El periodista Cristóbal Peñate lo recuerda así: “Eran las dos y media de la tarde de un viernes. De repente llegaron a la redacción tres tipos de paisano, que levantaron un gancho que sostenía la puerta y entraron sin pedir permiso. Rápidamente se abalanzaron sobre mi mesa y uno de ellos, el que llevaba la voz cantante, me dijo que eran de la brigada contra los delitos informáticos, y me enseñó una cosa parecida a una acreditación que yo no puede ver, dado lo alborotado del momento. Ése era el jefe. Detrás de él aparecieron otros dos agentes, uno de ellos haciendo de poli malo, bajito y con cara de mala uva, vociferando con malos modos y palabras gruesas, como si yo fuera un traficante de armas o un terrorista. El otro llevaba una cámara de vídeo con la que grababa toda la actuación policial, o aparentemente la grababa. Lo más inaudito es que entraron sin permiso en nada menos que la sede de un medio de comunicación privado, sin autorización judicial alguna y tratando de amedrentarme con una actitud incomprensible para mí en aquellos momentos”.