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Obama se despide

Obama se despide

José A. Alemán

Esta semana estará en Europa Barack Obama que el sábado 9 recalará en España. Es el único país grande de la UE que no ha visitado. Viene a la reunión bienal de la OTAN, a celebrar en Varsovia y aprovechará para verse con los presidentes de la Comisión Europea y del Consejo Europeo, Jean-Claude Juncker y Donald Tusk, respectivamente. Hablarán, por supuesto, del Brexit. Londres y Washington mantienen unas especiales relaciones, el Reino Unido es el principal valedor de la política europea estadounidense en el seno de la UE y Obama debe comenzar la búsqueda de un sustituto, que podría ser Alemania o quizá Francia que acaba de anunciar, por cierto, las ventajas fiscales que dará a las sociedades y empleados que se trasladen desde la City londinense a suelo galo. El que menos corre tira al de delante. La desairada situación del Reino Unido tras el referéndum, junto a la necesidad de reforzar la seguridad de los países del Este, la amenaza terrorista, las migraciones de refugiados y la creciente inestabilidad, entre otras cuestiones, han puesto de nuevo a Europa entre las principales preocupaciones de la Casa Blanca. Inquietan especialmente a Obama las tensiones con Rusia y el tratado comercial USA-UE, el TTIP, que considera parte de su legado presidencial y que sólo contaba en la UE con el apoyo incondicional de los británicos frente a la ambigüedad de los demás miembros; al menos de los que ya han tropezado con fuertes reacciones en contra de sus nacionales.

Un poco de historia

Conviene hacer un poco de historia. La que nos remonta a 60 años atrás, cuando la Comunidad Económica Europea (CEE), hoy UE, echó a andar. La idea de meter en cintura a los nacionalismos excluyentes xenófobos y racistas y los populismos fascistas, considerados responsables de las dos guerras europeas devenidas mundiales de la primera mitad del siglo XX, prevaleció sobre cualquier otra consideración; como la de dotar a la naciente organización de estructura y funcionamiento democrático por cuanto se estimó que permitiría a los viejos demonios moverse a sus anchas y volver a las andadas. Al fin y al cabo, Hitler alcanzó el poder en las urnas.

Precedente inmediato en esa línea de la CEE fue la Confederación Europea del Carbón y el Acero (CECA). El rearme alemán, que desembocó en la dos conflagraciones mundiales de la década de 1940, aconsejó controlar los dos materiales entonces indispensables para la fabricación de armamento. Su gestión era asunto árido, poco goloso para el debate político y menos atractivo todavía para el gran público. Y con el embullito de la CECA fuera de control democrático dieron los padres de Europa el salto a la constitución de la CEE para la que tampoco se habilitó un funcionamiento democrático que sólo ha comenzado a echarse en falta en los últimos tiempos, cuando los despiadados tecnócratas neoliberales se subieron al caballo de la deshumanizada economía financiera.

Aquella CEE original fue la llamada Europa de los Seis, porque seis fueron sus fundadores: Alemania; Bélgica; Francia; Italia; Luxemburgo y los Países Bajos. El Reino Unido quería una simple zona de libre comercio, sin más pretensiones y se quedó fuera del invento para promover el suyo propio: la Asociación Europea de Libre Comercio (la EFTA en siglas inglesas). Pero no le fue bien, perdió la batalla de la competencia con la CEE a manos de la Tarifa Exterior Común (TEC) de los Seis. En 1972 abandonaron los británicos y los daneses la EFTA para ingresar en la UE; en 1989 Portugal siguió el mismo camino y en 1991, mediante referéndum, se adhirieron al Tratado de Roma, el fundacional de la CEE, Austria, Finlandia y Suecia por lo que hoy integran la EFTA Islandia, Noruega, Suiza y Liechtenstein.

Durante unos años pudo pensarse que se había conseguido aventar los demonios que ahora parecen estar de vuelta. Los agoreros predicen que vamos de cabeza hacia la tercera guerra mundial; algunos afirman incluso que ha comenzado ya. Las reticencias británicas, de las que se han valido sus dirigentes para obtener de la UE un régimen a la carta, no han dejado nunca de estar ahí. A pesar de no tener el peso que corresponde a los países fundadores, gozan los británicos de un régimen que los exime de los inconvenientes de pertenecer al club y les permite contar con todas las ventajas de estar en él. Quien no llora no mama tampoco en inglés, así que nunca abandonaron los británicos, sobre todo los tories, el euroescepticismo que coronó Margaret Thatcher cuando le pidió a Bruselas la devolución de “su dinero”. Siempre mostraron los británicos cierta displicencia hacia Europa que, entre una cosa y la otra, dio origen a la gran mentira o a la multitud de pequeñas mentiras que cultivó con asiduidad de años el UKIP (Unión Kingdom Independence Party) liderado por Nigel Farage, que acabó por llevarse el gato al agua. Farage se jactó de ser el alma de la hazaña aplaudida por sus correligionarios de la ultraderecha de Francia, Austria, Holanda, etcétera, que tratan de emularlo planteando la convocatoria de los correspondientes referéndums.

Sin embargo, a pesar del éxito, Farage se ha quitado de en medio. Considera que ha cumplido o se ha hecho de pronto consciente de la que ha liado. Con no pocas mentiras, según ha reconocido él mismo. Ya comienza a advertirse el daño a la libra y en los mercados, las considerables pérdidas en Bolsa y la salida de capitales, mientras el Banco de Inglaterra asegura que la inestabilidad durará unos meses: lo más optimista que puede anunciar en estos momentos es que esto acabará algún día. Aunque es seguro que para entonces las cosas serán de otra manera: no en vano existe la posibilidad de que el Reino Unido deje de estarlo tanto si Escocia e Irlanda del Norte, que están por continuar en la UE, se plantan aunque ya se sepa que la UE se niega a negociar con las regiones que se separen del Estado al que pertenecen.

Obama quiere, pues, conocer de primera mano cómo esperan los primeros mandatarios de la UE salir del lío y lo que te rondaré, morena. Quizá deba fijarse en 1989, cuando la caída del muro de Berlín, el inicio de esta etapa temporal que ha pulverizado ya al menos una generación de europeos del Sur. La desaparición de la URSS, que cayó por el peso de su impotencia, permitió al capitalismo sacar lo peor de su natural sin temor. Los orígenes y posterior desarrollo de la crisis, que comenzó siendo financiera, confirman esa impresión: estamos a merced de los austericidas neoliberales que manejan hoy la UE que abandonó, tras la caída del muro de Berlín, todas las cautelas para el ingreso de nuevos miembros. La escrupulosidad en la exigencia de democracia, que mantuvo a España largos años en la antesala, fue sustituida por la manga ancha con gobiernos que, como el de Hungría, no están demasiado por la democracia y ni les cuento de los indecentes acuerdos con los turcos para parar a los refugiados, justo cuando Erdogan ha acentuado el carácter no democrático de su régimen restringiendo aún más las libertades.

La Rusia pos soviética, como quedó apuntado, no ha dejado de ser una gran potencia y ahí le duele a Occidente. Por eso, sigue existiendo la OTAN, que no desapareció como sí lo hizo el Pacto de Varsovia, su antagonista, al dar por acabada la guerra fría. Es evidente que de aquella Europa que se decía ejemplar, limpia, próspera y democrática sólo queda el falsete; como le ocurriera al que cantante que se lamentaba de haber perdido su chorro de voz.

Los europeístas británicos, mal sentados

Millones de británicos reaccionaron acumulando sus firmas en la página web de Westminster solicitando la repetición del referéndum. Está claro que el triunfo del Brexit los cogió mal sentados. Estaban convencidos de que no ocurriría lo que ocurrió, se descuidaron y no es justo atribuir el desastre a la gente del campo, por ignorante y a los mayores trabados en sus historias de vida. No puede afirmarse que cuantos votaron por el divorcio de Europa sean zoquetes, como no es justo que los jóvenes se quejen de que sus padres y abuelos han condicionado su futuro votando a favor de abandonar la UE. Creo que, como ha dicho Antonio Navalón, el Brexit es una muestra más “de que la nueva sociedad de la información y del desconocimiento es probablemente la más ignorante y superflua de los últimos siglos”. Se descuidaron y les cogió el toro.

No sé lo que habrá de cierto, pero me contaron la anécdota, muy a propósito, de la puesta en el tablón de un hospital madrileño de una comunicación a los usuarios de que en adelante no se recogerían escritos de protesta por los recortes; las listas de espera; las demoras; las desatenciones; la falta de medios; la escasez de personal; etcétera, pues se trataba de un centro sanitario, no político; el aviso añadía, como información adicional, que el lugar y el momento adecuados para expresar las protestas fueron las urnas del pasado 26-J.

Los europeístas británicos, en fin, perdieron su oportunidad frente al antieuropeísmo, que siempre ha estado ahí y no sólo en el Reino Unido. Están en el continente, por supuesto, los grupos de ultraderecha que son los más activos contra Europa; pero también hay una izquierda que considera a la UE una superestructura elitista, capitalista hasta los tuétanos, hoy en manos de una tecnocracia feroz y deshumanizada para la que no hay vida fuera del mundo de la especulación financiera y ve el bienestar y la seguridad de la gente común como un derroche a evitar.

En esos círculos tecnocráticos se ha cultivado, dicen, el antagonismo de las dos Europas: la del Norte trabajadora, ahorrativa, que no concibe las deudas públicas o privadas, a la que horroriza el uso excesivo por los Estados de la máquina de los billetes y piensan que los vividores del Sur viven a su costa y se endeudan alegremente porque cuentan con la constante emisión irresponsable de cuantos nuevos dineros hagan falta sin dar maldito golpe, que para eso están ellos, los tontos y laboriosos del Norte atrapados en las oscuridades propias de la latitud con sus apetitos muy corregidos desde la tierna infancia por el uso y abuso del calvinismo, como dijo Borges del infame Tom Castro. Hoy tienen en sus manos la emisión de billetes, pero su enfoque de la realidad no varía.

Bien sabemos que son más que dos concepciones distintas, dos formas de vivir que responden a series de circunstancias determinantes, como la latitud y las horas de luz y sol anuales. También sabemos que, de manera interesada, se han elevado las diferencias a categorías incompatibles, irreconciliables a pesar del voluntarismo europeísta, con la intención de corroer el entendimiento la cohesión continental. No debe convenir demasiado que Europa alcance una cohesión real más allá de las miras y expectativas de las élites. Cosa que van consiguiendo con el castigo riguroso a los países del Sur europeo. A las clases medias y trabajadoras se entiende ante las que la UE ha perdido mucho. La Europa de dos velocidades debe responder a ese modo de ver las cosas.

Mucho habría que decir de todo esto. Señalar a la ultraderecha que sigue creciendo y a la izquierda pura que detesta a la UE, a la que considera desde siempre la Europa de los mercaderes, la sublimación del capitalismo hasta el punto de pasar de ella a la espera, verdaderamente admirable, de que se cumplan las previsiones de La Internacional y se levanten los parias de la tierra sin rogar a Dios ni darle mazo.

Pero estaba con el Brexit y la pretensión de que se repita el referéndum. No creo que tenga demasiado recorrido el intento: el Brexit es irreversible. Es verdad que no debe decirse de este agua no beberé ni este cura no es mi padre, pero me da que no hay ya marcha atrás. Lo que fue, fue. Salvo que el Parlamento británico se líe la manta a la cabeza, no le queda al Reino Unido otro camino que dar por bueno el resultado de la consulta y ponerse a negociar centenares de nuevos acuerdos de todo tipo, es decir, a organizar el futuro de sus relaciones sobre unas bases distintas. En los acuerdos comerciales, concretamente, le discutirán las ventajas relativas que pudiera disfrutar hasta ahora y difícil le será lograr otras sin el respaldo de la UE. Imagino que con el tiempo, una vez abandone el primer plano la camada de políticos hoy en activo, se limarán asperezas y se perfeccionará el entendimiento que impondrá poco a poco. Al fin y al cabo, el Reino Unido, si unido sigue, continuará estando en Europa. Ahora mismo no están los 27 por andarse con contemplaciones. Y menos que lo estarán a poco que el Gobierno británico demore el cumplimiento de los requisitos del artículo 50 del tratado de Lisboa para iniciar el proceso de separación. La actitud beligerante de Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, no parece indicar sino que su cabreo puede ir a más si no se consuma el Brexit con la debida celeridad. Si el otro día le preguntó a Farage qué se le había perdido en el Parlamento europeo, acabó de calificarlo de “retronacionalista”, lo que me da que en la nomenclatura de la UE equivale a fascista.

Los inconvenientes del referéndum

Para muchos una cuestión como ésta de la separación de la UE tiene enorme complejidad técnica y la mayor trascendencia para millones de ciudadanos (británicos y continentales e incluso extraeuropeos) por lo que no puede someterse a un simple sí o no y darla por resuelta con un estrecho margen de votos. En el referéndum británico, un 48,1% votó contra el abandono de la UE frente al 51,9% que apoyó al Brexit. Si se tratara de una mera cuestión opinática, poco importaría la división del país en dos mitades. Pero no es el caso puesto que para millones de personas implica un cambio de expectativas no necesariamente para mejor. Es la seguridad de una situación que se creía consolidada que da paso a la incertidumbre, lo que puede tener consecuencias graves.

Se trata de un tema difícil de comprender en toda su amplitud y no les digo de explicarlo. Es de los que aburren a las ovejas. Así no tuvieron mayores problemas los promotores del Brexit para divulgar sus simplificaciones que algunos de ellos han reconocido como mentiras sin haberse cumplido siquiera la primera semana desde la consulta. Aprovecharon que las normas británicas no castigan las mentiras en las campañas políticas y las lanzaron sin el menor escrúpulo y dan ahora la impresión que se han acobardado ante las reacciones provocadas. De momento, según quedó indicado, se quitó de en medio Boris Jonson, ex alcalde de Londres y el líder de UKIP, Nigel Farage. Por su parte, el líder laborista, Jeremy Corbyn, se niega a dimitir a pesar de las severas críticas por no movilizar contra el Brexit a las bases del partido. Corbyn no ve con buenos ojos la UE, no sé si como británico o como militante de izquierdas. Ha perdido el apoyo de buen número de sus diputados. Miliband y el liberal Clegg andan desaparecidos, como lo estará pronto David Cameron, que no tendrá un honroso recordatorio en la historia. No se vislumbra quien o quienes van a conducir al Reino Unido en la travesía. Entre los personajes que se mueven figura el ministro de Justicia de Cameron, el macbethiano Michael Gove, que traicionó al todavía premier para ayudar a Boris Johnson en sus pretensiones de ocupar el 10 de Downing Street… y que acaba de traicionar a Johnson al proponerse él mismo para sustituir a Cameron, aunque, por lo visto, quien tiene más posibilidades es Theresa May, ministra de Interior.

Tras este nuevo repaso a diversos aspectos de este asunto inagotable no queda sino esperar, a ver.

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