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Alfredo Kraus, máximo belcantista del siglo XX (I)

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Lo bello es la manifestación sensible de la idea. (Hegel. Estética)

(En memoria de mi querido amigo Ángel Enríquez Cabrera, gran krausófilo).

Mis primeros recuerdos de nuestro conspicuo coterráneo Alfredo Kraus, y de su hermano, el barítono Francisco, se remontan a mis años infantiles en el colegio Corazón de María, actualmente Claret, en cuyo coro ambos cantaban ya en los último cursos de bachillerato y yo estaba en párvulos.

En el año 1961 inicié correspondencia con el que había sido famoso tenor, Giacomo Lauri Volpi, que mantuvimos hasta su óbito en 1979.

Yo no esperaba que contestase la carta de un desconocido operófilo grancanario que le consultaba sobre Alfredo Kraus, por lo que me sorprendió gratamente su amable respuesta a vuelta de correo, confirmándome que había oído atentamente al tenor palmense en los albores de su carrera en su casa de Roma, y que lo ratificó en el repertorio que había elegido, indicándole que estaba óptimamente preparado técnica y estilísticamente, augurándole un extraordinario futuro artístico, y exclamando entusiasmado “¡Así se canta! Hoy no hay tenor en carrera que cante así”.

El tenor literal de la susodicha carta, escrita en correcto castellano, es este: “Roma, 18 de Abril de 1961. Distinguido señor Carmelo Dávila Nieto: leo muy sorprendido lo que usted me refiere respecto a la poca estima que el tenor Kraus disfruta en su patria canaria por parte de algún círculo de ”dilettanti“. Kraus, hace casi cuatro años, vino acompañado por el corresponsal del ABC a mi casa romana para que yo lo oyera. Mi opinión fue que el tenor estaba en lo cierto técnica y estilísticamente, y le aconsejé dedicarse al repertorio lírico-ligero –Sonámbula, Rigoletto, Puritani, Barbero, Traviata, etc.- si quería hacer carrera en este país donde abundan las voces gordas y chillonas mas escasean las elegantes, extensas, seguras y moduladas. Kraus ha seguido mi sugerencia y ahora es el tenor más cotizado de aquel citado repertorio que hay en el teatro lírico. Lo he oído en la Ópera de Roma en Sonámbula. Su éxito ha sido rotundo. Inmediatamente cantó en Caracalla Traviata. Y en estos días está cantando la misma ópera en el mismo teatro –se refiere a la Ópera de Roma-. También en La Scala cantando en 1960 La Sonámbula fue muy bien acogido por el público y la prensa. Creo que los aficionados canarios no tengan hacia su compatriota otro sentimiento que el temor de ser engañados por la publicidad. Espero de todo corazón que mi modesto juicio valga para recoger alrededor de Kraus el unánime entusiasmo de todos los canarios. Ellos en el 1921 me trataron con inolvidable gentileza y muestras de satisfacción. Cordialmente. G. Lauri-Volpi”. Visité a este extraordinario tenor en Septiembre de 1975 en su domicilio de Burjasot, donde había fijado su residencia ya que su esposa, María, era valenciana, para conocernos personalmente y para entrevistarle para La Provincia, definiendo a Alfredo Kraus como el MÁXIMO BELCANTISTA DEL SIGLO XX, avalando así mi opinión. Belcantista es la suprema categoría del cantante operístico.

Seguí muy de cerca la carrera de Alfredo Kraus desde sus inicios. Le oi varias veces en el extranjero: dos en el Covent Garden londinense, cantando Werther y Los cuentos de Hofmann; en Hamburgo, Lucía de Lammermoor; en Munich, Werther; en Zurich, Los cuentos de Hoffmann; y en Viena Lucía de Lammermoor. En la península: Madrid, en el Teatro de la Zarzuela, Manón y Lucía de Lammermoor; en Bilbao, Lucrezia Borgia; y en Oviedo, Les pécheurs de perles. Todas estas actuaciones con clamoroso éxito de público mientras la crítica expresaba su asombro por su depurado canto; recuerdo especialmente a los críticos de Hamburgo que quedaron maravillados por su preciso, único y enfático fraseo. Su intervención en la Staasoper de Viena como Edgardo, en Lucía de Lammermoor, en Septiembre de 1986 fue apoteósica pues su aparición en escena fue recibida con una entusiasta y prolongadísima ovación, hecho que, según el también tenor palmense Suso Mariategui, residente en esa época en la capital austríaca, no se producía desde hacía veinte y cinco años con María Callas; después del recitativo y aria del último acto “Tomba degli avi miei…Fra poco a mi récovero”, los aplausos y aclamaciones rondaron la media hora, y eso porque Alfredo los interrumpió, llegándose al delirio en “Tu che a Dio spiegasti l’ali”.

También lo escuché en el Teatro Guimerá de Santa Cruz de Tenerife en un memorable concierto, y en los Festivales organizados por la Asociación Tinerfeña de Amigos de la Ópera (ATAO), interpretando La favorita, La Traviata, Lucía de Lammermoor, Werther y La fille du régiment. Y en Santa Cruz de La Palma, en un magnífico concierto en la plaza de Santo Domingo, con motivo de las Fiestas Lustrales de 1990. Y sin omitir sus actuaciones en el Teatro Pérez Galdós, tanto en óperas como en conciertos, y en el Auditorio que justamente lleva su nombre como homenaje perpetuo de su ciudad natal. Igualmente presencié sus memorables interpretaciones en los Festivales Populares de Verano celebrados en el Estadio Insular, cantando Marina, Doña Francisquita y Rigoletto, pues Lucía de Lammermoor se trasladó al Pérez Galdós porque se estaba replantando el césped del recinto balompédico.

En 1963 fue elegido para interpretar a Nadir en la reposición por el II centenario de Luigi Cherubini de su ópera Alí Babá en la Scala de Milán, que tuvo que esperar un año por él ya que era el único tenor que podía afrontar con total seguridad, garantía y brillantez la dificilísima tesitura aguda de la partitura, como se puede comprobar en la grabación en directo que está editada. También fue invitado especialmente por la dirección del teatro milanés para encarnar al vizconde de Sirval en el reestreno de Linda de Chamonix, de Gaetano Donizetti en Marzo de 1972, de la que también hay grabación directa. Igualmente participó en la reposición de la ópera Pepita Jiménez, de Isaac Albéniz, en el Teatro de la Zarzuela. En los 43 años de su excepcional y brillantísima carrera cantó 686 funciones de ópera y algunas de zarzuela, aproximadamente, 148 conciertos y la Misa de réquiem de Verdi en una ocasión. En los más de 30 títulos que constituyeron su repertorio no tuvo ni tiene actualmente quien se le iguale, pues está a años luz de todos los intérpretes de su época y de la posterior. Algunos críticos han lamentado que Alfredo Kraus no cantara más asiduamente a Mozart; estos colegas afirman que pudo haber sido el máximo tenor mozartiano del siglo XX de haberse prodigado más con el compositor salzaburgués, al que solamente cantó en diez ocasiones como don Ottavio en Don Giovanni, criterio que comparto.

Ya ha expuesto anteriormente que el legendario tenor Giacomo Lauri-Volpi definió a Alfredo Kraus como el MÁXIMO BELCANTISTA DEL SIGLO XX. Y este rotundo juicio es la comprobación absoluta de la realidad más palmaria, porque si belcantista es la suprema categoría del arte canoro, nuestro insigne coterráneo la alcanzó plenamente por su prodigiosa técnica, su perfecta impostación, su excepcional musicalidad, su exquisitez interpretativa, su extraordinaria sensibilidad artística, su admirable legato, su clarísima dicción en cualquier idioma pues las frases parecían esculpidas, su absoluto dominio de los pianos, pianísimos y filados, su riqueza de matices, su magnífica media voz –ahí están commo modélicas, entre tantísimas, sus interpretaciones de En fermant les jeux, conocida como El sueño, de Manon, y de Je crois encoré entendre, de Les pecheurs de perles-, sus diminuendos y crescendos, su incomparable técnica respiratoria, su fidelidad a la partitura, aunque en alguna ocasión emitiera una nota aguda no escrita, pero tradicional en la mayoría de los casos, “pecadillo” perdonable por el brillante remate de la ejecución que casi todos los directores, aún los más prestigiosos, aceptaban sin reservas, su impresionante fiato -o aliento por decirlo en castellano-, la pureza de su emisión sin forzar jamás el sonido en busca de efectismos pseudodramáticos tan en uso y abuso, sus escalofriantes agudos y sobreagudos que mantuvo hasta el final de su larguísima carrera, su asombrosa regularidad en sus actuaciones ya que NUNCA canceló una representación por enfermedad o afección vocal que, por supuesto, padeció, porque gracias a su prodigiosa técnica su voz no las acusaba, sonando fresca y penetrante, sin que el oyente y ni siquiera el crítico más experto lo captara. Fue un AUTÉNTICO VIRTUOSO CANORO en la más genuina acepción del término. Alfredo Kraus fue distinto, ÚNICO, no imitó a algunos de los maestros precedentes, creó su estilo personal, no abusó en modo alguno de los filados como Fleta, ni realizó tantas esfumaturas (desvanecimientos) como Schipa, solamente las justas para no desvirtuar la partitura.

Directores de la talla de Karl Böhm, que elogió entusiásticamente su depurado estilo mozartiano, Herbert von Karajan, Carlo María Giulini, Georg Solzti, Claudio Abbado, Giuseppe Sinopoli, George Prêtre, Zubin Metha, Charles Dutoit, Michel Plasson, Riccardo Muti, Tulio Serafín, que le consideró su tenor preferido, Franco Mannino, Jesús López Cobos, Miguel Ángel Gómez Martínez, Mario Cordone, que declaró: “En mi larga carrera direccional no he oído un tenor con la pureza canora de Alfredo Kraus, en la que supera incluso a Tito Schipa, uno de los cantantes más refinados del teatro melodramático”, entre un larguísimo etcétera, reconocieron su excepcional categoría interpretativa.

En cuanto a colegas: la magnífica mezzosoprano Giuletta Simionato, en una entrevista publicada en la revista RITMO, nº 500, Abril de 1980, declaró: “Estuve en Chicago recientemente y escuché, en el dúo de Los Pescadores de Perlas, en el aria de Werther y en una representación completa de Fausto a Alfredo Kraus. Hacía ya mucho tiempo que había dejado de creer en la perfección. Pero lo que escuché de Kraus me hizo pensar que la perfección si existe en algún caso rarísimo. La perfección, en todo caso, es hoy Alfredo Kraus. Me produjo tal impresión que antes de abandonar Chicago hice algo que quizá no había hecho con ningún otro cantante, y es dejarle una nota que decía: Mejor es imposible cantar”.

La extraordinaria soprano alemana Elisabeth Schwarzkopf manifestó: “Alfredo Kraus es el tenor que posee la más óptima técnica vocal de nuestra época”. La inigualable María Callas quedó totalmente impresionada por el joven tenor que cantaba con ella por primera y única vez en el Teatro San Carlos de Lisboa en 1958, con apenas dos años de carrera, y que no solamente le dio la réplica adecuada sino que recibió la mayor ovación de la representación –que oi por Radio Nacional de Portugal- con el aria De miei bollenti spiriti, y eso que en aquella época no interpretaba la caballetta O mío rimorso, con el Do natural; María Callas le dijo al tenor palmense: “Kraus, llega usted tarde para mí”. La máxima soprano española del siglo XX, Victoria de los Ángeles; la excepcional mezzosoprano Teresa Berganza; las grandísimas sopranos Renata Tebaldi, Pilar Lorengar, Renata Scotto, Joan Sutherland, Bárbara Hendrick y Edita Gruberoba, que en una entrevista publicada en la revista El Cultural, el 24 de Enero de 2001, a la pregunta ¿Cuál ha sido su modelo?, contestó sin ambages: “Sin duda, Alfredo Kraus. Todas las veces que canté con él me enseñó algo. Al final de su vida, mantenía la voz incólume. No sólo los sobreagudos, también las notas centrales, que es donde se suele notar la decadencia”; los excelentes barítonos Sesto Bruscantini, Piero Cappuccilli y Renato Brusson; el sensacional bajo Nicolai Ghiaurov, entre tantos relevantes cantantes cuya relación sería interminable, elogiaron sus sobresalientes virtudes como intérprete y como excelente compañero, habiendo recibido varios de los citados sus sabios consejos sobre técnica vocal, por ejemplo Bruscantini, que comenzó como bajo y Alfredo encauzó como barítono, convirtiéndose en un destacado belcantista; también el finado tenor grancanario Suso Mariategui recibió sus doctas enseñanzas.

Quiero rechazar contundentemente el tópico de la “frialdad” interpretativa que algunos “entendidos” le achacan. Alfredo se emocionaba y conmovía. Ahí están como pruebas irrefutables su sobrecogedor lamento de Federico, E la solita storia, de La artesiana, y su temperamental y modélico Werther, principalmente la célebre aria Pourquoi me reveiller, que convertía en unas joyas de incalculables quilates.

El sabía dominarse y no desmadrarse como otros tenores denominados “temperamentales” o “que sudan la camiseta”, según algunos “críticos” que confunden el canto con el deporte, y que para emitir un La o un Si parece que estén levantando pesas de 100 o más kilos; Kraus emitía el Re sobreagudo o el Mi bemol con naturalidad y sin esfuerzo y comunicaba con la audiencia, que se desbordaba en frenéticas aclamaciones y en interminables ovaciones, como he relatado. Un cantante frío no lo conseguiría; quizá la frialdad estuviera es ese “crítico” incapaz de conectar con la interpretación de nuestro paisano. Además, su repertorio belcantista y romántico no propiciaba los arrebatos “temperamentales” que violentan la autenticidad de la partitura.

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