Qué ver en Funchal: pequeña guía de la capital de Madeira en un par de horas
Madeira es uno de los destinos de naturaleza cercanos más notables de Europa. La isla es un verdadero paraíso para los amantes del senderismo, del montañismo de ‘baja intensidad’ y hasta puede satisfacer las demandas de amantes de la playa medianamente exigentes. Las famosas Levadas maderienses (canales de conducción de aguas que se han ido excavando en las laderas de los montes desde hace 500 años) son el punto culminante de cualquier visita a la isla: junto a los canales corren caminos que se adentran en los densísimos bosques de la isla culminando en los Caldeiraos (calderas de origen volcánico), innumerables Cascatas o el caminos que van muy arriba buscando las cumbres de la isla y los alrededores del Pico Ruivo, la principal de las alturas de Madeira. Pero la isla da para mucho más que para caminar y quedarse boca abierto con la fragosidad de un monte que tiene tintes de verdadera selva. Madeira es también un lugar para bucear en una versión insular y atlántica de la cultura portuguesa. Arquitectura, gastronomía, algunas curiosidades antropológicas más que interesantes…
Hay dos cosas que sorprenden de Madeira (más allá de su famoso aeropuerto). El entorno en el que se asienta (con una diferencia de altura de más de 500 metros con los barrios más alejados de la costa y un verde que apabulla) y la uniformidad de un urbanismo que respeta al milímetro las líneas de la arquitectura tradicional lusa. El resultado es una ciudad muy bonita de ver: lleva de lugares encantadores y sitios interesantes. No abundan los grandes edificios históricos (como sucede, por ejemplo, en algunas ciudades históricas de la vecina Canarias), pero nada desentona y todo está en su sitio. Y eso se agradece. Todo se articula en torno a la confluencia de las dos ribeiras que llegan a la ciudad (Largo do Pelourinho). Aquí se levantó el Fuerte de San Felipe (hoy pueden verse sus restos convertidos en yacimiento arqueológico) y el Pelurinho, la columna que servía de símbolo del poder real. En un radio de un par de centenares de metros de aquí se concentra la ciudad histórica.
Que ver en Funchal.- Empezamos el paseo en la Avenida do Mar (y dar un paseo por la Praza do Povo) junto al arranque de la Avenida Zarco. Aquí te vas a dar cuenta de lo bonita que es la ciudad. Bonita de verdad. Zarco se mete en el corazón de Funchal junto al Palacio de San Lorenzo (Zarco, sn) un recinto mitad palacio mitad fortaleza que es símbolo de la soberanía portuguesa sobre la isla desde el siglo XVI (hoy alberga un museo de historia militar). Este palacio es una muestra de lo que ofrece la ciudad: pulcritud, orden, mimo extremo por los edificios históricos. Zarco desemboca en la Avenida Arriaga (en un punto presidido por la Estatua de João Gonçalves Zarco y con el marco del propio Palacio de San Lorenzo, el Banco de Portugal y la sede del gobierno regional): hacia la derecha la Catedral de Funchal (Rua do Aljube) –gótica, preciosa, con unos artesonados mudéjares increíbles- y hacia la izquierda el Jardín Municipal (Rua Ivens, 11). Y entre medio un casco histórico deliciosamente cuidado donde dominan el blanco, la piedra volcánica, la madera y la teja.
Callejear por aquí es una delicia. E ir descubriendo los diferentes rincones que ofrece la ciudad: la Plaza Colombo (aquí se encuentra el curioso Museo del Azúcar); el Colegio Jesuita (Rua dos Ferreiros), la espectacular Plaza do Municipio (donde se concentran la sede del Ayuntamiento, el Museo de Arte Sacro y la Iglesia de San Juan Evangelista) o el entorno de la Ribeira de Santa Luzia.
Subir por la Calzada de Santa Clara.- La bonita Rua das Pretas desemboca junto a la portada de la Iglesia de San Pedro y su sencilla pero bonita portada renacentista. Junto al templo tienes el Museo de Historia Natural de Madeira (Rua da Mouraria, 33) con una biblioteca histórica muy bonita y un curioso acuario. Justo entre estos dos lugares arranca la Calzada de Santa Clara una vía monumental que atesora un verdadero trío de ases: la Casa Museo Frederico Freitas (Santa Clara, 7) –con una interesante colección de artes decorativas-, el Convento de Santa Clara (Santa Clara, 15) y, sobre todo, la Quinta das Cruces (Calçada do Pico, 1), un soberbio conjunto palaciego del siglo XVII con amplios y bonitos jardines que hoy alberga un museo histórico interesante de ver –sobre todo por la espectacularidad de la casa y sus zonas verdes-. Puedes terminar esta primera incursión en los ‘barrios altos de Funchal’ visitando el Castillo de São João Baptista do Pico (Rua do Castelo, 17), una fortaleza del XVI con vistas brutales sobre la bahía y la ciudad.
Más allá de la Ribeira; el Carmo y la Rua de Santa María.- El casco histórico de Funchal está partido en dos por dos ribeiras (verdaderos ríos gracias a la generosa pluviosidad de la isla). Entre las ribeiras de santa Luzia y Joao Gomes se encuentra el pequeño barrio de El Carmo. El principal eje monumental de esta zona de la ciudad es el conjunto que forman el Largo do Carmo (una plaza muy bonita) y la Iglesia do Carmo (Largo do Phelps, 13). Aprovecha para callejear antes de cruzar la Ribeira de Joao Gomes para buscar el histórico Mercado dos Lavradores (Latino Coelho) y la Rua Santa María, una callejuela que corre en paralelo a la costa con tramos en los que apenas caben dos personas codo con codo. Esta calle termina en la Iglesia de Santa María la Mayor (Santa María, 281), un tempo barroco muy bonito de ver (no te pierdas su interior con techos pintados, azulejos y bonitos retablos).
Un paseo junto al mar.- El mar es el otro gran organizador urbanístico de la ciudad. Funchal se organizó en torno a su puerto y gracias a la Avenida do Mar, la relación con el Atlántico se hace a través de paseos, jardines y plazas que combinan cuidado y buen gusto. Todo muy portugués. Podemos iniciar el paseo marítimo en el Parque de Santa Catalina (Av. do Infante, 18), una plaza muy bonita y cuidada junto a la Marina de Funchal. Aquí se encuentra, por ejemplo, el Museo CR7 (Praça CR7, sn), un centro dedicado al héroe local Cristiano Ronaldo. El camino del mar hasta el Castillo de Santiago pasa por la Praça do Povo y la Praia do Almirante Reis. El Largo do Socorro y El Lazareto.- Después de dejar atrás el Castillo de Santiago nos topamos con la fachada barroca de Santa María La Mayor. Es el arranque del Largo do Socorro, un pequeño paseo marítimo con varios accesos al mar (una pequeña playa y un balneario -Complexo Balnear da Barreirinha-). Hacia Levante, el paseo se convierte en una modesta calle que, pese a su aspecto de lugar más bien sencillo, merece la pena el paseo. En un tramo de 1,2 kilómetros nos vamos a encontrar con varias joyitas que suelen pasar inadvertidas para la mayor parte de la gente que visita la ciudad: el Cementerio Judío (Lazareto, 14), el Fontanário do Largo do Lazareto (Lazareto, 52), el Mirador del Lazareto y la Punta del Lazareto (con su pequeña playa).
Bajar por los adoquines del Caminho do Ferro en los ‘carrinhos do cesto’.- El barrio de Monte se encuentra en lo alto de la ciudad coronado por la bonita Iglesia de Nossa Senhora do Monte (Rampa da Sacristia, 1), un templo de preciosa traza barroca que merece la pea ir a verse. Pero lo más importante de Monte no es subir, sino bajar. Pero vayamos por partes. Para aprovechar el paseo hasta aquí arriba te aconsejamos ir a ver primero el Jardín Botánico de Madeira (puedes tomar la línea 31 de los buses públicos de la ciudad en la Rua Visconde de Anadia) y tomar desde ahí el Teleférico hasta Monte o, directamente, el teleférico hasta Monte desde la Rua Dom Carlos I. Para bajar puedes hacerlo a través de los célebres ‘Carrinhos do cesto’ (Caminho do Monte, 4), unos trineos elaborados con madera y mimbre que servían para bajar mercancías y pasajeros desde Monte al centro de Funchal deslizándose sobre los adoquines de las calles. Hoy la costumbre se ha convertido en una de las atracciones turísticas más singulares de la ciudad y la verdad es que pese al precio (25 euros por persona) merece la pena lanzarse calle abajo con estos cestos que se acercan a velocidades de hasta 50 kilómetros por hora. El trayecto hasta la Estrada do Livramento (unos dos kilómetros en los que se descienden casi 600 metros) dura unos diez minutos y es un subidón de adrenalina. Esta antigua costumbre con casi 200 años de historia se ha convertido en una turistada, pero merece la pena.
Fotos bajo Licencia CC: Bex Walton; Hilmil1; Mark; Allie_Caulfield; José Manuel García; Ben Salter; Andrew Nash; Greg_FOT
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