Quizá sea éste y no otros anteriores que hemos indicado, el mejor momento para que José Manuel Arnáiz dimita. Es el hazmerreír de la Administración pública española, el machango señalado en todas las tómbolas, la cabeza que rueda en todas las mesas de negociación, el pim-pam-pum en el que un día se refocila Mauricio y al día siguiente Soria. Sólo le quedan los apoyos exiguos de los empresarios que le auparon hasta donde está en un momento en que los políticos que mandaban sólo querían alguien que actuara como marioneta exclusivamente. Pero se le acabó la gasolina, se le acabaron los apoyos. Es la hora de que Arnáiz recoja sus bártulos y se siente en la puerta de la fiscalía, más que nada para ahorrarle a los contribuyentes los dineros de la gasolina del motorista.