El tiempo que nos falta

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El tiempo es una fábula. Da igual la definición que le demos, o encontremos, de este espacio invisible que a veces nos falta.

Paseo muchas veces en un parque en el que nunca he estado, en un sueño del que no estoy seguro de que se produjera y de un recuerdo, la mañana que me despierto, que se esconde y se aferra al corazón.

Prefiero pensar que todo es relativo a la creencia de que todo ya está escrito, porque eso es lo que desea el miedo, que todo esté construido, que todo sea ya y que además sea certeza. Ese camino del silencio, de pocos colores, cruel en su destino, amargo e irrompible. Lo que desean los enemigos de lo humano, cada vez más numerosos, los impostores, aquellos que imponen que la vida sea una forma de morir despiadada.

Te beso sin rozar tus labios, me agarro a tu mano cálida y suave, manos que son la bondad, que existen, que se entrelazan en otras, que te salvan de una oscuridad sigilosa, en un sueño del que no estoy seguro de que se produjera y de un recuerdo, la mañana que me despierto, que se esconde y se aferra al corazón.

El tiempo es una fábula, y también es una biblioteca en la que no se pasan páginas. Los libros han sido quemados y se prohíbe tocarlos. Y lo peor de todo, nadie ha escrito esa norma, nadie lo dice. Son los carteles de silencio, las sillas, las mesas, el polvo de las estanterías, las reglas de los pocos.

Y no sé qué más es el tiempo. Lo que si voy aprendiendo, e intuyo que será hasta el fin de nuestros días, es crear en ese tiempo. Todos pensamos en educar a las nuevas generaciones en nuestra forma presente de adultez, y así gastamos, y hemos gastado a lo largo de la historia de la humanidad, un tiempo que nos falta. Imaginar, imaginar y crear. Crear un tiempo que nos falta, que siempre nos falta. Crear en el vacío que hallamos después de la herida, de lo que duele y rompe. Crear en la plenitud, cuando pensamos que hemos llegado a una de las miles de cimas absurdas. Crear todo el tiempo, en el tiempo que nos falta.

La sociedad de la creación, igual que sufrimos otras etiquetas, pero está vez a favor de lo común. Es peligrosa, la creación atenta al poder, cuestiona la riqueza de unos pocos. La creatividad es temeraria porque es la única que es capaz de destrozar el sistema en el que muere un niño cada hora en un país de África, mientras un emir se baña en un jacuzzi de oro. Crear inunda la ignorancia del otro. Crear hace que amemos mejor, no más, si no mejor. Crear abraza la posibilidad de equivocarnos, eso que tanto promueven en frases hechas utilizadas para motivar no sé qué historia. Errar no es aprender para no volver a cometer el error, errar es una oportunidad para crear algo nuevo, con el fallo siempre presente, como si fuera un faro, sin perderlo de vista.

Y hasta aquí el tiempo que nos falta, que no es lo mismo que el tiempo que no tenemos, si no el tiempo que nos arrebatan cada día.

PABLO DÍAZ COBIELLA

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