Steven Forti: “La extrema derecha ha creado enormes crisis de identidad en la derecha tradicional”

Steven Forti.

Iván Alejandro Hernández

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¿Cómo se definen las extremas derechas actuales? ¿Ha vuelto el fascismo? ¿Qué se puede hacer? Son las preguntas que trata de responder Steven Forti (Trento, 1981) en su libro Extrema derecha 2.0. Qué es y como combatirla, que ha presentado en Las Palmas de Gran Canaria el pasado 8 de abril. El investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa y profesor asociado en la Universitat Autónoma de Barcelona considera que las extremas derechas son las mayores amenazas para las democracias liberales en la actualidad. Son “formaciones que son mayoritarias, que gobiernan en algunos países. Y que han conquistado en buena medida la hegemonía cultural, en muchos países y en muchos ámbitos”, señala.

En el ámbito académico, Forti trabajó el fascismo histórico durante sus años en el doctorado, sobre todo, con estudios biográficos de dirigentes de izquierdas que se pasaron al fascismo en Italia, España y Francia, en los años de entreguerras. “Es un tema que siempre me ha interesado. Y el auge de esas formaciones políticas, me llevó a plantearme, a partir de los debates de fondo que hay de si ha vuelto o no ha vuelto el fascismo, qué hay de nuevo, qué hay de distinto y qué se mantiene”, explica.

Forti entiende que estas formaciones “son algo distinto al fascismo histórico”. Esto, a su juicio, no quiere decir que no haya elementos de continuidad; sin embargo, considera que “el mundo, la sociedad y las políticas han cambiado”. En este escenario, dice que hay un elemento clave que las diferencian: las nuevas tecnologías, como las redes sociales y, en este sentido, estima que “estas formaciones políticas han entendido antes y mejor que los demás sus potencialidades, no solo para viralizar sus discursos e intentar hacerlos hegemónicos -con mucho éxito en la mayoría de los casos-, sino también para, por ejemplo, recaudar datos y poder elaborar una estrategia comunicativa y propagandística personalizada”.

También pone sobre la mesa otro asunto: la existencia de redes globales que trabajan en poner en relación los ambientes ultraconservadores o ultraderechistas. “Se suele escuchar que Vox y el Trumpismo son cosas distintas; es cierto que hay diferencias, pero hay una serie de elementos que comparten. También Viktor Orbán, Marine Le Pen, Matteo Salvini… podemos hablar de una macrocategoría que se puede declinar en plural: extremas derechas 2.0 o nuevas extremas derechas. Son muchas las referencias ideológicas, las estrategias de comunicación que comparten y, además, están conectadas”, detalla Forti.

¿Cuáles son los elementos comunes que definen a las extremas derechas?

No solo no reivindican el fascismo y no se declaran fascistas. A veces, inclusive, rechazan la definición de ultraconservadores. Se definen como personas de bien, demócratas, que defienden lo que la gente común piensa. Y como mucho, que defienden los valores conservadores. Pero difícilmente van más allá de eso. Y menos aún reivindican implícitamente o realizan unas conexiones directas con las dictaduras fascistas o extremas derechas del pasado. Si acaso, hay guiños para un determinado elector que puede entender lo que se está diciendo. Como elementos en común, hay una serie de cuestiones que comparten: el ultranacionalismo, la crítica al multilateralismo, el tema de la ley y el orden, la defensa de la seguridad, una manera de concebir el mundo autoritaria, los valores ultraconservadores, el rechazo a la inmigración, la islamofobia o el intelectualismo. Son las características principales. Pero también comparten una serie de estrategias comunicativas y políticas. Hay un exacerbado tacticismo en su forma de comunicar y de presentarse, que tiene diferentes vertientes. Por un lado, la voluntad de marcar la agenda mediática y mantener la iniciativa política con sus temas de debates, muchas veces de forma provocadora. Por otro, la capacidad de cambiar de posición, cayendo en contradicciones que no parece que les impacte mucho. Y luego tienen la transgresión o la provocación. Como que las extremas derechas se presentan como antisistemas, critican a una supuesta hegemonía cultural de izquierdas, a una dictadura progre. Reivindicar la libertad de expresión frente a una supuesta censura de lo políticamente correcto.

¿Por qué el caso de Viktor Orbán en Hungría es el que mejor representa a la extrema derecha?

Sobre todo, por una razón: gobierna desde hace 12 años con mayoría absolutísima en un país que además está en el corazón de la UE. Y ha ganado las elecciones y gobernará, como mínimo, cuatro años más. Ahí vemos como la ultraderecha desarrolla políticas y defiende un modelo de país y de sociedad. En otros países no hemos tenido esa posibilidad, de ver hasta donde llegaría la extrema derecha si tiene los números. Orbán volvió al poder en 2010, en un momento complejo en el ámbito internacional y de política interior de Hungría, con mayoría absoluta. Reformó, al cabo de un año, la constitución, empezó a recortar derechos y empezó a construir una sociedad que es una cleptocracia oligárquica, desde el punto de vista de la gestión del poder. Hay un grupo de gente vinculada a Orbán, a su familia y a su partido que controla las instituciones y las grandes empresas, empezando por las de comunicación; más del 90% están en manos de gente vinculada al gobierno. 

La Hungría de hoy en día está en el camino de convertirse en un régimen autoritario. Pero aún está en un régimen híbrido, es decir, no es una democracia plena, pero tampoco es un régimen autoritario al 100%. Hay quien de forma más coloquial ha hablado de una democradura, es decir, hay partidos en la oposición y unas elecciones que más o menos son limpias. Pero los medios están controlados por el poder; las leyes y los colegios electorales se cambian según lo que más le convenga al partido en el poder y hay un recorte de derechos notable. En la TV pública húngara, durante toda la campaña electoral, el candidato de la oposición, que era uno solo porque se habían unificado en contra de Orbán, tuvo 5 minutos de entrevista en toda la campaña. La misión de la Organización por la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), que estuvo controlando las elecciones, dijo que fueron elecciones limpias pero no justas, porque la gente no tenía el derecho de informarse. Y luego en el ámbito social. Es ultraconservadora. Los derechos de las minorías no existen o están muy debilitados comparados con lo que era la Hungría de antes, aunque tampoco era el paraíso de los derechos.

¿Qué papel juega la derecha?

Esa es la gran cuestión y la que me preocupa más en los últimos tiempos. Yo creo que la derecha conservadora tradicional, democrática, es el anillo débil de nuestras democracias. Porque por primera vez tiene un competidor fuerte a su derecha que tensiona mucho su postura y le crea enormes crisis de identidad. Si miramos lo que ha pasado, podemos observar cuales han sido las respuestas que se han dado a esta competición en el espacio de la derecha. Y ha habido, en general, dos tipos de respuesta: uno, el de Merkel, es decir, no pactar con la extrema derecha, cordón sanitario o democrático y se quedan fuera; la otra ha sido la postura de Silvio Berlusconi desde los años 90 y con sistemas políticos distintos, la EE.UU o el Reino Unido. Por un lado, legitimar estas fuerzas, abriendo las puertas del gobierno, pero como aliados minoritarios, para obtener una mayoría y poder gobernar. Y por el otro, sistemas mayoritarios bipolares, como en EE.UU: dentro del propio partido republicano se creó una corriente, primero el Tea party y luego el trumpismo.

Para evitar que la extrema derecha canibalice a los conservadores y se convierta en hegemónica, asumen una parte de su discurso para dejarlos que sigan siendo minoritarios. Esto a veces les funciona, desde su punto de vista. Como Boris Johnson en Reino Unido, donde el Brexit party casi ha desaparecido, es ultraminoritaria. Pero al precio de ultraderechizarse, que es el objetivo de la ultraderecha: movilizar a todo el sistema político a virar hacia la derecha y a los conservadores a ultraderechizarse. Y, por otro, intentar pactar con ellos y canibalizarlos. El PP, durante el tiempo de Pablo Casado, vivió una profunda crisis existencial de no saber qué hacer; si pararles los pies o pactar con ellos. Veremos que pasa con Alberto Núñez Feijoo, pero ha entendido que si quiere volver a la Moncloa, necesita a Vox. Parece que aceptan comprar algo de ellos, pero esta elección es una derrota para cualquier demócrata porque se está ultraderechizando un partido que debería ser democrático.

¿Vox como encaja en las extremas derechas?

Es la declinación española de lo que son las extremas derechas 2.0. Evidentemente, Vox tiene peculiaridades. Es un partido que ha nacido más tarde que otros. El Frente Nacional (Le Pen) existe desde los años 70 y tiene un arraigo desde los 80. La Liga Norte de Salvini empieza en los años 80. Vox nace en 2013 como una escisión del PP. Muchas de las otras formaciones no son escisiones de la derecha democrática, sino que nacen a la derecha, sin una militancia previa de sus dirigentes fundadores en la derecha democrática. En España está el tema catalán, que ha sido como la espoleta que ha permitido su avance electoral. Tiene sus peculiaridades, pero es a toda regla un miembro de esta gran familia global y comparte la mayoría de rasgos, de características, de referencias, de objetivos, de estrategias de estas formaciones. Además, Vox es miembro de uno de los dos grandes partidos de la ultraderecha en el ámbito europeo. Tiene relaciones con todos ellos, ha organizado una cumbre en Madrid a la que ha ido Orbán, Le Pen… es un partido que tiene relaciones muy buenas con el mundo ultraconservador trumpista. Iván Espinosa de los Monteros (vicesecretario de Relaciones Internacionales de Vox) en 2019 estuvo en la conferencia de acción política conservadora que organiza el mundo más conservador dentro del partido republicano. Rafael Bardají, que trabajó en los gobiernos de José María Aznar en Defensa, también en FAES y fue el enlace entre la administración de Aznar y la de George Bush en los 2000, salió del PP, entró en Vox y le permitió empezar a tener relaciones en EE.UU. Y Vox tiene una estrategia muy clara depenetración en América Latina. Está trabajando mucho esas relaciones internacionales.

¿El nacionalismo sirve de contrapunto en determinados territorios de España para el crecimiento de Vox?

Si miramos los resultados de Vox en las nacionalidades históricas, Catalunya, País Vasco o Galicia, es cierto que Vox ha tenido una penetración menor. En Catalunya, un poco más en las últimas elecciones. Veremos qué pasa en las próximas autonómicas, porque en 2019 Vox aún era muy nuevo y en las municipales y autonómicas tuvo resultados menores que en el ámbito estatal. Parece que le cuesta entrar en esos territorios. Pero depende y dependerá de muchas cosas: de lo que hagan otros actores políticos, lo que haga la derecha democrática en esos territorios, donde hay un nacionalismo distinto al español que juega un papel en la dinámica política.

Pero yo me defino como internacionalista y creo que el nacionalismo es una carta siempre muy peligrosa por parte de la izquierda si la quiere jugar. El nacionalismo son emociones, no es algo racional. Es una conexión con los orígenes, la tierra, la sangre o la patria. A veces jugar esa carta puede ser contraproducente a medio y largo plazo. Yo soy muy escéptico con el nacionalismo. No digo que sea conservador o reaccionario, puede serlo o no. Hemos tenido nacionalismos liberales en Europa con tintes de progreso. Pero se debe tener mucho cuidado en cómo se utiliza. Porque despierta reacciones emotivas que no sabemos cómo se pueden transformar. Personalmente, no me parece una carta que sea útil, productiva o eficaz a largo plazo para la izquierda.

En Canarias la extrema derecha no ha entrado en ninguna institución, ¿cuáles son los elementos que propician que una fuerza como Vox crezca en un territorio?

Podría dar respuestas fáciles diciendo que a Vox no le interesa mucho Canarias. Pero tampoco en muchos sitios se daban las condiciones perfectas para que creciera y al final pillaba el 15 o el 20% de los votos. Y no solo de Vox, también en otros contextos nacionales. Yo creo que hay cuestiones muy concretas que facilitan el auge de formaciones políticas, pero mucho responde al clima de una época. Cuando Trump ganó las elecciones en 2016, la ola trumpista influyó en todo el mundo occidental. No es casualidad que Bolsonaro gane en 2018 y no en 2014. Vox tiene resultados relevantes en algunos sitios sin tener estructura arraigada en el territorio. También tiene que ver con la crisis de la democracia liberal, el aumento de la desconfianza hacia las instituciones, la debilidad de los partidos políticos tradicionales, que ya no son lo que eran, y crean una especie de anticuerpos. ¿Cuánta gente es militante hoy en día? ¿Cuánta gente es afiliada? Y luego también hay otra cosa: la gente tiene una percepción de desprotección, de inseguridad. Y la derecha tiene una respuesta muy simple, pero muy eficaz: llegan migrantes, dicen que vienen a quitar el trabajo y piden el cierre de las fronteras. ¿Por qué en Canarias Vox no ha entrado con fuerza a pesar de todas las características? Puede que el tema de la nación y el nacionalismo influya, hay una derecha fragmentada en Canarias que ocupa parte de ese espacio y la extrema derecha se aprovecha de espacios vacíos. Y puede que Vox no haya entrado en Canarias con fuerza porque la considera una autonomía secundaria.

¿Qué crees que sucederá en Europa?

Se ha producido una ultrederechización de la opinión pública y los debates. Eso ya es una realidad, no es el futuro. ¿Qué comportará esto? Dependerá de qué decisiones se tomen. ¿Qué legitimidad se le dará a la ultraderecha en instituciones comunitarias y en cada país? ¿Qué respuestas se darán a las crisis existentes? La de Ucrania, la pandemia, la socieconómica fruto de la pandemia y la crisis las instituciones. La extrema derecha ha venido para quedarse, no va a desaparecer de un día para otro. Los problemas que explican el auge de esas formaciones siguen ahí. Los económicos, los cambios de una sociedad multicultural, la polarización existente, la crisis de la democracia... hasta que no se aborden esos problemas y se intenten solucionar de una forma democrática en el futuro próximo, la extrema derecha estará ahí. Puede subir o bajar, pero seguirá siendo un actor constituido en nuestros sistemas parlamentarios democráticos. Y en algunos casos, como en Hungría o Polonia, podrá hacerse con el poder. No tenemos que ser fatatalista y decir que el futuro será Hungría para todos. Podemos hacer cosas para modificar esa dirección. Dependerá lo que hagan los gobiernos, los medios de comunicación y la sociedad civil. 

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