Del anonimato a las “intenciones sexuales” de editores, un recorrido por la literatura escrita por mujeres

Imagen de archivo de una mujer escribiendo en un cuaderno

Nayra Bajo de Vera

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“Me sigo encontrando con editores y escritores que se acercan a mí con intenciones sexuales”, afirma una poeta canaria que prefiere permanecer anónima. “Crees que se acercan por cómo escribes” pero “se aprovechan de las ganas de trabajar de mujeres jóvenes”, asegura. Esta hipersexualización forma parte de la brecha de género que persiste en la literatura, donde la escritora ha experimentado distintas formas de paternalismo y condescendencia: “No te preocupes, que yo te ayudo a mejorar a escribir”.

Explica que a ello se suma la dificultad para difundir su trabajo por el hecho de vivir en el Archipiélago, así como la “mirada exotizada” que tiene la sociedad fuera de Canarias de lo que son las Islas. Opina que esta forma de concebirlas “no juega a nuestro favor”, dado que fomenta los estereotipos.

Destaca, además, la “preocupante ausencia de mujeres en los libros de texto”. Si bien reconoce que en la actualidad hay una mayor difusión y concienciación a la hora de investigar la historia del arte, recalca que los puestos directivos del sector suelen estar ocupados por hombres y que, a menudo, se identifica a las mujeres por quiénes son sus maridos.

Sobre ello escribió Joanna Russ en su libro Cómo acabar con la escritura de las mujeres (1983). En él, recoge una serie de “señales que dejan traslucir entierros prematuros”, como las prohibiciones formales, el ninguneo, el aislamiento o la negación de la autoría, entre otras formas de silenciamiento.

La autora señalaba que “hay muchísima más literatura de calidad escrita por mujeres de lo que nadie se imagina”. Incluso, admite, más de lo que ella misma creía. Asegura que las mujeres “se han colado en el canon oficial una y otra vez”, aportando técnicas peculiares, excentricidades y temas considerados como no adecuados.

Por ello, manifiesta sus sospechas de que parte de la escritura de mujeres fue “adelantada a su tiempo”. Añade que es comparable a lo que “ocurre con las células y las coles”, y es que “el crecimiento solo tiene lugar en los márgenes de algo”.

Joanna Russ también señaló la falta de modelos a seguir, un patrón que se sigue reproduciendo en la actualidad. Desde 2009 hasta 2018, el Plan de Fomento de la Lectura de la Dirección General del Libro desarrolló un programa de encuentros literarios en institutos de todas las comunidades autónomas. Según un informe del Ministerio de Cultura y Deporte del Gobierno de España, el 78,85% de estos fueron protagonizados por hombres presentando su obra. 

Durante los cuatro primeros años señalados, las cifras de encuentros impartidos por hombres superaron el 80%. En el cómputo total, las mujeres ocupaban el 21,15% de estas actividades. Algunos años, tan solo el 15%.

El informe de Cultura también señala que las mujeres tuvieron una media de 1,4 intervenciones, mientras que los hombres, de dos. Por tanto, ellos no solo tuvieron más oportunidades de dar a conocer su trayectoria a la juventud, sino que además lo hicieron con mayor intensidad.

“Cubrir un cupo” o mirar la calidad

Katya Vázquez, coordinadora en la sección de literatura del Ateneo de La Laguna, cree que “la paridad viene sola” cuando se evalúan las obras por su calidad. Para ella, es “impensable” que los ciclos literarios que organiza desde la institución no tengan representación femenina: “Se me vienen muchísimas mujeres a la cabeza con una excelente calidad literaria en Canarias”.

Vázquez, también poeta e investigadora en la Universidad de La Laguna, reconoce una falta de inclusión de mujeres en los libros de texto, pero considera que también “están carentes de muchísimas otras cosas”. Por ello, cree que la labor docente ha de pasar por elaborar el material que es relevante pero no está reflejado en los planes oficiales.

No obstante, señala la gravedad de que existan guías docentes en universidades que no incluyan o apenas contemplen a unas pocas mujeres. Insiste en que “se nota” cuando el profesorado enseña literatura de creación femenina “por cubrir un cupo” y cuando se imparte “porque es impensable pasar esa asignatura y no haber conocido, por los menos, a Las Sinsombrero, a María Luisa Bombal, a Delmira Agustini, a Teresa de la Parra, a Gertrudis Gómez de Avellaneda…”.

Hablando de esas grandes escritoras, Vázquez destaca lo que la apasiona de la filología y la investigación: “Te das cuenta de que esas mujeres que creías que eran musas realmente escribían los textos a sus maridos o propiciaban que estos escribieran; te das cuenta de que muchos hombres, en realidad, eran seudónimos de mujeres; te das cuenta de la cantidad de mujeres que había escribiendo junto a esos hombres canónicos, que hay que leer, pero ¿por qué limitarse a leer solo el canon?”.

A este respecto, la investigadora recuerda “lo que han tenido que luchar” las escritoras para poder publicar su obra a través de nombres masculinos. Por ello, considera que el seudónimo de Carmen Mola es “una estrategia comercial para crear controversia y vender a través de ella”, mientras los escritores que lo utilizan “ocupan espacios que no les pertenecen”.

De espacios también habla Ivette Dalianna, escritora grancanaria de ascendencia afrocubana. En su caso, cuenta que la atraviesa una “doble condición” como mujer racializada que aumenta la brecha de género. Asegura que es “un hecho” la necesidad de fomentar la escritura y publicación femenina, pero también mirando a hacer visible la diversidad en cuanto a formas de escribir y colectivos sociales.

Dalianna señala que los espacios que priorizan y sirven de altavoz para narrativas como la suya son menos abundantes. Lamenta que “las obras de mujeres racializadas no tienen mucho canal de difusión”, aunque destaca que esa desigualdad ha llevado a la creación de otros recursos específicos que sí se enfocan en ese aspecto.

Entre ellos, menciona la Plataforma Cero, un proyecto de “construcción colectiva, autogestionado, antirracista y transincluyente”, cuyo objetivo es impulsar a escritoras y escritores nóveles a través de la mediación con editoriales. 

La vocación librera

María José Legarza, de la Librería de Mujeres, concuerda en que existe literatura, aunque no toda, que fomenta la estereotipación de las mujeres, así como en “la forma de tratar temas relacionados con las pandillas o el amor romántico, sobre todo en novelas juveniles”, cosa que la librera tilda de “peligroso”.

Asegura que cuando ella y su hermana Izaskun abrieron la Librería de Mujeres de Canarias, ubicada en Santa Cruz de Tenerife, cumplieron “un sueño”. Tal y como cuenta, su idea siempre fue especializarse, y cuando se dieron cuenta de que la mayor parte de lo que habían leído en su adolescencia y juventud fueron libros escritos por hombres, no dudaron en cuál debía ser el pilar del establecimiento.

María José Legarza insiste en que su librería es un espacio pensado para “descubrir, redescubrir y sacar a la luz a muchas mujeres que siguen siendo desconocidas”, una cuestión que se vuelve aún más necesaria para aquellas que escriben desde la periferia.

Respecto a la controversia por el seudónimo de Carmen Mola, Legarza considera que fue “innecesario” y “una tomadura de pelo”. Al igual que la filóloga Katya Vázquez, alude a tiempos anteriores en los que las mujeres utilizaban nombres falsos de hombres “por necesidad” para poder ver su obra publicada.

Aunque afirma que “aún queda mucho por avanzar”, se congratula de que “se está avanzando y cada vez se publica a más mujeres de todas las épocas y nacionalidades”. Además de obras contemporáneas, algunas editoriales están reeditando textos que estaban descatalogados. “Es el caso de las mujeres de la generación del 27, que nunca se volvieron a editar hasta prácticamente el 2020”, señala.

Respecto a la labor de la Librería de Mujeres, admite que “sigue dando mucho miedo el ensayo feminista”, pero se alegra de que hay gente que tiene claro que se trata de un espacio abierto a todas las personas, no solo a las mujeres, que quieran leer literatura creada por ellas. Sabiendo que continúan en el camino de poner en valor a las escritoras, concluye: “Seguimos luchando”.

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