Nómadas

1 de noviembre de 2021 16:10 h

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Mi infancia transcurrió entre la casa de mi abuela paterna Doña Juana Cruz, en mitad del camino Pampillo, en Todoque, y la casa de mi otra abuela María Dolores Martín, en el barrio de La Laguna. A mi abuela Juana la recuerdo como una buena mujer. Tenía una alegría especial en su mirada que transmitía de manera casi irremediable. Creo que por esa razón tenía un árbol de Navidad junto a la escalera durante todo el año. Su perro, Chiquito, era un especialista en encontrar una piedra que lanzaras en mitad del descampado que había al lado de su casa. Razones más que suficientes para que un niño de 7 años quisiera visitar la casa de su abuela. Si a eso le añadimos una medalla de oro, 100 pesetas, que solía gastarme en dos ensaimadas en casa de María Delia, la visita se convertía en uno de los mejores días de la semana. Cuando mi madre venía pasaban largas horas hablando sobre versos antiguos y antepasados lejanos. 

Mi madre es hija de Dolores Martín. Mi abuela nació en una casita con un tejado a cuatro aguas con una cruz dibujada en los más alto para que la protegiera de infortunios. No en vano esa casa ha sobrevivido a los terremotos de tres volcanes, aunque el último tenga su lava a unos 200 metros. Hace poco encontré una inscripción en el esqueleto del tejado que decía 1908. Mi abuela Dolores era una mujer con carácter, forjado en las penurias de la vida. Hija de Francisca Martín y Daniel Gómez, tuvo que sacar adelante a varios de sus hijos cuando mi abuelo Demetrio partió a Cuba por 7 años, sobrevivió a una pleuresía y enterró a varios de sus hijos (de niños), uno de ellos ahogado en la tarjea (acequia) que pasaba enfrente de su casa.

Hoy,1 de noviembre, mi madre los recuerda a todos encendiendo una vela. Con la mirada triste y perdida en la casa que un amigo, Gustavo de la Cruz, me ha dejado en La Breña y sin saber si su casa desaparecerá para siempre en ese inmenso manto negro. De sus 75 años, 74 y 10 meses los ha pasado en su casa de La Laguna, quitando algún ingreso hospitalario sin mucha importancia o alguna promesa al Cristo de La Laguna y a La Virgen de Candelaria. Su vida ha transcurrido en el mismo lugar. Si la lava acaba engullendo su casa, y la burocracia no nos deja regresar al lugar para volver a empezar, no imagino otro futuro que vagar por las periferias de ese campo de lava, como nómadas en una caravana buscando algo que nos haga recordar.

Dedicado a todo esos antepasados, hombres y mujeres, que lucharon contra sequías, hambrunas, piratas y volcanes para que esta tierra siguiera perteneciendo al Reino de España y ahora sus descendientes se pueden ver obligados a abandonarla.

*Isidro Cruz es licenciado Historia del Arte y presidente del Club de Ajedrez Isla Bonita.

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