Crónica

Un niño maniatado en la proa del cayuco

José María Rodríguez / Gelmert Finol

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De entre los 13 menores que se bajaron del cayuco, todas las asistencias se fijaron de inmediato en Mohamed: fue de los últimos en desembarcar, no era el más pequeño ni se encontraba especialmente mal, solo le costaba caminar, como a todos... pero ¿por qué llevaba las manos atadas?

Sucedió el 3 de abril, poco antes de las 15:00 horas, cuando un cayuco con 63 hombres a bordo enfiló por propios medios la bocana del puerto de La Restinga, en El Hierro, y se acercó al muelle sin tiempo casi para que Salvamento Marítimo pudiera reaccionar.

Sus ocupantes llegaron a tierra en aparente buen estado; fue una asistencia relativamente sencilla y tranquila para los equipos de emergencia de la isla, que desde el verano pasado no han parado.

Sin embargo, tanto los sanitarios y los voluntarios de Cruz Roja, como los policías asignados al muelle presenciaron algo que ninguno había visto en todo este tiempo: cuando casi todos los ocupantes estaban ya en tierra, del cajón de proa salió un muchacho maniatado y con el cuerpo entumecido, han relatado a EFE testigos de la escena.

Era Mohamed, un chico de 16 años de Mali, que no quiso dar muchas explicaciones en ese momento de lo que había pasado en la travesía.

“Hubo problemas”, fue lo único que le sacaron pocos después en el centro de atención de San Andrés voluntarios de la Iglesia que se acercaron a él, extrañados por las marcas de ataduras que aún conservaba en sus muñecas, confirman en la parroquia de El Pinar.

Como sus 62 compañeros de travesía, Mohamed se ha enfrentado a una de las travesías migratorias más peligrosas del mundo, la Ruta Canaria, un recorrido en océano abierto que en estos meses resulta particularmente difícil, por el viento y el intenso oleaje.

Habían salido de Nuakchot (Mauritania) probablemente en la noche del viernes 29 de marzo al sábado 30. Llegaron el miércoles 3 de abril a El Hierro, la isla de la última oportunidad, con una fortuna que probablemente ninguno de sus ocupantes ignora, porque todo el que se sube a un cayuco asume que corre el riesgo de hundirse o, peor, de quedarse a la deriva y morir de sed.

Solo en lo que va de año, se han perdido en el Atlántico 22 cayucos que salieron de Mauritania hacia Canarias, con más de 1.500 personas a bordo, según datos recopilados por la ONG Caminando Fronteras, que monitorea de forma constante la Ruta Atlántica, en contacto con las familias. Uno de ellos acaba de aparecer en Brasil, con los cuerpos de sus últimos nueve ocupantes a bordo.

Mohamed tuvo la suerte de cara, pero le atacó el mismo peligro, la sed. Según han contado varios de sus compañeros de travesía, bebió agua de mar, se deshidrató y comenzó a delirar. Por eso lo ataron.

En las largas travesías desde Gambia, Senegal o Mauritania hasta Canarias, es relativamente frecuente que uno o varios ocupantes de una patera sufran alucinaciones: por la dureza del mar, por la falta de sueño, por el miedo que atenaza a todo el que se ve en medio de la nada, a merced de las olas..., pero sobre todo, por la sed, que acaba dañando al cerebro. Y el agua de mar solo agrava el cuadro.

Es un proceso físico. Si la deshidratación avanza, las neuronas mueren y esa persona sufre delirios, puede que convulsione. A veces, algunos migrantes saltan por la borda creyendo que tienen la costa cerca o que podrán nadar hasta un barco lejano en el horizonte.

Otros se descontrolan y representan un peligro para la estabilidad del bote. Cuando eso ocurre y el miedo a volcar aterra a todos, no es extraño que a bordo del cayuco impere la ley del sálvese quien pueda y que alguien resuelva la situación de la forma más terrible.

“Hubo problemas”, dijo Mohamed para eludir la pregunta. Es posible que aún rabiara contra quienes lo redujeron de esa manera, también cabe que hubiera empezado a entender que quizás le salvaron la vida. Al fin y al cabo, solo era un niño maniatado en la proa de un cayuco.