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Espectáculo y muerte de Bin Laden

Juan García Luján / Juan Garcia Luján

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Las de la grandes cadenas de televisión están de enhorabuena. Los estados realizan las grandes producciones, las agencias nos envían los videos para introducir los hechos (a veces hay algunos fallos, por ejemplo, difundimos la foto de un Bin Landen ejecutado que en realidad es un montaje), pero bueno, más grave hubiera sido difundir la imagen del perro de Chona que también se llama Bin Laden. Después de emitir los videos de última hora puedes hacer una programación especial con el archivo de imágenes de las torres gemelas. En la última década ha muerto algunos millones de personas en guerras que casi ni nos cuentan, en hambres que no interesan o por enfermedades curables. Pero los casi 3000 muertos del 11 de septiembre en las torres gemelas han muerto tantas veces que podría decirse que duelen más que los otros.

Dice Obama que se ha hecho justicia. Y los telediarios repiten la palabra justicia mientras los yanquis saltan con sus banderas. Esa gente que grita en la calle U S A no son fanáticos, son ciudadanos felices porque mataron al hombre más malo del mundo. Serían fanáticos si fueran palestinos en Gaza y pidieran que mataran al presidente de Israel. Entonces serían vengativos y proterroristas. Pero los norteamericanos creen en nuestro dios, Obama nombra a dios en sus discursos, nosotros mandamos al cielo al papa y casamos bajo la ley de dios al hijo de la princesa, por eso nosotros, occidentales cristianos, no somos vengativos. Fíjense que nadie ha preguntado por los otros muertos. Dicen que uno era su hijo y los otros personal de su confianza. Supongo que en esa mansión de lujo habría un jardinero, o el señor que quemaba la basura o quien hacía de comer. Todos esos murieron con la balacera producidas por militares que entran en otro país. Todos eran culpables de algo: de ser hijo, de ser jardinero, de quemar la basura. Lo mismo dicen los terroristas que atacaron las torres gemelas: los que estaban allí eran culpables porque eran infieles.

El dolor es temporal, el orgullo es para toda la vida. Ese es el lema de los Navy Seals, el cuerpo de élite del ejército norteamericano que intervino en la operación contra Osama Bin Laden. Aquí no ha habido dolor maldito. Todo es orgullo por haber matado al hombre más malo del mundo. Bueno, ahora dicen que más malo es el número 2 de Al Qaeda, que todavía está vivo en algún chalet o alguna cueva. Pero que sepa que los Navy Seals tienen más helicópteros y que cuando sobrevuelen la casa del próximo malo no van a tocar el timbre.

El mundo no es más seguro ni más justo con Osama Bin Laden en el fondo del mar. Es igual de injusto. Pasarán hambre los mismos, seguirán los mismos sin agua potable, caerán los mismos en las mismas guerras, las mismas ocupaciones coloniales, las mismas bases militares para defender los mismos pozos de petróleo. Si no vamos a las raíces de los problemas, si no cambiamos un orden económico y político internacional injusto seguiremos cultivando la semilla del odio. Bin Laden era eso, un simple capataz agrícola dedicado a regar la semilla del odio. No se puede llamar seguro a un mundo con miles de muertos al día por enfermedades curables o guerras nacidas por la codicia.

Incluso Estados Unidos seguirá siendo un país de injusticia. El primer presidente del Tribunal Supremo de los estados Unidos John Jay lo dejó dicho: “La gente que posee el país debe gobernarlo”. Hoy poseen los estados los mismos que poseen los bancos y las cadenas de televisión. Ya no somos ciudadanos, somos telespectadores. En estos días ecucharemos a tertulianos expertos en nada explicarnos la muerte-espectáculo de Osama Bin Laden y comentar las encuestas que multiplicarán la popularidad de Obama. Volveremos a llorar a los muertos en la zona cero y a ignorar a los muertos que no salen en televisión. ¡Que siga el espectáculo!

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