Canarias Ahora Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
Salazar: el mapa de poder en el PSOE y en Moncloa que lo convirtió en impune
Así son los nuevos grupos terroristas de extrema derecha
OPINIÓN | 'La sociedad infantil y la libertad de expresión', por Enric González

Plasticidad: el truco secreto de la naturaleza para sobrevivir… hasta cierto punto

23 de agosto de 2025 19:22 h

0

El cambio climático no solo calienta el planeta: está alterando la forma en que los seres vivos crecen, se comportan y sobreviven. Un concepto clave para entender estas respuestas es la plasticidad fenotípica, que es, en palabras simples, la capacidad de un organismo de “cambiar sobre la marcha” para adaptarse a lo que ocurre a su alrededor. Imagina un camaleón cambiando de color, o un pingüino que se acurruca con otros para conservar calor. Son ajustes que no requieren cambios genéticos inmediatos, pero que pueden marcar la diferencia entre vivir o morir.

La plasticidad puede afectar el cuerpo (tamaño, forma, color), la fisiología (cómo funciona el metabolismo), el comportamiento (qué come, dónde vive) o incluso la comunidad de microbios que vive en nosotros y nos ayuda a sobrevivir. Hay respuestas anticipatorias —cuando un organismo “predice” lo que vendrá, como una planta que florece antes de que llegue la estación seca— y responsivas, que ocurren después de que el cambio ya está aquí, como producir toxinas solo cuando un insecto comienza a comer sus hojas. También existen cambios reversibles (pueden deshacerse rápido) e irreversibles (quedan para siempre).

El problema es que el cambio climático hace que las señales del entorno sean menos confiables. Antes, las estaciones y otros ciclos eran más predecibles; ahora, los eventos extremos y las variaciones abruptas confunden a los organismos. Esto significa que las respuestas anticipatorias —que dependen de pistas claras— podrían fallar o volverse dañinas. Por ejemplo, algunas aves crían a sus polluelos sincronizadas con la aparición de ciertos insectos, pero si el calor hace que los insectos aparezcan antes de lo normal, las crías podrían quedarse sin alimento.

Lo que ocurre con un solo organismo puede escalar y cambiar el equilibrio de comunidades enteras. Si el calor reduce el tamaño de un pez presa, puede afectar a su depredador, y así en cadena a todo el ecosistema. La plasticidad también influye en las relaciones entre especies. En la depredación, por ejemplo, un pez más pequeño puede escapar de ciertos depredadores o, por el contrario, convertirse en presa de otros. En la competencia, algunas plantas logran ajustar su uso de agua o luz para mantenerse competitivas incluso en condiciones de sequía o calor extremo. Y en las relaciones de mutualismo o parasitismo, los vínculos muy ajustados —como el que existe entre polinizadores y flores— pueden romperse si las señales ambientales cambian.

Además, no estamos solos: bacterias, hongos y otros microbios que viven en nosotros también pueden adaptarse y ayudarnos a resistir estrés térmico. Sin embargo, si el calor los daña, nuestra salud o supervivencia puede verse comprometida.

Los investigadores proponen combinar dos formas de estudio: un enfoque de abajo hacia arriba, que analiza cómo responden individuos y poblaciones y cómo esas respuestas repercuten en las comunidades; y un enfoque de arriba hacia abajo, que observa los cambios en ecosistemas completos para entender cómo influyen en las especies y sus comportamientos. Integrar ambas perspectivas ayudará a predecir mejor qué especies podrán adaptarse y cuáles necesitarán ayuda para sobrevivir.

En resumen: la plasticidad fenotípica es como un kit de herramientas que tienen los seres vivos para responder al clima cambiante. Pero este kit no es infinito ni tampoco es siempre fiable: algunas herramientas podrían perderse, otras volverse menos efectivas. Entender cómo y cuándo funciona esta flexibilidad será clave para conservar la biodiversidad en un planeta cada vez más impredecible.