El punto de inflexión

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Perdona que te tutee, pero me gustaría comentarte un par de cosas que es necesario que sepas. Se trata de cómo afrontamos los conflictos porque nos desgastamos planificando estrategias, incluso muchas veces perdemos hasta el tiempo, cuando realmente el problema que se quiere resolver es irresoluble. O, si tiene solución, ya te da igual. A partir de aquí, analicemos las formas. Resulta que existen tres vertientes a tomar para discutir: asentir, negar o callar. Incluso, hay una cuarta vía: huir. Ahora bien, también puedes enfocar tu actuación hacia la evaporación, de forma que, si quieres salir indemne de una discusión, la mejor recomendación es la misma que te daría si estás en medio de un ataque de un oso: hacerse el muerto con la esperanza de que, por aburrimiento, desista de comerte.

Otra forma es la de establecer un código de seguridad propio como válvula de escape, en donde, tú y solo tú, tengas acceso a su verdadero significado. Por ejemplo, en lugar de proferir un insulto, como eres una persona respetuosa, sustitúyelo por una frase aparentemente inocua donde, repito, tú y solo tú, conoces verdaderamente lo que estás diciendo. Dicha frase de seguridad puede ser desde algo muy absurdo como “pues ayer vi un burro volando”, algo más cotidiano “espero que no llueva mañana” o, incluso, “claro que sí, guapi”. Realmente te da igual si los burros vuelan o si la ropa tendida se moja. Lo que estás haciendo es desahogarte sin que la otra parte lo sepa, porque realmente lo que se esconde es un insulto que, por tu distinción, no deberías ser capaz de verbalizar de forma chabacana.

No obstante, si lo que deseas realmente es poder salir de una situación en donde la atmósfera es irrespirable, en donde el resultado se da ni contigo ni sin ti, en donde hagas lo que hagas siempre vas a perder, es momento de plantarte y no seguir jugando. A partir de ahí, en primer lugar, creo que se debe asumir que cuando no puedes ser parte de la solución, es muy probable que seas la causa del problema. Esta, siendo una actitud nada egoísta, te ha de poner en el centro del conflicto con la responsabilidad que te caracteriza, o te debería caracterizar, porque es poco edificante, ante cualquier tropiezo, buscar solo culpabilidades ajenas.

Puedo llegar a entender que cuando no se quiere discutir, es mejor dar la razón a la primera. Así, sin anestesia. No te lleva a ningún lado, pero al menos te dejan en paz de forma temporal. Pero hacerlo siempre es contraproducente. A partir de tal reflexión se llega al punto de inflexión para poder atravesar la disparidad. En ese caso, es mejor dejar que hablen sin responder para acto seguido mirar fijamente a los ojos y respirar profundamente. A la primera seguro que no va a salir, por lo que se debe repetir las veces que haga falta. Si todavía no funciona este intento de terapia, pasa a la acción y haz volar tu imaginación, sabiendo que la reacción ante una ofensa ha de basarse en el aprendizaje, no en lo que arde la herida. Será de esa forma donde se evite el sufrimiento innecesario.

Sentir la afrenta en carne propia tiene un amplio margen de respuesta que va, desde el enfrentamiento a retarse en duelo, hasta invisibilizarla para reducirla al absurdo porque el enfado genera arrugas y provoca reacciones indeseables. Es ahí donde aparece la indiferencia, no como una fuga, sino como otra forma de plantear el desacuerdo, porque lo que busca la provocación, no lo olvides, es provocar. Por ello, mejor no seguirle el juego porque, para ofender, primero has de importar. Así que, siempre es mejor negociar, sin intentar ganar lo que la otra parte pierde porque, al final, ojo por ojo, todos tuertos y, además, te pierdes la mitad de la vida.

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