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La elección de Obama, una buena señal para la recuperación económica

José García Abad / José García Abad

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La responsabilidad de George Bush en la catástrofe no hay que ceñirla a los fallos en la regulación y el control de la actividad crediticia, como señalan los críticos más piadosos, pues semejante descontrol no es casual y no puede aislarse de la filosofía neocon que le inspiraba ni del apoyo, escasamente filosófico, de los reaccionarios que pastoreaban su parroquia.

En realidad, semejante descontrol de banqueros, cajeros y brokers de distinto pelaje, es la consecuencia natural de la filosofía de la autorregulación, o sea, del libertinaje de los mercados y del achicamiento del Estado y la reducción de impuestos. Bush pasará a la historia, además de por la invasión de Iraq, por una política económica desaprensiva consistente en saquear a los pobres para entregar el dinero a los ricos, de un Robín Hood al revés. Bush ha significado una incitación al enriquecimiento sin límites ni escrúpulos morales de los poderosos a los que, además, se les eximía de todo compromiso fiscal.

Pero, independientemente del fracaso de una ideología y de la política inspirada en ella, en el terreno práctico de la economía y los negocios, George Bush, en los patéticos meses finales de su mandato, no ofrecía las condiciones mínimas de liderazgo que exigían las circunstancias. La primera gran noticia, la gran noticia, ha sido pues la desaparición de un formidable tapón para el cambio. Brindemos por la caída sin gracia ni honor de un mal presidente.

Si John McCain hubiera salido triunfador hubiera representado también el fin de Bush pero, aunque el candidato republicano intentó desesperadamente distanciarse de aquel, no pudo desmarcarse de su filosofía conservadora subrayada por la selección de su candidata a la vicepresidencia, la inefable Sarah Palin, y por el apoyo que le prestó el vicepresidente Dick Cheney, el personaje más siniestro de la Administración que ahora se extingue.

La elección de Obama es lo mejor que podía pasarle a Estados Unidos y al mundo, no solo en el terreno ideológico sino también en el de los negocios. No es Obama un peligroso izquierdista, desde luego, pero representa una alternativa reformista a un estado de cosas basado en la insolidaridad y en el supremo egoísmo. Obama, que ha escalado desde los más humildes niveles sociales, respeta el límite de lo posible y parece que entiende perfectamente el compromiso permanente entre la realidad y el cambio.

No es precisamente un iluminado como ha demostrado con la selección del candidato a la vicepresidencia, Joe Biden, un personaje de primera, que goza del respeto empresarial. Su elección no responde en exclusiva a la vieja técnica de una de cal y otra de arena que suele darse en las parejas presidenciales; Biden es un veterano de la política moderadamente progresista que ayudará a despejar las dudas que puedan quedar respecto al supuesto radicalismo del jefe. Es un hombre tranquilo que no respaldará aventuras pero que ha dejado clara su opción por el mundo productivo “limpio”, lo que significa atar corto a los master del universo que tan bien describiera Tom Wolfe en “La Hoguera de las Vanidades”, el mundillo de los operadores financieros sin escrúpulos y sin limites. Entre Wall Street que en castellano se traduce por la calle del Muro y Main Street, la calle mayor en el idioma de Cervantes, la calle de la economía real, se ha inclinado por esta última. Ni Baraka ni Biden ignoran la importancia del sistema financiero pero, siguiendo con el símil que les propongo, se puede decir que han optado por derribar el Muro de la Vergüenza y por la colocación de ladrillos para una nueva ética, la de la honrada laboriosidad. ¡Que Dios bendiga a América!

Obama ha elegido con sumo cuidado a su equipo económico, como pudo comprobar el “comando” del PSOE que se introdujo en el cuartel general demócrata durante la trepidante campaña electoral. Nada pues de experimentos con las cosas de comer pero al menos el equipo económico del presidente electo exigirá que los comensales se laven las manos.

Es posible que en el mundillo de los negocios se hubiera preferido a John McCain, que es más de los suyos al menos en un planteamiento a corto, pero la lógica de los mercados se impone sobre el color de las simpatías de los mercaderes. Me recuerda el caso de Lula, que fue visto como un peligro y que pronto ha sido santificado por el mundo empresarial.

*Periodista y analista político en El PluralEl Plural.

José García Abad*

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