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Un viaje en globo

Antonio Cavanillas / Antonio Cavanillas

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Hay otro popular que recibe por la cara un Jaguar de setenta y cinco mil euros y su ex mujer, un alto cargo del partido, no se entera, pone cara de póquer y, en lugar de dimitir en el acto, se aferra a la poltrona. Existen individuos que, siendo presidentes autonómicos, se visten en Milano, que ya es humor habiendo sastres como Córdoba, en la madrileña calle de Velázquez y, además, presuntamente, ni abonan las facturas ni conservan el recibo de pago.

Está la corrupción oral, la que se gastan los Urkullu y Anasagasti del PNV que, sin saber perder, descalifican de antemano a Patxi López augurando el desastre, vaticinando cataclismos para la sociedad vasca si no gobiernan ellos 30 años más, amenazando a Zapatero con el caos. En realidad los acongoja el haber perdido el pezón de la ubre, el ver que les desmontan el chiringuito, el no saber qué hacer con los cientos de cargos que vivían del cuento y el no aceptar que la democracia es alternancia. Calientan la cabeza a los de Eta sugiriendo que los vascos de verdad son ellos, que los demás son simples okupas sin RH auténtico, poniéndolos a los pies de los caballos. Yo o el diluvio. En una zona de España donde no hay verdadera democracia, donde hay comisarios políticos vigilando las urnas como en el Goyerri, donde no se puede hablar de política con un desconocido, veremos a la coalición gobernante con chaleco antibalas y encomendados a la Virgen de Aránzazu.

Hay policías corruptos que organizan mafias en barrios de Madrid, chulos de putas de uniforme, ministros que cazan sin licencia y gratis total, compadreo judicial, autonomías ex socialistas como la gallega donde hay más de quinientos automóviles oficiales de gran cilindrada pagados por el contribuyente y comunistas como Carod Rovira viajando a cargo del erario en gran clase y abriendo delegaciones catalanas por medio mundo para promocionar la lengua de mosén Jacinto Verdaguer y, en realidad, colocar a la familia o los amiguetes. Y ya no sigo. Me consuela que nuestras corruptelas peperas de aquí, presuntas, oiga, son naderías a nivel nacional.

Pensé que lo había visto todo con los escándalos socialistas de Felipe González, con el impresentable de Roldán, aquel chorizo en calzoncillos de colores que, sin saber hacer la O con un canuto, se hizo pasar por ingeniero ante la plana mayor sociata y se hizo rico. Por cierto: está en la calle y no ha devuelto la pasta, que es el busilis, lo que debiera primar en toda estafa: déjense de miles de años de cárcel -que se quedan luego en diez o doce- y hagan que los estafadores, ladrones, piratas y corsarios escupan la manteca. El que no suelte la tela no sale de la trena, debiera ser la máxima penal para tratar de atajar a esta panda de energúmenos que envenena el ambiente hasta el hedor. Rajoy: ¿qué pasa?, ¿no te enteras o no quieres enterarte? Regenera el partido y de prisa, pues más de ocho años de las mismas siglas crean clientela, cansancio y culto al líder.

El viaje en globo. Ya casi lo olvidaba. Hace algún tiempo recorría la castellana tierra de Palencia con mi mujer. Yo viajo con mi mujer o no viajo. Verla me reconforta y me da paz; la danesa hace mi maleta y se acuerda de lo que tengo que llevar pues, de modo milagroso, sabe si lloverá, nevará, hará frío o calor. Con ella he recorrido medio mundo, pero los dos amamos España sobre todas las cosas. Ya se sabe que sobre gustos no hay nada escrito. Nueva York es interesante, pero a nosotros nos gusta Barcelona. Que se quite San Francisco ante cualquier rincón de la Gomera, Argel ante la Isla del Hierro, el Perito Moreno ante el Valle de la Orotava, El Cairo delante de Menorca, Túnez con Santander, Santiago de Chile con Arucas o Montevideo comparado con Sevilla, Toledo, San Sebastián o Salamanca.

Nosotros somos así de raros: preferimos el silencio amueblado y antiguo de San Martín de Frómista, el templo románico más importante y mejor conservado del orbe, al mayor rascacielos de Manhattan. Otrosí que al lado de la iglesia, en el primer chamizo, puede degustarse un cordero asado como es imposible de encontrar en la quinta avenida. Os daré la receta: en vasija de barro un cuarto de cordero lechal salpimentado, un dedo de agua de la fuente, horno de panadero y como combustible sarmientos de vid seca. No puede ser más simple. El resultado es pura alquimia.

El recorrido aerostático? La añoranza del buen cordero asado me voló las ideas? Ocurrió que en el hotel rural donde nos alojábamos, fue en Villalcázar de Sirga, había un inglés que hacía el camino de Santiago. Hicimos amistad, cosa fácil pues resultó ser de Salisbury, bella población de Wiltshire donde el que suscribe trabajó cuando estudiante todo un verano, allá por las calendas del 60. Se trataba de un tipo muy especial. Era la tercera vez que hacía el camino, pues afirmaba no existir para él nada más excitante. Lo había hecho, siempre con su mujer, en el coche de San Fernando, a caballo y ahora lo hacían en globo. Sí, en globo. Hablaba y no paraba de las distintas rutas, del arte, del paisaje, de los platos de cuchara que había descubierto y del vino distinto que jalonaba las etapas, siempre diferentes. Relataba con los ojos en blanco una olla podrida que terminaba de engullir en Astudillo, cuna del herético cura Cazalla, aquél que saliera en un auto de fe en Valladolid, creo que fue en 1559, siendo relajado al brazo secular.

Su mujer y la mía hicieron buenas migas. Conversábamos frente a la chimenea mientras mojábamos mojicones de un convento vecino en vino tinto, variante que el inglés desconocía y que le alucinaba. ¿Qué pintamos nosotros en Las Vegas existiendo Carrión de los Condes? ? dijo de repente la inglesa, en un arrobo postprandial, como hablando sola. Nos concertamos para volar en globo al día siguiente. Madrugamos. Ayudado por el dueño del hotel, que era de la partida, el británico insufló con mucha maña el gran caparazón con el ardiente gas que salía a presión de un artefacto. Me asusté: entre el fragor y el chorro ardiente pensé que ardería todo, pero no pasó nada. Subimos a la cesta de mimbre, acolchada, y nos elevamos lo mismo que las águilas reales o los quebrantahuesos. ¡Qué delicia!

Os aconsejo que subáis en globo. Hay que echarle valor, cierto, pero compensa. Allá arriba se ven las cosas desde otra perspectiva: todo es amable, el único ruido es el del gas surgiendo de la espita, el aire es nítido, fresco, sutil, y no se ve o distingue la maldad de los hombres. Vimos la cinta plateada del río Carrión y el Canal de Castilla, las cúpulas nervadas de varias catedrales, el campo de batalla de Trastámara y las cigüeñas, que fueron tan discretas que nos escoltaron un buen trecho. Nunca vi al pájaro entrañable tan de cerca. Siendo ya entrado junio, los cigüeñatos se ejercitaban tratando de endurecer sus alerones y las plumas timoneras con vistas al viaje de septiembre, la magna travesía a sus cuarteles de invierno en los humedales africanos.

El aterrizaje fue tirando a desastroso. De improviso, a la vista ya del campo del que partiéramos, se levantó una brisa que aceleró el vaivén de la cesta. A pesar de bajar con cautela la barquilla topó contra la hierba con más fuerza de la esperada y los cinco nos apelotonamos uno encima del otro. Hubo suerte: yo lo hice sobre mi mujer, que se mantiene terne y apetecible, pero no me habría importado caer sobre la inglesa, también de carnes tersas y mollares. La jornada concluyó con una comida de confraternización que corrió de mi cuenta. No hace mucho, en un viaje a Inglaterra, lo arreglamos para cenar con la pareja y recordar con emoción un inolvidable viaje en globo.

* Cirujano y escritor. Antonio Cavanillas*

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