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Eliminar todas las armas nucleares y de destrucción masiva

Pedro Brenes / Pedro Brenes

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En los años treinta del siglo pasado, el desarrollo técnico de la aviación de bombardeo de largo alcance permitió que, ya antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, se ensayaran y perfeccionaran los ataques contra la población civil no combatiente de las ciudades en el profundo interior del territorio del adversario.

Tanto los dirigentes fascistas de Japón, en la invasión de China, como los de Alemania en su intervención en la guerra civil española, utilizaron los bombardeos de ciudades con la intención de “desmoralizar al enemigo”.

El horror, el salvajismo y el carácter terrorista e inmoral de estas operaciones militares, que el genial pintor comunista español Pablo Ruiz Picasso plasmó en el “Guernika”, fué imitado y superado después, ya iniciada la terrible contienda mundial, por los mandos ingleses y americanos en sus ataques aéreos masivos contra las ciudades alemanas, italianas y japonesas.

Millones de inocentes civiles, sobretodo mujeres, niños y ancianos, fueron masacrados por los ataques de inmensas flotas aéreas compuestas por cientos de aparatos cada vez de mayor tamaño y capacidad de carga. Sólo en el bombardeo de Tokio, en Marzo de 1945, 340 aviones norteamericanos B-29 “superfortalezas volantes”, cargados con dos mil toneladas de bombas incendiarias, provocaron en las dos horas que duró la incursión cien mil muertes y cuatrocientas mil personas resultaron heridas. Más víctimas que en el posterior bombardeo nuclear contra la ciudad de Nagasaki.

En Agosto de ese mismo año, a pesar de que las fuerzas principales del ejército nipón, estacionadas en Manchuria, fueron derrotadas por la ofensiva soviética, lo que determinó la rendición japonesa, el gobierno de los Estados Unidos decidió hacer una demostración de su nuevo poder y de sus intenciones de utilizarlo para dominar el mundo, probando la tecnología del bombardeo atómico contra dos objetivos sin ninguna relevancia militar.

Hiroshima y Nagasaki, que en realidad no fueron el último acto de la Segunda Guerra Mundial sino el primer acto de la Guerra Fría, todavía hoy representan el símbolo del más espantoso crimen de guerra y de terrorismo contra la población civil no combatiente.

Las amenazas del imperialismo norteamericano que, inmediatamente después de terminada la guerra mundial, cercó a la Unión Soviética de bases aéreas dispuestas para el bombardeo nuclear masivo, obligó a la URSS a dotarse de una capacidad de respuesta creíble lo que, en definitiva, evitó que se produjera una nueva guerra, esta vez con catastróficas consecuencias irreversibles para el planeta y para toda la humanidad.

Pero los gobiernos imperialistas y sus altivos generales no han perdido la afición por el asesinato de mujeres y niños indefensos. Después de los bombardeos incendiarios y químicos sobre Vietnam, que ocasionaron cientos de miles de víctimas y enormes daños medioambientales, han continuado la práctica de estas acciones criminales contra las poblaciones de Serbia, Irak, Gaza y Afganistán.

Esta doctrina militar de los gobiernos y los Estados Mayores imperialistas, que se mantiene en pleno vigor en todos sus manuales de guerra y en sus orientaciones estratégicas, determina que el terrorismo contra la población civil es el elemento fundamental para la “desmoralización del enemigo”, para el “colapso del gobierno” e incluso para el levantamiento de los propios ciudadanos contra sus legítimas instituciones políticas a las que, según esta filosofía militar que indignaría al mismísimo Atila, obligarían a la rendición. De tal manera que, en lugar de enfrentarse con los ejércitos enemigos en los campos de batalla, prefieren asesinar a sus familias en la retaguardia como chantaje terrorista para lograr la victoria con un mínimo riesgo para los agresores.

Como resultado de estas satánicas y cobardes concepciones, el mundo se encuentra hoy plagado de armas de destrucción masiva para el exterminio rápido y seguro de millones de personas. En los arsenales, bases, barcos, submarinos y aviones cargados de estos artefactos se acumulan y circulan decenas de miles de ojivas nucleares, cada una de ellas mucho más potente que la de Hiroshima.

Y ya es hora de que la especie humana se libre de esta vergüenza. Urge la absoluta prohibición primero y la destrucción total después, de todos los tipos de armas de destrucción masiva y de todas las técnicas y sistemas militares que las apoyan y sirven.

En general todos los sistemas de armas considerados “de largo alcance” o “estratégicos” deben ser erradicados, pues todos ellos tienen como objetivo principal la retaguardia, es decir, la población civil no combatiente.

Hablar de “reducciones del número de ojivas” o de la “no proliferación nuclear”, no sirve para nada. Por mucho que se reduzca el número actual de estos mortíferos ingenios, siempre quedarán demasiados. Y la política de “no proliferación” no ha impedido que cada vez más países accedan a su fabricación. Es necesario un acuerdo mundial en el marco de las Naciones Unidas para la condena moral y política, la prohibición legal y la destrucción verificable de todas las armas de destrucción masiva sin excepciones ni excusas de ninguna clase.

El presidente Obama siempre ha presumido de su rechazo a la existencia de las armas nucleares. Pero todos sabemos que el verdadero poder del imperialismo norteamericano no está en sus manos. Y que los auténticos amos de los Estados Unidos son precisamente los oligarcas propietarios de los grandes bancos y las grandes empresas multinacionales, incluidas las más importantes fábricas de armas de donde salen las bombas, los aviones, los submarinos y los misiles.

Es su negocio. Se enriquecen cada día, mientras la mayoría de los seres humanos pasa hambre y miserias, fabricando y vendiendo instrumentos diabólicos para la muerte y la destrucción. Y por muy buenas que sean las intenciones de Obama, no van a permitir fácilmente que les arrebaten los mejores instrumentos de su locura de poder y riqueza.

* Secretario General del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)

Pedro Brenes*

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