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¿La ''clase política''?

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Desconozco su origen y paternidad -lo que no lamento particularmente porque ahorra sofocos- pero a quienes estamos “bien” servidos en años -quinquenios- eso de “clase política” nos sienta como una cachetada en el tronco del oído y hasta se nos mete por la boca dejando gusto de agua de carabaña.

No es cuestión de prejuicios con el lenguaje “moderno” ni tampoco de exquisiteces lingüísticas, de lo que quien suscribe no se anda sobrado, lo que ocurre es que, a veces, con frecuencia mas bien, las palabras las carga el diablo y será por eso, o por otra cosa, que no son neutras ni inofensivas y, como en la casa de los espejos de las ferias, pueden distorsionar hasta la monstruosidad la realidad.

Cuando el lenguaje engañoso concierne a aspectos de las contradicciones que sacuden la sociedad, propicia que se refleje en la conciencia social falsas representaciones y a ello le sigue, remolcado, comportamientos y puntos de vista viciados por aquella deformación.

A saber: “los políticos” no constituyen una clase -a Dios gracias, por añadidura-, son expresión natural, mas o menos agraciada, explicita o de facto, de intereses de clase, de fracciones de clase o de grupos sociales que ocupan un determinado lugar, principal o subalterno, en la formación social.

De aquellos soportes clasistas, intereses y fuerzas, dependen en última instancia “los políticos”, en esos ambientes se moldea su conciencia y a ellos sirven con mayor o menor dependencia o reconocimiento expreso.

Es cierto que, en no pocas ocasiones “los políticos” “desertan” de la clase a la que pertenecen para asumir las posiciones de sus contrarios. Ni Marx, ni Engels, ni Lenin, ni Ernesto Guevara, ni Fidel, ni Trotsky?ni otros miles de dirigentes que han contribuido con méritos inmensos a la lucha ideológica, política y económica de clase obrera, pertenecían, por su origen, a esta clase. No obstante eso no modifica en nada la regla que vincula la política a los intereses de clase. Sin la comprensión de la naturaleza del capitalismo, el carácter de la clase dominante y la interferencia de la lucha de clases, aquellos dirigentes no hubieran existido como tales.

Tampoco faltan, mas al contrario proliferan como hongos en la humedad -con perjuicio para la mayoría honesta- políticos/burócratas que aprovechan la relativa independencia de la clase que expresan y que los promueve a cargos en la administración publica para enriquecerse personalmente parasitando los recursos públicos, incurriendo en cohechos y corrupción. En estos, de manera particular, tiene su carnaza la “teoría” de “la clase política”. Pero no constituyen una clase, es una casta inestable, en situación de interinidad, cuyo destino irrefrenable es la reproducción del dinero amasado, por la única vía posible, su transformación en capital -la inversión-, o dicho de otra manera su “ascenso” de la casta parasitaria a la clase capitalista.

Nada de lo anterior significa menosprecio del papel trascendental, a veces, que esa casta pueda desempeñar en su margen de autonomía que será mayor o menor en razón a la consistencia estructural y política de la clase a la que están enlazados. Tanto mas larga sea la cuerda que llevan atada al cuello, más autonomía y viceversa.

Lo que interesa es que no nos arrastren vocabularios y expresiones al punto que sean estos los que “crean” las cosas en la representación social.

Las “cosas” en su objetividad tienen sus propiedades y en esa objetividad no tiene intervención alguna el lenguaje por mucho que este haya incidido en el propio origen y desarrollo del ser humano, en su capacidad de pensar, relacionarse e intervenir en la realidad objetiva para transformarla y ponerla a su servicio.

Lo de la “clase política” ha gozado de cierta fortuna, ha acampado en vastos dominios de la conciencia social. Seguramente para esa suerte habrán influido muchas cosas, entre ellas, sin duda, el bochorno de buena parte de la alta burocracia política del sistema, pero lo esencial es que la clase dominante ha percibido en ella una potente munición ideológico/cultural para su arsenal de reserva.

Por aquella expresión se traduce la lucha política como teatro de conflicto no ya de las clases sociales sino de la “mezquina clase política”. Lo representado se diluye y la representación adquiere substancia propia e independiente, no se distingue que interés clasista defienden unos políticos y que interés defienden otros, se borran las diferencias y los antagonismos, y eso encierra la invitación al apoliticismo, a desertar de la lucha política que es en definitiva abandonar la cuestión esencial, la lucha por el poder, dejar el poder material, el estado, a merced de la clase dominante.

Se desvía así la lucha de clases al terreno esterilizado del absentismo político y de la lucha “contra los políticos”, sin distinción, se les aprecia no como lo que son en realidad, no como prolongación de clase en un terreno especifico de la contradicción, sino como una suerte de gremio de gentes que igual podían haber optado por el de carpinteros.

Ese es el efecto perverso de una expresión que hay que desterrar, que conduciendo a la ficción de hacer pasar la fiebre por la enfermedad, tanto mejor para la enfermedad y tanto peor para nosotros.

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