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Espacio de opinión de Tenerife Ahora

Bruja (I)

Fer D. Padilla

Otra vez no… - pensó, cuando ella le dijo su nombre.

Segundos después del imaginario puñetazo que había sentido en el estómago, recobró la total consciencia y acertó a escuchar en un muy segundo plano que ella le preguntaba quién era él. Néstor respondió, con el nervio de un pájaro cuyas alas no había abierto todavía.

  • (…) Significa viajero, en griego…
  • Me gusta -dijo la misteriosa joven-. ¿Cómo has acabado aquí?
  • Pues… Ni yo mismo lo sé, supongo -reflexionó-. Pensarás que es una tontería.
  • Lo que creo es que es mentira -rio ella-. Tienes un enorme cartel encima de ti que dice que huyes de algo… o de alguien, ¿verdad?
  • Yo…
  • No importa -concluyó de forma empática.

Mil preguntas invadieron la mente de Néstor. De pronto quería saber todo sobre esa chica y los que la estaban esperando, casi apartados, sentados en mitad de la oscuridad que rodeaba aquel caserón.

  • Mira, todos los que estamos aquí hemos venido por razones parecidas -le aclaró ella.
  • ¿Tú también?
  • ¡Claro! Yo la primera. ¿Acaso sabes lo que le hacen a las brujas como yo en el lugar de dónde vengo? Tranquilo, has tenido suerte. Anda, date prisa. En media hora hemos quedado algunos en el salón para beber algo y luego salir al pueblo, por si te apetece venir.
  • Sí, sí, claro… -respondió, intentado evitar la incertidumbre de toda aquella situación-. Suena genial. Pero espera, ¿qué has dicho antes de que eras…?
  • ¡Corre, viajero! -lo interrumpió-, ¡que se te echa el tiempo encima!

Néstor entró en el hostal. Había reservado una cama en una habitación para diez personas. Medida autoimpuesta para evitar la posibilidad de estar mucho tiempo sólo o en silencio. De los otros nueve habitantes del cuarto, sólo había aparecido un muchacho alemán en una de las literas, mirando al techo, casi acariciando en las cuerdas de una guitarra demasiado buena para un principiante las notas de The wind cries Mary, de Jimi Hendrix. Decía llamarse Vinny. No llegaría a los veinte años. 

La habitación lucía completamente estéril. Lo justamente acogedora para que nada atrajera la atención a su interior, precisamente con la idea de resaltar el medio exterior: unas negras montañas que con la llegada del sol harían amanecer a los huéspedes en lo que prometía ser una celestial pradera.

Entre la extravagancia que desprendía el músico y la desconfianza que llevaba Néstor como armadura, muy poco se dijeron. El viajero sólo pensaba en aferrarse a lo bueno conocido. La sensación de haberle hablado a esa chica misteriosa, por más que fueran unos escasos minutos, le llamaba demasiado la atención como para perder un solo segundo más entreteniéndose por el camino. Deshizo el equipaje tan rápido como tuvo ocasión y se duchó a igual velocidad para, a continuación, presentarse en el salón.

La vista le pareció de lo más similar que había sentido nunca a estar en medio de un sueño arquetípico. Series de estanterías repletas de películas formaban un paréntesis alrededor de la dependencia. Detalle que le provocó la primera sonrisa sincera en muchos meses. En el fondo de la habitación, un ventanal daba a la noche más profunda que habían visto sus ojos y presidiendo el centro de la sala, una mesa, muy grande y vieja, hecha de una madera que parecía centenaria. Alrededor de ella, unos sillones infinitos destilaban comodidad y frente al conjunto, una chimenea más antigua que todas las personas juntas que allí se encontraban. De espaldas, en el suelo y frente al fuego se encontraba ella, jugando con una baraja de cartas a algo que él no acertaba a entender.

  • ¿Fumas? -le preguntó la chica.
  • ¿Cómo sabías que…? -comenzó a preguntar, sabiendo que la respuesta tampoco le importaba.
  • ¿Vienes fuera o no? -insistió, sonriendo. Siempre lo hacía.
  • Sí, sí, claro.

Haciendo tiempo bajo el todavía frío marzo, los demás permanecían en algún lugar del albergue, terminando de cenar. El muchacho estudiaba con la mirada a aquella criatura casi mitológica mientras ella liaba un más que apetecible cigarro.

  • ¿De dónde has salido? Quiero decir… Bueno, ¡qué carajo! esa era la pregunta que quería hacer exactamente.

Él mostro una risa nerviosa. Ella también enseñó la suya. No le costaba ser rápida expresándose. Lo justo como para recular un segundo después y darse cuenta de lo tenebrosa que podría estar resultando la mezcla de oscuridad imperante con el sonido de su conversación.

  • No te preocupes, no pasa nada. Así es como uno conoce gente, ¿no? Mira, yo nací en Colonia. Mis padres vivían allí y cuando éramos todavía pequeñas, nos llevaron a mi hermana y a mí a vivir con ellos a casa de mi abuela en León, que imagino que ese sitio sí que te suena más.
  • La verdad es que no he estado en ninguno de los dos lugares, pero vaya…, interesante combinación… y no has hecho más que dar un par de datos.
  • Sí, pero no creas…, realmente es superaburrido. Me encantaría ser bilingüe pero los idiomas nunca fueron lo mío. Te darás cuenta. Por eso vine aquí… Por eso y porque quiero ser un poco más yo misma, no pasar más tiempo siguiendo a otros.
  • Si quieres…, bueno, yo me quedo todo el fin de semana… Te puedo ayudar un poco con el idioma. Lo básico. Lo que nos dé tiempo, ya sabes.

Néstor miró al suelo, avergonzado porque creía que lo había dicho había sonado a arrogante ridiculez, en vez de fijarse en los detalles importantes que había contado. No era un buen momento para creerse con la capacidad de ayudar a nadie.

Levantó la mirada para explicarse y fue cuando se encontró con sus ojos mirándole fijamente. Se escudó en el humo y en la suficiente falta de luz para poder esconder su vergüenza y no girar el rostro de vuelta al pavimento. Allí, con la mirada anclada uno en el otro, se descubrieron sonriendo sin motivo.

Fue entonces cuando Néstor creyó por segunda vez que esa chica podría ser algo fuera de lo normal. Fue entonces cuando Néstor creyó por segunda vez. A secas.

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