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Ni hablar del peluquín

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Cuando yo era chico, los jóvenes que se rasuraban el pelo por encima de las orejas eran los tontos del pueblo o los soldados a los que obligaban a pelarse de forma infame. Por eso ahora cuando veo un partido de fútbol pienso que está jugando el equipo de los tontos del pueblo contra el de los reclutas. 

El problema de esto es que no son sólo los futbolistas o los baloncestistas los que se pelan de esta ridícula manera que se ha puesto de moda sino que hasta incluso los árbitros se rasuran así. Lo que no sé es si los árbitros son los tontos del pueblo o los soldados que se reenganchan en el ejército porque no tienen otra cosa mejor que hacer.

Sé que con los gustos no se puede ser contundente ya que es variopinto y multicolor pero a mí me parece horrible esta nueva moda de maltratar el cabello. Son como los piercings en la nariz que te asemejan a las vacas. 

También cuando yo era niño los únicos que tenían tatuajes horrendos eran los marineros, los legionarios y los reclusos. Hoy día parece que no te admiten en un equipo de fútbol si no tienes tatuado todo el cuerpo hasta el pescuezo. 

Hoy un futbolista profesional sin tatuajes es una rara avis, un mirlo blanco, aunque ciertamente también cada vez es más raro ver a jóvenes sin ellos. Incluso los que no tengan nada que ver con el fútbol ni con ningún deporte.

Pero qué coño le ha podido pasar a esta sociedad para considerar bonito algo que objetivamente siempre ha sido feo, antiestético y marginal. 

Es inexplicable que haya tanta gente que pague por parecer más fea de lo que aún es. Es como la moda innoble de los pantalones campana o de los incómodos zuecos, que en mi adolescencia y primera juventud hacían furor entre todos los pipiolos.

Supongo que la mayoría de esta gente que ahora se tatúa y se pela al ras, en un futuro más o menos cercano se morirá de vergüenza y se dejará crecer el pelo por encima de las orejas, al tiempo que tratará de borrar con láser todas las letras y las imágenes tatuadas de manera hortera y artera.

Ojalá los reyes de oriente les hayan dejado carbón junto a la máquina cortapelo. 

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