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Mujeres y STEM

Esther Pérez Verdú

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El mundo está en plena revolución. La implantación de Internet ha supuesto tal cantidad de cambios en nuestras vidas que hemos modificado nuestros hábitos de conducta y la forma de hacer negocios, entre otras cosas. Esta evolución se debe, en gran medida, a aspectos económicos y, sobre todo, a los logros obtenidos en materia científica y tecnológica. Cuanta más tecnología desarrollemos y más avances científicos consigamos, podremos alcanzar retos cada vez mayores en estas áreas.

Pero toda sociedad que experimenta un cambio tan importante como el que estamos viviendo, debe plantearse cómo afecta en todos sus ámbitos y a todos sus protagonistas. En nuestra transición hacia la sociedad del conocimiento, cabe preguntarse si estamos evolucionando todos por igual, si los adultos están asimilando las nuevas tecnologías igual que los más jóvenes, si los seniors encuentran mayor dificultad y si mujeres y hombres están participando por igual.

Tradicionalmente las mujeres no hemos tenido tanta presencia en la ciencia y en la tecnología como los hombres. La presencia femenina en trabajos relacionados con estos campos es bastante menor y los puestos directivos suelen estar copados por hombres. En Twitter, sin ir más lejos, el 79% de los directivos son hombres.

Encontramos honrosas excepciones en algunas compañías, como Sheryl Sandberg en Facebook o Marissa Mayer en Yahoo, pero son tan difíciles de encontrar que conforman titulares en las noticias. Como Barbara Knickerbocker-Beskind, diseñadora de 91 años que trabaja en Silicon Valley en la creación de productos para personas mayores y que representa una rara avis.

En Silicon Valley, meca de la innovación tecnológica y cuna de las start ups, existe un chiste interno entre los gerentes que llaman la “regla de Dave”. Esta regla dice que para garantizar la paridad en un proyecto, debes tener en el equipo tantas mujeres como hombres llamados Dave. Este “chiste”, que a las mujeres difícilmente puede hacernos gracia, nos da una idea de la escasa presencia femenina en el mundo tecnológico.

Pero si nos fijamos en las que sí están trabajando en este sector eminentemente masculino, el panorama puede ser más desolador si cabe. Y es que, por norma general, las mujeres cobran un 16% menos por hora que los hombres en un mismo puesto de trabajo. En España, el porcentaje llega hasta el 19,3%, según el informe sobre brecha salarial en Europa publicado por la Comisión Europea.

Una vez visto el panorama en las empresas, cabe volver la vista a la formación. Si no hay muchas mujeres trabajando en áreas científicas y tecnológicas, podemos llegar a pensar que parte del problema, además de las desigualdades culturales, estriba en que no hay muchas mujeres formadas en estas materias. Y no andamos muy desencaminados. El índice de mujeres cursando alguno de los campos STEM (siglas en inglés de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) es bastante menor que el de hombres.

Cuando empecé a estudiar Ingeniería Informática en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) hace casi treinta años, éramos pocas mujeres en la carrera. Pero parece ser que en los últimos años, el número es incluso menor. En los hackatones, conferencias y demás encuentros tecnológicos a los que tengo posibilidad de asistir, la presencia femenina sigue siendo ampliamente minoritaria y, en escasas ocasiones, protagonistas. El panorama que se presenta es bastante desolador.

¿Cuál es el problema? ¿Las STEM no despiertan interés entre las mujeres? ¿No estamos preparadas para este tipo de disciplinas? Este debate es uno de los grandes retos a resolver en nuestra transición a la sociedad del conocimiento.

Quiero pensar que a estas alturas ya hemos superado la discusión acerca de la capacidad de la mujer ante retos intelectuales y que todos partimos de la base de que ambos sexos somos capaces de resolver cuestiones científicas y tecnológicas, siempre que partamos de la misma base de conocimientos.

Una de las experiencias más gratificantes que he tenido en este último año, al hilo de la capacidad, fue la impartición de algunos cursos de capacitación tecnológica a mujeres del mundo rural. Mis alumnas eran señoras hechas y derechas, propietarias de negocios relacionados con la agricultura y la ganadería principalmente, que querían sacar el máximo partido a Internet para promocionar sus productos. Todas conocían la red por sus hijos, pero miraban con recelo las redes sociales y no tenían mucha cultura digital. Pero todas tenían móvil. Cuando descubrieron la cantidad de herramientas que podían utilizar para promocionar sus negocios, de forma gratuita y utilizando un dispositivo de uso cotidiano, se desató la caja de Pandora. La frase que más escuché fue “ahora le voy a enseñar yo a mi hijo”.

Ante la pregunta “¿qué quieres ser de mayor?”, mi vecinita de diez años me respondió con total seguridad que quería ser peluquera. Cuando ella me preguntó por mi trabajo y le dije que hacía páginas web, abrió los ojos como platos y puso cara de asombro. No sé si en ese momento descubrió que las páginas web las tenía que hacer alguien o si su sorpresa tenía que ver con que yo las hiciera. Pero en cualquiera de los casos, me queda la certeza de que no se había planteado hacer ninguna ingeniería.

La hija preadolescente de mi amiga pasaba este año uno de los cursos en los que le tocaba decidir si ciencias o letras. A pesar de que sus inclinaciones van por la nanotecnología, no se metió en ciencias porque iba a ser la única niña de la clase y le daba vergüenza.

Ejemplos como éstos hay a patadas y seguro que encuentra unos cuantos a su alrededor si rasca un poco. Pero es posible que no le prestemos la suficiente atención o no le demos la importancia que merece.

Y aquí es donde concluyo que el problema de todo ésto radica en la motivación y en la educación. Las niñas no tienen espejos STEM donde mirarse, los pocos que hay asustan por la falta de respeto y reconocimiento. Así que buscan parecerse a lo que conocen.

Yo decidí ser informática cuando veía a mi hermano programar fórmulas en su calculadora científica y tuve la suerte de tener unos padres que me animaban a hacer todo lo que me propusiese en la vida. En algún momento todos buscamos parecernos a alguien a quien admiramos.

Por tanto, creo que podemos resumir nuestra lucha en tres puntos claves:

Motivar a las niñas desde edades tempranas para que programen, descubran los avances científicos, investiguen su entorno, despertarles la curiosidad y mostrarles espejos en los que mirarse. De esta forma conseguiremos que más mujeres accedan a carreras científicas y tecnológicas.

Luchar activamente por la igualdad salarial y de reconocimientos profesionales de las mujeres con respecto a los hombres. Esto nos llevará inevitablemente al incremento de las mujeres en puestos de decisión y juntas directivas.

Estar pendientes de las actitudes machistas en la vida cotidiana, tanto por parte del hombre como de la mujer, y actuar en consecuencia: tolerancia cero.

Pero todo ésto no hay que entenderlo como una batalla de sexos, no se trata de ser mejores por el simple hecho de tener genitales diferentes. Es una cuestión de mejora cultural y económica: ante una visión paritaria, el mundo será mucho más enriquecedor y evolucionado para todos.

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