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Islamismo marroquí por Grupo Interuniversitario de Opinión

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Minutos antes, el joven estaba bebiendo alegremente en una boite a veinte metros de allí cuando, de repente, un desconocido entró corriendo y le lanzó a boca jarro un cóctel molotov. Era un terrorista, un islamista, un salafista..., y era marroquí, como la víctima. Era uno de esos jóvenes barbudos que iban por las calles sermoneando a la gente para que respete los preceptos coránicos y repudie las costumbres occidentales. De hecho llevaban años proliferando por las calles de las principales ciudades de Marruecos sin que el Majzén tomara cartas en el asunto. Aunque su nacimiento tuvo lugar a mediados de los años sesenta, sin embargo, no sería hasta mediados de los setenta cuando su presencia sería realmente notoria. Sus líderes habían aprovechado la vulnerabilidad del rey Hassan II tras los dos golpes de estado fallidos para colmar los vacíos institucionales y dedicarse a ganar la simpatía del pueblo marroquí utilizando los petrodólares wahabitas que Arabia Saudita inyectaba gustosamente, pues el rédito a medio plazo estaba más que cantado por la sencilla razón de que Marruecos era, y de alguna manera sigue siendo, un país musulmán sumido en la miseria y la ignorancia y desprovisto de sus libertades más elementales por obra de un rey y su aparato represor –léase Majzén- que no cejaban en su empeño de convertir a su pueblo en un rebaño de seres sumisos y conformistas, aunque ello significara, como había dicho el propio Hassan II, tener que matar a una mitad para salvar a la otra. Además, estos nuevos predicadores cuidaban mucho de no hacer nada que pudiera molestar al todopoderoso rey. No discutían en voz alta sobre cuestiones políticas, ni negaban al rey su autoridad religiosa emanada de su condición de Comendador de los creyentes ni tampoco rechazaban la marroquidad del Sáhara Occidental, tres lecciones bien aprendidas que con el tiempo convertirían a los islamistas en fieles aliados del monarca en su lucha contra los movimientos de izquierdas durante la década de los ochenta. Su entrada en el escenario marroquí de los setenta había sido tan sutil y oportunista que ya en 1979, poco antes del atentado terrorista arriba mencionado, se creó la licenciatura en Estudios islámicos. Veinte años más tarde, el resultado de esta infiltración wahabita en el seno de la sociedad marroquí muestra un panorama preocupante no sólo para la imagen de moderación y apertura que el Majzén pretende dar a Occidente, sino también para la existencia de la propia monarquía que muchos ya tildan de ilegítima. El silencio del Majzén ante la expansión del wahabismo en la sociedad marroquí a cambio de la imprescindible ayuda financiera de Arabia Saudita en la guerra del Sáhara, así como la neutralización de la izquierda por parte de los militantes islamistas sería, a la larga, un seppuku alauita de consecuencias imprevisibles. Aunque Hassan II, primero, y después su hijo Mohamed VI intentaron controlar e institucionalizar de alguna manera las corrientes islamistas más moderadas, la realidad actual del panorama sociorreligioso marroquí dista mucho de estar bajo el control del rey. En el día de hoy, hay en Marruecos más de 30.000 mezquitas, de las que sólo el 27% depende de la administración, es decir, que sus enseñanzas religiosas y sus sermones vienen determinados por instituciones religiosas oficiales. El 77% restante puede decir misa, pues escapa a cualquier tipo de control por parte del Gobierno y sus instituciones. Así las cosas, es fácil imaginarse hasta dónde han llegado los tentáculos islamistas, no ya sólo en el ámbito de la sociedad civil, coto que a estas alturas está considerado vedado para cualquier otra ideología, sino en el seno mismo de las instituciones majzeníes y de los partidos políticos. Sin ir más lejos, el partido islamista Justicia y Desarrollo, PJD, que está en el gobierno y es considerado moderado, defiende de manera explícita y sin tapujos el reforzamiento de la especificidad islámica del país, la reforma del sistema bancario de manera que cumpla con la respectiva norma coránica y la negación de la igualdad de la mujer respecto al hombre; sin hablar de la prohibición de comerciar con productos alcohólicos. Por otra parte, hoy en día en Marruecos está prohibido llevar a cabo cualquier tipo de proselitismo religioso que no sea el islámico que, al parecer, está teniendo mucho éxito entre las tropas acantonadas en el Sáhara. Y lo peor de todo es que esto no es más que la punta del iceberg, y si no se hace nada al respecto, Marruecos se convertirá, de la noche a la mañana, en la punta de lanza del extremismo islámico después de haber sido considerado durante décadas como el cortafuegos infranqueable en el que Occidente, y muy especialmente Estados Unidos, habían puesto todas las esperanzas. Si antes las acciones de islamistas de Marruecos consistían en quemar vivo a algún que otro bebedor de alcohol o violar a la desgraciada que osaba ir por la calle ligera de ropas, hoy en día se han sofisticado mucho en cuanto a poder aniquilador se refiere: atentados del 11S (sí, también había marroquíes), del 16 de mayo de 2003 en Casablanca y del 11 de abril de 2004 en Madrid. Pero, ¿qué se puede hacer?Ante todo, y es lo que se viene demostrando durante milenios, hay que hacer que se cumpla la legalidad internacional en la región del Magreb, cumplimiento que pasará obligatoriamente por la práctica del derecho de autodeterminación del pueblo saharaui. Si añadimos, además, que el pueblo saharaui por sus particularidades geográficas, étnicas e históricas es impermeable a cualquier tipo de extremismo, se habría logrado cazar dos pájaros de un tiro: restaurar la legalidad internacional y contener la bolsa islamista marroquí desde el sur. Volveremos sobre este tema crucial de nuestro tiempo.* El Grupo Interuniversitario de Opinión lo forman:Larosi Haidar (UGR, Invitado)Manuel de Paz Sánchez (ULL)Carlos Ruiz de Miguel (USC)Sergio Ramírez Galindo (ULPGC) Grupo Interuniversitario de Opinión *

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