aerogeneradores, placas termosolares y fotovoltaicas, industrias geotérmicas, baterías… son algunos de los elementos que hemos inventado para esa transformación. ¿Qué tienen en común? Todos se fundamentan en la existencia de las denominadas “tierras raras”, un grupo de minerales que resulta esencial para el desarrollo de toda esta tecnología. 

Las “tierras raras” constituyen la nueva revolución, ya están en todas partes y, como puedes imaginar, llegan de algún lugar. Aparecen en multitud de puntos a lo largo y ancho del planeta. Aunque por ahora su extracción solo es rentable en algunos lugares, su estudio se ha convertido en el motor de multitud de investigaciones. Probablemente ya habrás leído titulares sobre su presencia en Canarias. 

Como cualquier actividad extractivista a gran escala (la demanda de tierras raras es descomunal), causa serias alteraciones ambientales y sociales. Y a día de hoy son cientos de miles de personas las que sufren sus consecuencias de múltiples maneras: abusos de poder, pérdida o degradación del hábitat, enfermedad, conflicto social. 

Un dato llamativo, la extracción masiva de tierras raras para la fabricación de toda la tecnología citada, está causando un aumento muy significativo de las emisiones de CO2 en muchos de los lugares donde se desarrolla esta industria. Cuanto menos, curioso. 

Así que, ¿estamos ante la solución de los grandes cambios ambientales que afectan a nuestro planeta? Rotundamente NO. Sin duda nos encontramos frente a un nuevo problema que tiene la misma raíz que el anterior y tantos otros, consumimos recursos naturales a un ritmo muy superior al que permitiría la pervivencia de nuestra especie de una manera apacible. Al menos mientras las dinámicas naturales lo permitieran.

El caso de Gran Canaria

A nadie le puede pasar inadvertido que en nuestra isla se implantan masivamente parques eólicos y, a partir de ahora, fotovoltaicos. También aquí nos encontramos ante la revolución de las renovables. 

Ya sabemos el impacto que está generando la tecnología para su transformación a escala mundial pero, ¿qué ocurre en la puerta de casa? 

Muy probablemente tendrás alguna idea del impacto directo que generan infraestructuras como los aerogeneradores sobre la avifauna, quirópteros o invertebrados. En Gran Canaria mueren anualmente centenares de aves que colisionan contra sus palas, desaparecen poblaciones enteras en determinadas localidades. Nadie conoce cuál es su verdadero alcance sobre murciélagos e invertebrados. 

¿Esto es todo? Ni mucho menos, eso simplemente es algo de lo que se empieza a hablar, el verdadero desastre es otro. El consumo y destrucción de territorio que supone su implantación masiva solo es comparable con el que causara el boom turístico. La implantación de estos parques implica la fragmentación, degradación y deterioro de hábitats de gran importancia para multitud de especies, entre ellas la nuestra. Nos enfrentamos a un auténtico desastre ambiental. 

¿Y entonces, qué pasa…? Esto no quiere decir que la transformación de las energías renovables sea implícitamente negativa, tampoco lo es el petróleo. La cosa se complica porque somos muchos y consumimos demasiado. El consumo de energía aumenta año tras año y la cantidad de infraestructuras que se pretende es inasumible, insostenible en un territorio frágil y limitado como el nuestro. 

La única solución real a la debacle ambiental que padecemos es el decrecimiento. Consciencia crítica, sensibilidad, ahorro y eficiencia ¿Estamos dispuestos? 

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