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La queja

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Sufrir solo puede llegar a gustarte sufrir si te ves con capacidad de superar los obstáculos. De lo contrario parecería que adoptamos determinadas posiciones basadas en una irracionalidad manifiesta por una mera necesidad de hacer continuas probaturas sobre tu propia existencia. Porque, si lo que ansiamos es aprender, conquistar nuevas metas en la búsqueda de la mal denominada felicidad, ¿por qué da la sensación de que todo se nos llena de insatisfacción porque no tenemos una cohorte a nuestro alrededor que aplauda nuestro esfuerzo? Da la sensación de que sentimos una atracción por tener todo nuestro tiempo en medio de cualquier ocupación, por temor al aburrimiento o, peor aún, a que nuestros propios pensamientos nos invadan. Y como no sabemos parar, soltar, restar importancia, respirar, pues nos intentamos narcotizar.

A aquellas personas que les guste practicar deporte como devoción puede comprobar cómo, incluso, aparece un sufrimiento que lo podemos denominar como “satisfactorio”. Te golpeas, te lesionas, te falta el aire, no alcanzas la meta prevista… ¿y? Y nada. Te levantas y continúas. Porque se da el caso que es el lugar en donde nos introducimos de forma auténtica, enfrentándote a ti mismo, donde reposan nuestras verdaderas inquietudes y necesidades, crudas y honestas. Es el sitio donde ponemos a prueba nuestros límites… Y ¿para qué? Por mera satisfacción personal, sin comparación alguna. Es una fuente de aprendizaje que nos permite tomar nuevamente impulso hacia el próximo obstáculo porque aparecerán. De eso podemos tener la completa seguridad.

Todos los días decidimos y todos los días nos equivocamos. Ahora bien, la sociedad se divide en aquellas personas que, cuando tropiezan, ya sea por causa ajena o propia, experimentan aflicción tanto de cuerpo como de mente con un tiempo de convalecencia prácticamente infinito donde, aunque parece que desaparece en algún momento de la vida, está ahí, durmiendo hasta encontrar la posibilidad de volver a aparecer en forma de reproche. Por otro lado, están los que sienten la misma pena y dolor, pero con la intención de buscar remedios, evitando la esclavitud de lo que pudo ser y no fue.

Nos traicionamos a nosotros mismos cuando nos exigimos y, de antemano, nos planteamos expectativas pesimistas, lo que da paso a la frustración, cuando realmente lo que nos tiene que ofrecer es instinto de superación provocando la ruptura de nuestras propias resistencias. Nos comerá el hambre, nos dicen. Vendrán tiempos duros, nos avisan. ¿Y mientras? ¿nos sentamos y hablamos? Tal vez tengamos que sacar lo mejor que tenemos dentro de cada cual y ponernos a trabajar en lugar de estar sumidos en una continua queja, buscando responsabilidades ajenas donde hay inoperancia propia.

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