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La Isleta exporta dignidad

“Durante los años 90 reiteraron la idea de que la realidad no podía ser cambiada, que debíamos resignarnos al camino único neoliberal. Una cultura de la derrota, amnésica e hipócrita, caló hondo en los sentimientos de millones de personas. Pero otra realidad venía demostrando lo contrario a través de miles de actos individuales y colectivos”. Y entre los anónimos protagonistas seleccionados por el cineasta y diputado nacional de Proyecto Sur por Buenos Aires, Fernando Pino Solanas, para el documental La dignidad de los nadies (Cinesur, 2005), dos emigrantes grancanarios, isleteros por más señas, en la capital federal argentina: Fermín y Cándido González Santana.

Mediante la cinta, “he querido revelar las pequeñas victorias y hazañas cotidianas de los nadies, alternativas y propuestas solidarias que demuestran como este mundo puede ser cambiado”, continúa el prólogo del también candidato a presidente de la República Argentina en la elecciones de 2007. No en vano, los hermanos González Santana protagonizaron una de las primeras ocupaciones de una empresa en quiebra por parte de los trabajadores durante los meses posteriores al corralito financiero de diciembre de 2001, colofón de la recesión económica sufrida por Argentina desde finales de la década precedente como consecuencia del déficit fiscal y la deuda externa generados por la paridad con el dólar aplicada por Carlos Menem.

Ante las dificultades del taller gráfico Gaglianone, una imprenta fundada en 1923 y especializada durante el último cuarto del siglo XX en catálogos y libros de arte, Fermín González (Las Palmas de Gran Canaria, 1937) intuyó la quiebra: “Le dije a mi hermano que no había que malgastar, sino guardar plata porque nos íbamos al pozo”. Y, efectivamente, la empresa contrajo una deuda de 400.000 dólares con los trabajadores, se declaró en suspensión de pagos y trató de vender la maquinaria, pero “los compañeros se pusieron bravos y armaron mucho quilombo con el patrón hasta que tomaron la empresa pacíficamente y no dejaron sacar nada”, recuerda Fermín, de baja médica por aquella época convulsa y ya jubilado ahora después de toda una vida laboral dedicada a la imprenta.

Resistieron varios intentos de desalojo policial y continuaron con la edición de libros por su cuenta y riesgo durante varios meses hasta que, tras un proceso político y judicial expropiatorio, lograron convertirse en dueños del taller. Una sociedad anónima con una plantilla de hasta medio centenar de personas se transformó por iniciativa de ocho ex trabajadores en la Cooperativa Chilavert Artes Gráficas, nombre de la calle sede de la imprenta, y ahora emplea a una quincena de socios para editar material de organizaciones sociales y culturales independientes, como la editorial de origen canario El ángel caído. Y, además, la nave industrial del barrio de Nueva Pompeya alberga numerosas actividades a diario al funcionar también como centro cultural alternativo y aula de educación popular.

A juicio de Pino Solanas, las fábricas recuperadas por sus ex trabajadores demostraron que, “con la autogestión y sin estructuras jerárquicas de gerentes y capataces, podían producir con eficiencia y calidad”. De hecho, el fenómeno se generalizó en el país a partir de la crisis de 2001 y se afianzó a lo largo de la década pasada hasta englobar ahora a 205 sociedades con un total de 9.362 trabajadores, según el estudio Las empresas recuperadas en la Argentina, 2010 del programa Facultad Abierta de la estatal Universidad de Buenos Aires. “Son una realidad consolidada del panorama laboral, económico y social del país y han llegado para quedarse y seguir creciendo”, concluye la investigación coordinada por Andrés Ruggeri.

“Es jodido, ni sos de acá ni de allá”

Para quedarse y crecer, precisamente, emigraron los adolescentes Fermín y Cándido González en 1951 y 1953, respectivamente, años después de la partida de su madre hasta Argentina. Tiempos de dictadura y penurias en España. “Gracias a Perón [Juan Domingo, presidente argentino durante los periodos 1946-55 y 197374] llegaban barcos con maíz y trigo de Argentina al puerto [de La Luz] y funcionaban las panaderías. Mi mamá vino porque se quedó viuda y en España no había trabajo para los hombres, así que menos para las mujeres. Tenía familia en la Argentina y enseguida consiguió trabajo en la casa de una señora de alta posición, quería progresar y que progresáramos nosotros”.

Casado con una argentina, con cuatro hijos, 10 nietos y 1 bisnieto, Fermín González nunca solicitó la doble nacionalidad, pero no regresó a Gran Canaria hasta 2001. “La parte vieja de La Isleta es igual que lo que recuerdo de pibe, aunque entonces iba a buscar tunas a las montañas y ahora todo son edificios”. A pesar de repetir visita a la isla redonda en 2004 y proyectar otro viaje para próximos años, no piensa abandonar Argentina. “Tengo discos canarios por todos los lados y la tierra se lleva en el corazón, pero no puedo volver a vivir allá porque ya llevo mucho tiempo acá. Es jodido. Ni sos de acá ni de allá. Mi hijo hizo el camino a la inversa y ahora me habla en catalán”.

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