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Aliviar la vergüenza

José A. Alemán / José A. Alemán

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Podrán estar o no de acuerdo con la petición de Gutiérrez, considerarla adecuada o extemporánea. Lo que quieran. Para mí es testimonial en una sociedad tan dispuesta a aguantar carros y carretones que Soria aparece como uno de sus productos significativos. Pero no por eso dejo de pensar que la trayectoria política soriana ofrece suficientes elementos de juicio para tener de él la peor opinión. Los dos últimos episodios, el de la magistrada Carla Bellini y el tirón de orejas del Banco de España, ni siquiera sorprenden en la línea al final de la larga estela de mala gestión y feos asuntos que arrastra sin que la sociedad le exija que, al menos, se ponga un poco colorado para salvar las formas.

Con el telón de fondo de esa trayectoria, subrayaré hoy que Soria no responde a los hechos constatados y a los argumentos que le lanzan con otros argumentos y otros hechos. Recurre a suposiciones, a juicios de valor, al sembrado de sospechas y a perversas tergiversaciones de la realidad cuando no a la mentira, a la demagogia y al matonismo político. Esa forma de actuar está en el origen de la nueva querella contra él de la Policía que el TSJC acaba de admitir a trámite.

Gloria Gutiérrez le pidió que abandone la política no por razones “curriculares”, sino tras el archivo de su querella contra los mandos policiales y cuantos pasaban por allí. Podrá estarse de acuerdo o no con la solicitud de la diputada, como digo, pero no puede negarse que tenía sus motivos y los expuso. La querella archivada, como saben, se prefabricó a partir del reportaje de Época sobre el supuesto Gal canario inducido por el propio Soria, a partir de la grabación ilegal de una conversación con Benítez Cambreleng; que ha presentado, a su vez, querella contra él por el engaño. Una trapisonda de las que hacen época, nunca mejor dicho, en la que no tragó el juez.

Gutiérrez dio razones fundadas, como digo. Soria, en cambio, no ofreció ningún argumento sino que acusó a la diputada psocialista de practicar un “fundamentalismo” que no se lleva ni en Irán; y frente a los que llama “radicales” del PSC, trajo a colación a Saavedra y sus críticas a López Aguilar. Ya me contarán qué tienen que ver Irán y las cuitas de Saavedra con el hecho concreto, aducido por Gutiérrez, del archivo de la querella de Soria a partir del reportaje de Época con pruebas que él mismo fabricó.

La querella fue otro intento de instrumentalizar la Justicia. Ya no la usa sólo para meterle miedo (y cárcel, de ser posible) a sus críticos, que no saben si mantenerlo en la sección de Política o llevarlo a la de Sucesos. Hacen falta muchas tragaderas sociales para tolerar y defender que quien ostenta la vicepresidencia de un Gobierno autónomo ande en trances de continuas querellas y salidas de madre. Aunque sea un Gobierno tan degradado como el de Paulino que consiente, justifica y hasta se complace con los desafueros sorianos.

Es ahí donde tiene sentido la petición de Gutiérrez de que coja puerta. Por inútil que parezca en una sociedad que admite acciones y actitudes insultantes para la ciudadanía que sólo se toleran aquí. El otro día González Viéitez reconoció su frustración ante lo que ha llegado a ser la autonomía canaria por la que tanto batalló. Me vino a la memoria, de nuevo, aquello de que la venganza de la Historia es dejar vivir a los idealistas lo suficiente para que sufran los excesos cometidos al amparo de sus ideas. No recuerdo quien lo dijo, pero ahí está. Fueron muchos los que lucharon, se sacrificaron, padecieron cárcel y hasta murieron para preparar el futuro en que estamos, de modo que la frustración de Viéitez no es retórica.

Con frecuencia, los conocidos y algún amigo me preguntan qué necesidad tengo de ocuparme de todo esto, dicen que debería pasar y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Les suelo aclarar que lo hago no porque espere nada, ya me contarán, a estas alturas, sino para aliviar mi vergüenza como canario ante lo que veo.

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