Ushuaia: Un paseo por el fin del mundo

Vista de la ciudad de Ushuaia desde el Canal Beagle. VIAJAR AHORA

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Los Andes se acuestan poco a poco en una caída continuada que acaba por hundir sus cimas en el mar. En esta parte del mundo, la cordillera da un giro hacia el este después de su obsesión por cruzar el continente de norte a sur desde las cálidas aguas del Caribe a las gélidas espumas del lugar donde Atlántico y Pacífico libran una guerra perpetua y violenta que ha dado con cientos de barcos a pique y ha dejado viudas a miles de esposas de marineros de más de cien naciones. Resguardada de los vientos por este muro de piedra aún imponente, pese a no superar los 1.500 metros de altitud se encuentra la ciudad de Ushuaia; la más austral del planeta, se afana en autoafirmarse pese a mirar de reojo a la cercana Puerto Williams (en Chile), que se encuentra apenas una veintena larga de millas más al sur que el último puerto seguro de La Argentina. Pero pese al desliz geográfico, esto es el fin del mundo. Literalmente. Más allá, sólo hielos, frío, tempestades. Lugares poco aptos para el bicho de dos patas, que prefiere temperaturas más agradables y ambientes más proclives a la domesticación. Por allá queda esa Antártida para exploradores con agallas; paralelo 50 para navegantes intrépidos. Mito para los viajeros de verdad.

Poco más de 55.000 personas viven en ‘La Bahía del fondo’, que como los nativos yámanas llamaban a esta parte de la costa: ‘Ush waia’, en la lengua de los antiguos. Hasta finales del XIX fue tierra maldita para el blanco. Testigo de sonoros fracasos de colonización por parte de España y aún más desastrosos intentos de merodeo británico. Esta parte del mundo permaneció en manos de los ‘errantes del mar’ hasta que Argentina puso interés en hacer efectiva la soberanía sobre el lugar a mediados de la centuria del mil ochocientos. Entonces llegaron los evangelizadores anglicanos, los estancieros, las ovejas y los alambrados. Los aborígenes fueguinos fueron los que perdieron con el cambio. Y del asunto surgió esta ciudad extraña en la que todo tiene cierto marchamo de provisionalidad; como si fuera un lugar a medio hacer.

Ushuaia tiene la personalidad fuerte de los pueblos de frontera. Casas de madera y chapa que se apiñan en calles empinadas rodeadas de bosques y montañas nevadas, a su espalda, y por las aguas casi siempre calmas del Canal Beagle, al frente. Nació como pequeño pueblo al socaire de las misiones anglicanas que intentaban sacar a los fueguinos de “su estado de salvajismo más próximo a la animalidad que a la humanidad”, según describió Charles Darwin cuándo estuvo por estos lares. Poco después se convirtió en colonia penitenciaria en la que los más peligrosos criminales y los disidentes purgaban sus cuentas pendientes con el Estado. Ahora es una de las ciudades más turísticas de Argentina y puerto de salida de las mayoría de los cruceros que parten hacia el continente antártico. De todo un poco.

Naturaleza Indómita. El viajero inquieto y andarín encuentra en la ciudad todo un paraíso. La cercanía del parque Nacional de Tierra de Fuego es un aliciente, aunque a tiro de piedra se encuentran lugares mágicos como el Cerro Martial, o las lagunas de Los Témpanos y La Encantada (con sus pequeños glaciares). Lugares que requieren de pequeñas caminatas de un par de horas y que bien merecen una jornada de agujetas. De la ciudad parten diez senderos señalizados que recorren los puntos más interesantes de una geografía generosa en bosques, prados. La entrada natural al Parque Nacional de Tierra de Fuego es la Bahía Lapatia; hasta el lugar se puede llegar a través de la Ruta 3, que muere aquí después de arrancar 3.100 kilómetros más al norte en pleno centro de la Ciudad de Buenos Aires. Pero los turistas prefieren llegar al parque en el Tren del Fin de Mundo (Estación del Fin del Mundo, Ruta 3 Km. 3.065; Tel: (+54) 2901 431 600) un antiguo tren de vapor utilizado para transportar presos que hoy es una de las atracciones turísticas más importantes del país. En el parque, más allá de disfrutar de la exuberante naturaleza local, el viajero inquieto puede empezar a conocer un poco más de los hombres y mujeres que habitaron en estos parajes antes de la llegada de los europeos a través del magnífico Centro de visitantes Alakush.

Y después está la ciudad. La trama urbana requiere de apenas dos o tres horas de tranquilo paseo. La joya de la corona es el Presidio de Ushuaia (Dirección: C/ Yaganes sn; Tel: (+54) 2901 437 481; Horario: LD 10.00 – 20.00). Hoy, la antigua cárcel es un centro museístico en el que se puede rastrear la historia naval y la penitenciaria de la ciudad. La cárcel aún impresiona. La historia del recinto y las penosas condiciones de reclusos y funcionarios se mezclan con las biografías de algunos presos ilustres. Algunos por su condición de celebridades, como el mismísimo Gardel, otros por lo escabroso de sus crímenes. Es el caso del llamado Petiso Orejudo, un personaje que se hizo famoso en Buenos Aires por matar niños de manera cruel y sádica. Un recorrido por los corredores y celdas da una idea más que aproximada de las condiciones de vida de aquellos que tuvieron la mala suerte de caer acá. Los presos trabajaban en los bosques talando árboles. Se dice que no hacía falta vigilarlos; escapar y quedar a merced de las condiciones de Tierra de Fuego era peor que quedarse en la cárcel.

También merece una visita el Museo del Fin del Mundo (Dirección: C/ Maipú, 173; Tel: (+54) 02901 421 863), en el que se hace un recorrido por la presencia humana en la zona desde la época precolombina hasta el presente; restos de la cultura material de las poblaciones prehispánicas como arpones, cuchillos de piedra, anzuelos y trabajos en madera y hueso comparten espacio con especímenes disecados de la fauna de la zona. Además, el edificio es una de las mejores muestras de la arquitectura local. Otra joyita es el Museo Yámana (Dirección: Rivadavia, 56; Tel: (+54) 2901 422 874), que te da muchas claves para conocer en profundidad las culturas indígenas que se desarrollaron en la zona antes de la llegada de los colonos europeos. Las maquetas sobre la vida cotidiana son, sencillamente, magistrales. Toda una delicia que merece la pena.

Hay que darle a la pata para ver la ciudad desde los más diversos ángulos. Una caminata corta y aprovechable es la del Aeroclub de Ushuaia. Desde el extremo oeste de la Bahía se ven vistas impresionantes de la población y los picos y glaciares que la guardan. Para los fanáticos de la aviación, la excursión cuenta con el aliciente de ver dos reliquias de la historia de la aviación argentina. El DC-3 ‘Cabo de Hornos’, que en sus más de 40.000 horas de vuelo sirvió de nexo de unión entre Tierra del Fuego y el Continente. Cerca se encuentra la réplica a escala 1:1 del ‘Cóndor de Plata’, un Heinkel HD 24 biplano con el que el aviador Gunther Plüschow hizo el primer vuelo sobre Ushuaia en 1928. El piloto moriría en 1931 cerca de Calafate al estrellarse con su cóndor de madera, metal y tela. Otro de los clásicos de cualquier visita a la ciudad es dedicar, al menos, un día a navegar por el Canal Beagle a través de alguna de las empresas que ofrecen excursiones. La mayoría de los tours llevan al viajero hasta las islas más importantes del canal, donde pueden verse imponentes colonias de lobos marinos y zonas de cría de aves marinas, como los famosos cormoranes de Ushuaia.

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