La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha estado acompañada de dictámenes polémicos que afectan desde el problema de la migración hasta las relaciones internacionales, pero también está relacionada con uno de los aspectos claves que ha determinado su ascenso y su continuidad en el poder: el control y la tergiversación de la información, que es sinónimo de censura y fascismo.
Esta limitación en la libre disposición de una materia prima esencial como es la información, necesaria y crucial para multitud de asuntos de nuestras vidas, forma parte de una nueva etapa de la humanidad y del orden mundial: influir directamente en las decisiones personales y educar a la sociedad en la desinformación para manipular su pensamiento con el fin de beneficiar a unos pocos. Este proceso no es nuevo, pero nuestra dependencia de la tecnología, la gran cantidad de horas que estamos conectados a Internet a través de la telefonía móvil y la participación activa y en masa en redes sociales determinan que muchas de esas decisiones estén asociadas al tipo, los recursos y las fuentes de información que consumimos.
Por eso, Trump ha concebido que su dominio político debe estar ligado a los oligarcas tecnológicos, personalizados en cuatro grandes figuras: Jeff Bezos (Amazon), Mark Zuckerberg (Meta, dueña de Facebook, Threads, Instagram y WhatsApp, entre otras), Elon Musk (X y Tesla) y Sundar Pichai (Alphabet, a la que pertenece Google). Cada uno de ellos dirige una serie de productos tecnológicos y comerciales que están presentes, a distinta escala, en la economía y la sociedad estadounidense y en el resto del mundo.
Trump sabe perfectamente que la mejor manera de llegar a cada hogar es a través de esta alianza tecnológica, donde la inteligencia artificial jugará un papel crucial, con una difusión intensiva y extensiva de la información viciada para crear un ambiente que le favorezca. De hecho, la reciente jugada estratégica de Zuckerberg de eliminar los verificadores de información en Facebook responde a un evidente criterio para que las noticias falsas acrecienten su radio de acción. Esto abre a puerta para que el Gobierno estadounidense manipule la información a su antojo y de una manera más directa, además amplificar cuestiones relativas a incitar al odio y la violencia, que forman parte del relato de dicho presidente.
Si a esto le sumamos que en 2023 se reactivaron las cuentas de ese político en las redes sociales de Meta, tras su suspensión en 2021, de cara a la campaña electoral que le llevó precisamente a ser elegido presidente, es evidente que empresas de información como Facebook tienen una hoja de ruta que está en consonancia con los fines de Trump.
Asimismo, hay que tener en cuenta que la desinformación le permitirá ahondar en la seguridad nacional de Estados Unidos, que siempre está afectada por el virus que representan otros países y que es una de las cuestiones básicas en las que se sustenta el patriotismo y la idiosincrasia de esa nación.
Este blindaje informativo del referido presidente altera conscientemente la realidad en la que viven los habitantes de su país, pero también adultera el conocimiento global, cuestiona el avance de la ciencia en muchas de sus vertientes (sobre todo en la medicina) y presenta al resto del mundo como un potencial enemigo que quiere desestabilizar y destruir los valores de un territorio que no representa para nada el paradigma de una democracia.
De todos modos, no se ha llegado a esta situación de forma azarosa, sino que es una reordenación de las formas y los métodos con los que anteriormente se practicaba ese control informativo en Estados Unidos, pero que ahora es de mayor envergadura por el componente de expansión de las redes sociales, que afecta al resto del planeta y en un espacio de tiempo cada vez más reducido por la interconexión tecnológica. Esto provoca que la desinformación se expanda por esa vía en cuestión de horas e implica a millones de personas, con los consiguientes efectos en la economía y en la geopolítica, que son las dos bazas de todo este entramado que rodea a Trump.
No obstante, todo esto está directamente relacionado con la percepción del mundo que tienen los estadounidenses, que son los que lo han arropado para ocupar la presidencia. Estableciendo un marco comparativo, Europa se ha desarrollado a base de un mestizaje milenario, con amplios e intensos movimientos migratorios de población en su suelo, pero también con invasiones y guerras, incluidas dos mundiales, generando paralelamente un enriquecimiento multilateral en temas patrimoniales y de conocimientos diversos gracias a los romanos, los griegos, los musulmanes, los judíos y los “bárbaros”, entre otros. Por el contrario, la población de Estados Unidos entiende que su país es una isla, rodeada de tiburones, representados por el resto de naciones del mundo, las cuales son muy inferiores en todos los aspectos, de ahí su propia concepción de su territorio como un espacio necesariamente blindado donde solo importa su cultura política y social y sin ver más allá de sus fronteras. Exceptuando los migrantes que llegan por obligación, es una cultura que no ha convivido con otros pueblos y sociedades, con lo cual no tiene otras referencias más que las suyas, acrecentando así un nacionalismo exacerbado que le conduce a rechazar todo lo externo.
Esto está en consonancia con ese intento del control global de la información, de sus vías de difusión y del fortalecimiento de la desinformación que tanto se estila en Estados Unidos. Esa misma sociedad europea que, con sus imperfecciones, trata de desarrollar un modelo democrático de convivencia, ajustándose al respeto de normas comunes, debería plantearse urgentemente la posibilidad de que sus instituciones públicas abandonasen sus perfiles en cualquiera de las redes sociales relacionadas con los referidos oligarcas. También hacer lo propio con sus servicios vinculados al caso concreto de Google, que está contribuyendo notablemente a la reorganización mundial de la información digital, acorde con la política de Trump, y la recopilación de datos para su comercialización ilegal. En ambos casos, se trataría de un ejercicio de transparencia democrática, lucha contra la manipulación informativa y mediática, seguridad de la ciudadanía y, sobre todo, salvaguarda de la ética.
Hemos puesto el grito en el cielo porque un megalómano ha regresado a la presidencia de Estados Unidos, una persona que es la antagonía del verdadero sentido de la política que se practicaba en Atenas, cuna de la democracia. Trump solo es otro político más con una visión imperialista, pero, a diferencia de otros, su imperio se construye con desinformación, la destrucción del pensamiento crítico y un arma de destrucción masiva denominada algoritmo.