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Auge y decadencia del Hospital Universitario de Canarias

Santiago Pérez

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Un hospital es un organismo vivo y muy complejo. Por eso, su auge y su decadencia suelen ser el fruto de factores diversos.

Quiero dar una opinión, la mía, incompleta por necesidad y con inevitables dosis de subjetividad.

El HUC fue construido (y bautizado como Hospital General y Clínico) por el Cabildo tinerfeño con el laudabilísimo propósito de hacer posible la creación de la Facultad de Medicina y mejorar la atención hospitalaria, entonces en manos del Insalud. A la Corporación Insular solo le incumbía legalmente, mediante centros propios o concertados, la atención hospitalaria de las personas que figuraban en el “padrón de beneficencia”, por carecer de recursos económicos y no tener derecho a la asistencia sanitaria de la Seguridad Social. Por aquel entonces la sanidad universal parecía una quimera.

El Cabildo consideró imprescindible atraer a la nueva Facultad de Medicina a buenos profesores universitarios, de forma que la Universidad lagunera fuera para ellos algo más que un destino de paso. Y para ello se estableció un régimen especial que permitía desempeñar la actividad asistencial y la docente e investigadora en el mismo “horario” y percibir íntegramente dos retribuciones: de la Administración universitaria y del Cabildo Insular.

En mi opinión, esta compatibilidad completa tuvo frutos muy positivos tanto en la consolidación de la Facultad como en la del Hospital General y Clínico (que el director médico, Dr. Alberto Bethencourt, y un servidor rebautizamos como Hospital Universitario de Canarias para formalizar un liderazgo que era bastante evidente en la sanidad hospitalaria canaria en los años 80).

Fueron muchos y eminentes los doctores que arraigaron aquí y desarrollaron buena parte de su trayectoria asistencial, docente e investigadora entre nosotros. Creo que ninguno se habría de incomodar si pongo a Javier Parache como ejemplo de todos.

Aquel régimen excepcional estuvo en el origen de problemas internos y era percibida como no equitativa por excelentes profesionales --algunos con una auctoritas médica o quirúrgica indiscutible: valga como muestra la del inolvidable Dr. García Santos-- dedicados fundamentalmente a la labor asistencial y que no desempeñaban puestos relevantes en la Universidad ni, por tanto, disfrutaban de un régimen similar al de los que motejaban de “coronados”. Aún así, creo que aquellos estímulos del Cabildo fueron acertados.

No debo dejar de mencionar la labor que desempeñaron presidentes como Andrés Miranda, Rafael Clavijo, Galván Bello y José Segura en la creación y consolidación del HUC. Mi sincero reconocimiento para ellos.

Dedicaron ingentes recursos de la Isla, es decir, de todos, a afrontar la mejora de la sanidad hospitalaria tinerfeña y canaria sin atenerse a las competencias estrictas del Cabildo. La legislación local del franquismo y la Ley de Régimen Local de la democracia (artículo 28), hasta la reforma de 2013, lo permitían. Y a qué finalidad mejor podrían dedicarse unos recursos económicos de la hacienda insular provenientes en gran parte de los tributos del Régimen Económico y Fiscal.

Sin embargo, el tiempo, el implacable, siguió transcurriendo.

Y he aquí que, a partir de 1991, efectuadas las transferencias sanitarias a la Comunidad Autónoma se crea el Servicio Canario de la Salud. Y el Cabildo, en lugar de auspiciar la plena integración del HUC en la red hospitalaria canaria, prorrogó durante varios lustros una situación singular que ya no tenía ningún sentido, porque la gestión sanitaria ya no dependía de remotas autoridades estatales.

Esa circunstancia colocó al HUC en un limbo, en un terreno de nadie, en una incertidumbre estratégica que siempre tiene consecuencias negativas en cualquier organismo público o privado. Y más negativas cuanto más complejo sea ese organismo. Porque también en la realidad hospitalaria, se avanza o se retrocede. Se refuerzan los liderazgos o declinan.

Durante todos esos años (y también después de efectuarse la integración tardía del HUC en el SCS, con algunas “especificidades”; es decir, hasta ahora) las autoridades sanitarias de la Comunidad Autónoma se acostumbraron a tratar al HUC del mismo modo en que lo hacía el antiguo y lejano Insalud: aprovecharlo como propio y “pagarle” como ajeno (en inversiones, dotación de plantillas, financiación de los gastos corrientes…).

¿Por qué el Cabildo Insular, durante varias etapas corporativas presididas ininterrumpidamente por ATI (luego Coalición Canaria), se empeñó en mantener al HUC en aquel status excepcional?

En parte, porque el HUC era fuente prestigio, poder e influencia social. Y a una Institución o a un gobernante nunca les resulta grato desprenderse de todo eso.

Pero tampoco puede soslayarse que si el HUC se hubiera integrado tempranamente en la red hospitalaria canaria, hubiera sido muy difícil mantener aquella situación excepcional laboral y retributiva que logró prácticamente capear hasta la Ley 53/1984, de Incompatibilidades del Sector Público.

Lo que había sido un incentivo muy potente para consolidar al HUC como centro puntero del Archipiélago se fue convirtiendo, a través de la intensa influencia del “lobby” universitario sobre el Cabildo Insular, en una especie de derecho de veto gremial a la plena integración del Centro en la red hospitalaria del Archipiélago.

Era previsible que quienes consideraban aquel status un derecho adquirido presionaran para conservarlo. Es propio de la condición humana.

Pero que quienes tenían que defender la calidad y el liderazgo del HUC en interés de la ciudadanía hicieran dejación de sus responsabilidades, no.

De la decadencia del HUC --que ha hecho exclamar recientemente a alguno de sus más eminentes doctores: “parece que lo que quieren es cerrarlo”-- ni individual ni colectivamente nadie ha asumido ni asumirá responsabilidad alguna. Así era, en ésta y en otras cuestiones primordiales para la vida de los canarios, lo que algunos dimos en llamar “El Régimen”. Poder sí, todo. Responsabilidad, ninguna.

Durante medio siglo, numerosas personas dedicaron sus mejores ilusiones, vocación y profesionalidad al HUC. Su contribución fue imprescindible para el auge y ha logrado en buena medida amortiguar la decadencia del “Hospital”. A todas ellas, mi homenaje.

Santiago Pérez, ex presidente del Consejo de Administración del HUC (1983-1987).

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