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De la generosidad

José María Noguerol

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Hubo un tiempo en que este país parecía generoso. Consigo mismo, con su historia, con sus gentes. Luisito Suárez, futbolista coruñés que se fue hace unos días, era muy generoso en sus decires y haceres. Quizás por eso siempre estuvo en el olvido salvo de unas pocas personas. La transición política fue un gran ejercicio de generosidad, o eso nos pareció.

Contaba hace años Felipe González en un libro-conversación con Juan Luis Cebrián, que el general Gutiérrez Mellado le había pedido que no se desempolvaran las viejas historias y miserias de la guerra incivil y de la dictadura hasta que su generación, la del general, hubiera desaparecido. Así se hizo, ¿para qué ha servido? Hay generosidades que son de parte, que se ejercen sin llevar cuentas hasta que surgen las amenazas. Parece que el asunto de ETA tendremos que soportarlo como algo vivo hasta que deje de interesar a quien lo explota en su beneficio electoral. Poca generosidad, por todas partes.

Hay personas que hemos vivido la amenaza de la banda terrorista y que nos hemos alegrado cuando la barbarie se acabó, cuando la democracia ha ganado. En realidad, toda la sociedad española ha sido víctima paciente del horror. ¿Hasta dónde y hasta cuándo tiene que odiar? Sin generosidad no hay convivencia, no hay democracia, no hay nada. Aquellas gentes de la transición la ejercieron, probablemente sin mucha consciencia de ello. Los que éramos muy jóvenes, casi niños, ansiábamos revoluciones y rupturas, sin entender muy bien lo que estaba pasando. El tiempo les dio la razón a los generosos y calmó nuestras ínfulas. ¿De verdad mereció la pena tanto esfuerzo, tanta renuncia, tanto sacrificio? No lo sé.

El debate, los debates, se cuecen en medio de una ultracatólica que se casa, un cantante que va a ser padre con casi setenta años y unos acontecimientos deportivos patrios que no dan más de sí de tanto chicle que se les aplica. El reino de la mentira, de la falta de generosidad, lo inunda todo ante la estupefacción y los aplausos, casi al cincuenta por ciento. 

Qué fue de la generosidad. Qué fue de la concesión y de la cortesía, qué fue, en definitiva, de la buena educación, de la educación sin más, del respeto y de las formas. En apariencia, aburren. Casi todo es hosco. Las consecuencias de ello ni están invitadas al convite pero aparecerán de manera abrupta cuando nadie las espere. Y marcarán el presente y condicionarán el futuro.

Pienso en eso cuando observo una foto de Kundera, otro que se fue, misterioso como nadie, hacedor de títulos deslumbrantes y escritor de novelas un tanto tenebrosas. Otro Nobel pendiente por los siglos.

Rescato la generosidad como estilo de vivir y de ser, como forma de afrontar la incertidumbre, como manera de amortiguar la adustez reinante y el odio circundante. Cualquiera se la puede aplicar en su pequeño o gran ámbito. Le irá muy bien. No se olviden.  

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