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Por supuesto que los hay

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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La verdad es que nuestra sociedad está acostumbrada a buscar un chivo expiatorio en quien descargar las inseguridades, las frustraciones y todo aquello que le corroe a uno por dentro. En esos momentos, lo más sencillo no es hacer un serio y profundo examen de conciencia, sino soltar por la boca lo primero que se le pase a uno por la cabeza. Poco importa que la/ las personas puestas en tela de juicio tengan algo que ver o no, ni el perjuicio que se les pueda causar. Al común de los mortales detalles como ésos se las traen al pairo, en el más amplio sentido de la palabra. Lo importante es uno mismo y a la sociedad... pues eso, que le “den morcillas” y que otro venga y apenque con el trabajo sucio, que yo estoy muy ocupado sentado en el salón viendo el partido.

A poco que uno pone cierta tierra de por medio se da cuenta de lo mal valorado que está el trabajo comunitario en nuestras fronteras y cómo el ciudadano medio prefiere delegar dichas cuestiones en la administración de turno.

Con tal actitud delegatoria, da la sensación de que la ciudadanía pretende que sea el alcalde de su ciudad el que logre el consenso en la reunión mensual de la comunidad de vecinos, algo que se escapa de las competencias de dicho cargo electo. Si quienes viven en un determinado edificio no se logran poner de acuerdo en asuntos que les atañen directamente, tales como instalar un ascensor o regular las mascotas que se pueden o no tener en una casa de vecinos, poco puede hacer ningún cargo electo, por muy importante que éste sea.

Además hay que sumar la mala imagen que se tiene de quienes trabajan “por amor al arte”, una manera fina de menospreciar la entrega de quienes sí tienen claro que a una sociedad se la ayuda según las capacidades de cada uno, no confiando ciegamente y como borregos en lo que pueda hacer “papa estado”. Vergüenza les tendría que dar a quienes, en vez de tratar de apostar por el bien común, se pasan la vida criticando a quienes solamente pretenden aportar su granito de arena para mejorar la convivencia entre las personas.

Aún recuerdo los días en los que me tocó bajar a trabajar al jardín que rodeaba las casa en la que vivía en las afueras de la ciudad de Helsinki, junto con el resto de los vecinos de los edificios. Allí cada uno aportaba lo que podía sin importar la edad, el sexo o la nacionalidad. Si se te daba bien la carpintería, pues a repasar las vallas de madera que rodeaban las jardines. Si sabías algo de jardinería, pues a cuidar las flores. Si te gustaba hacer de comer, pues nada, a presumir entre los vecinos.

Ahora, pretendan hacer eso en las agobiantes, caóticas y mal organizadas ciudades de nuestro país y de nuestra comunidad y verán lo que les dicen.

Volviendo a las declaraciones del mencionado cargo político, éste comentaba que si bien había personas que no cumplían con su obligación -algo que sucede en cualquier faceta de nuestra sociedad- él defendía la honestidad y el buen hacer de muchos de los cargos electos nacionales, los cuales no se merecían las descalificaciones que todos los partidos llevan soportando desde mucho antes de que comenzara la campaña electoral que se celebra en estos momentos.

En esto, como en la anteriormente expresado, no puedo estar más de acuerdo.

La realidad nos dice que, si las cosas fueran de otra forma, nuestro país hubiera entrado en la más profunda de las bancarrotas algo que, por ahora, no sucede en nuestras fronteras, a pesar de los profetas del “Apocalipsis”.

La realidad nos cuenta que en nuestro país hay muchos, muchísimos cargos electos honrados, honestos, poco o nada dispuestos a la fanfarria, ni a la “charanga y la pandereta” que cantara Antonio Machado hace ya décadas.

En nuestro país hay muchos cargos electos que van andando a su puesto de trabajo o en su coche particular, sin necesidad de vapulear el erario público con costosísimos vehículos oficiales, los cuales solamente sirven para satisfacer el ego de quienes los utilizan. Esos mismos cargos electos tampoco viajan en helicóptero, ni en reactores privados, ni veranean en lujosos complejos hoteleros durante los periodos vacacionales. Tampoco tienen “amigos del alma”, ni regalos hechos a medida, ni siquiera una mísera estatua que reconozca sus méritos. No, esas prebendas son para unos pocos privilegiados, aquellos que llenan plazas de toros, inauguran proyectos faraónicos y encargan enseñas patrias dignas de figurar en cualquier tratado de megalomanía contemporánea.

No, esos cargos públicos nunca salen en primera página, ni tienen la potestad de insultar, de calumniar, de mentir descaradamente con tal de ser reelegidos. Son personas normales, que ocupan puestos medios/ bajos en las listas electorales y que, de salir elegidos, les tocará hacer el trabajo que los de arriba, los series “preclaros, intocables y ungidos de todos los parabienes del altísimo”, no están dispuestos, ni siquiera a plantearse

Son los cargos que mantienen el palio que muchos cargos públicos parecen llevar cuando acuden a un mitin o a una concentración de personas que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor y que a nuestra nación lo que le interesa es vivir en la oscuridad, bajo el control de la misma oligarquía de siempre.

Esos cargos electos, serios, trabajadores, honrados, son lo que a fin de cuentas, SÍ se leen los informes técnicos y ayudan a que el botarate de turno sea capaz de tomar la menos mala de las decisiones. Gracias a ellos, las ciudades tienen recogida de basuras, luz, agua, transportes, servicios sociales, policía, parques, colegios, museos, bibliotecas y todo aquello que es necesario para que podamos vivir en este manicomio redondo en el que vivimos.

Es por todo ello que no puedo estar más de acuerdo con las declaraciones de dicho cargo electo, a pesar de rodearse de quienes se rodea y de comportarse como se comporta. No en vano, él SÍ que disfruta de todas las cosas que no disfrutan los mencionados cargos electos que defiende con sus palabras. Aunque eso es otra cuestión que no viene al caso.

Eduardo Serradilla Sanchis

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