Espacio de opinión de Canarias Ahora
Turismo
“Tristes tiempos estos, en los que hay que luchar por lo evidente”
Friedrich Dürrenmatt
¿Qué es el turismo?
La RAE lo define como la actividad de viajar por placer. Aunque suele considerarse a Heródoto como el primer turista, allá por el siglo V a.C., el turismo moderno como viaje organizado nació con Thomas Cook en Reino unido en 1841, para luego extenderse a Estados Unidos y otros países como actividad elitista al alcance de una minoría, y el turismo de masas se inició en la segunda mitad del siglo XX en el marco de lo que entendemos como sociedad del bienestar.
El 23 de diciembre de 1958 aterrizaba en el aeropuerto de Gando el primer vuelo chárter con turistas que llegaba a la isla de Gran Canaria. Un avión DC-6B con 57 turistas procedentes de Suecia que, huyendo del frio y oscuro invierno nórdico, querían disfrutar durante quince días del cálido y luminoso cielo de Canarias y de las aguas y arenas de la playa de Las Canteras. Estaba naciendo el turismo de masas.
Dos años después, en el año 1960, llegaban a Canarias 73.140 turistas, que se alojaron en 2.367 plazas hoteleras. En 1965 fueron 317.000, y en 1970 llegaron a un millón de turistas. En el año 2000 la cifra rozó los diez millones; en el año 2017, los dieciséis millones; y este año 2023 se están superando las cifras récord de 2017. La mejora del nivel de vida y condiciones económicas propiciaron esa democratización del turismo, contribuyendo a que en el año 2019 el turismo mundial llegase a la cifra de 1.400 millones de turistas.
En términos económicos, la industria turística, que así la llaman algunos, aportó 9,63 billones de dólares americanos a la economía mundial, equivalente al 10% del PIB. Repercute tanto en los emisores como de los receptores de turistas, ya sea en transportes, comunicaciones, hostelería, construcción, comercio y otros sectores relacionados, tanto de forma directa como inducidos. Pero no nos engañemos, si el turismo es una industria, es la que requiere menos inversión, menos conocimiento y menos cualificación profesional. Es la industria de los pobres.
Es el recurso de los que no tienen un sector primario organizado y rentable, como Países Bajos, Hungría o algunos de la Península Ibérica; ni un sector industrial potente, como Alemania, Taiwán o Suecia; ni un sector tecnológico o financiero de vanguardia, como Suiza, Japón, Corea del Sur o Estados Unidos; ni abundantes recursos energéticos que vender, como Noruega o Arabia Saudí. Para los que no tienen nada de esto, decía, el recurso que les queda es vender o hipotecar su casa, es decir, su territorio.
Efectos del turismo
Dijimos que el turismo es la industria de los pobres, de los que no disponen de otras industrias, ni de grandes explotaciones agrícolas, ni de tecnologías punteras y programas de I+D, ni de recursos naturales extraíbles, ni de una city financiera y nudo de transportes y comunicaciones. De los que acuden al último recurso: vender o hipotecar su casa para sobrevivir.
Tiene efectos positivos el turismo, ciertamente: creación transitoria de puestos de trabajo con la construcción de hoteles e infraestructuras, y de forma más estable, en los establecimientos turísticos alojativos, restauración, comercio y servicios complementarios. Se incrementan así mismo los ingresos de las instituciones públicas, por impuestos y tasas, y en general, se incrementa la actividad económica.
Pero también tiene efectos negativos: la masificación turística produce degradación del medioambiente y de la cultura local, contaminación, vulnerabilidad ante cambios económicos, saturación de servicios públicos, incremento de delincuencia y de la conflictividad social, precariedad y temporalidad en el empleo, incremento de precios en general y de la vivienda más en particular.
En Canarias, un territorio limitado y frágil, esa “industria de los pobres” que es el turismo, y más cuando es un turismo de masas, provoca una sobreexplotación de recursos naturales, degradación del medio ambiente, y daños irreversibles en el territorio, las costas y el mar que nos rodea inundado de vertidos ilegales y la actividad de las desaladoras.
Fuerteventura, por ejemplo
La isla de Fuerteventura es un ejemplo de crecimiento exponencial por efecto del turismo: tenía 11.758 habitantes en el año 1930, y ha pasado a 120.023 en el año 2022. Mientras, la isla de El Hierro ha pasado de 9.510 habitantes en 1930, a 11.423 en 2022. Pero para analizar con más propiedad los efectos del boom turístico en Fuerteventura, comparemos la población de 1970, antes del comienzo del mismo, que era de 18.192 habitantes, con los 120.023 a finales del pasado año, lo que supone un incremento de la población del 662,% en el plazo de cincuenta años.
¿Y qué efectos directos ha tenido este incremento brutal del turismo en los majoreros durante esos cincuenta años?
El majorero que tenía un pequeño y único restaurante en Playa Blanca en el que ofrecía viejas frescas a sus clientes ocasionales -lo conocí en el año 1975- quizá él o sus descendientes podrían tener hoy un restaurante similar, pero seguramente ofreciendo pescado congelado, en competencia con veinte o treinta restaurantes más de italianos, turcos o alemanes que se han instalado en la zona.
El que trabajaba de taxista y vivía dignamente en Puerto del Rosario haciendo trayectos al aeropuertos y excursiones ocasionales en competencia con cinco compañeros taxistas, ahora podría vivir en condiciones relativas similares, pero en competencia con noventa taxistas más.
El que trabajaba de administrativo en una sucursal bancaria única de Gran Tarajal, ahoya podría trabajar en alguna de las siete entidades bancarias -si no se ha visto afectado por las recientes regulaciones de plantilla en la banca, y viviría en condiciones relativas similares.
El que ejercía de profesor en una escuela primaria única de Morro Jable, con treinta alumnos majoreros, ahora podría ser profesor de una de las once aulas del colegio, con tres alumnos majoreros, once marroquíes, cinco de otros países africanos, nueve sudamericanos, y dos alemanes, y en condiciones económicas relativas similares. Bueno, similares no, porque ahora la vivienda le resultaría muchísimo más cara.
En realidad, ¿qué han ganado los majoreros con este boom turístico?
El majorero medio ha ganado muy poco, si es que ha ganado, pero en cambio ha perdido muchísimo. Se han creado muchísimos puestos de trabajo, pero ocupados por inmigrantes de otras regiones u otros países. Al mismo tiempo, se han saturado los servicios públicos como sanidad o educación porque no han crecido al ritmo del aumento de la población, y se ha producido una degradación medioambiental, incremento de inseguridad ciudadana, saturación de tráfico, pérdida de identidad cultural, etc. etc..
¿Y quién ha ganado?
Los turoperadores alemanes o ingleses, las compañías aéreas, las cadenas hoteleras como RIU, Iberostar, Princess o Barceló, y también, claro está, los majoreros que vendieron el suelo para construir los hoteles, los intermediarios que consiguieron la recalificación, o los funcionarios que miraron para otra parte cuando se hacían construcciones o ampliaciones de obras sin la preceptiva licencia.
Efectos del turismo en Canarias
Parece que hay una obsesión por incrementar el número de turistas que nos vistan en Canarias, y batir récord tras récord con millones de visitantes. Se pretender ampliar continuamente las urbanizaciones turísticas, e incrementar el número de camas de forma indefinida e incontrolable:
¿Y en qué beneficia eso al conjunto de los canarios?
Expusimos el ejemplo de Fuerteventura. Después tanto crecimiento del sector turístico en Canarias, es algo que parece no tener límite y al que continuamente quieren sumarse nuevos proyectos con miles de camas o infraestructuras, como Punta de Arona, Cuna del Alma, Majanicho, Puerto de Fonsalía, proyecto de 1.500 camas “sostenibles” en La Aldea de San Nicolás, Santa Águeda o Punta Márquez. Y mientras tanto, resulta que contamos con el mayor índice de pobreza y de precariedad laboral.
¿Y este crecimiento continuará hasta el infinito?
No se pondera lo que se llama capacidad de carga del territorio. Más urbanizaciones, más camas, más autopistas de dos, tres, cuatro o cinco carriles; más desaladoras; más atascos; más contaminación; más destrucción del medio natural; más ocupación del frágil y escaso territorio de las islas… para crear más puestos de trabajo que tendrán que ocupar trabajadores procedentes de países de Sudamérica o de África. Pero que cuando repunte una crisis estacional y vayan muchos al paro, habrá que construir más hoteles, más autopistas y más puertos deportivos, para crear más pestos de trabajo… ¡Y vuelta a empezar!
¿Dónde está el truco?
Alquilar una habitación de hotel o un apartamento turístico en Canarias frente al mar puede costar diez veces más que alquilar una habitación de hotel o un apartamento similar en Soria, en Palencia o en Poznan.
¿Y por qué esa diferencia? Porque el que vende una semana de alojamiento en un hotel o un apartamento de Canarias incluye un valor añadido muy demandado, representado por el clima, el sol, las playas, el acceso a espacios naturales protegidos y las infraestructuras, incluyendo la sanitaria.
Pero esos valores añadidos que vende el propietario del hotel o apartamento los obtiene gratuitamente por el hecho de construir en suelo de Canarias. Y de ahí procede la insaciable codicia por depredar el suelo de Canarias en base a recalificaciones o nuevas urbanizaciones. Es un negocio muy rentable vender lo que nada les cuesta -sol, playas, paisaje, espacios naturales- sin otro beneficio para los canarios que acceder a unos puestos de trabajo precarios de baja cualificación, ocupados normalmente por trabajadores que vienen de fuera y que demandan atenciones sociales, educación y sanidad.
La tasa turística
Muchos destinos turísticos, conscientes del efecto pernicioso del turismo de masas como son la masificación e impacto ambiental, la contaminación, sobreexplotación de recursos, destrucción de ecosistemas, generación de residuos, la saturación de servicios e infraestructuras, pérdida de identidad cultural, etc., aplican una tasa para cobrarles algo, por eso que, hasta ahora, siendo propiedad del estado o comunidad, que son los responsables de su cuidado y mantenimiento, disfrutaban gratuitamente.
Nosotros contribuimos con los impuestos que pagamos, por ejemplo, a la limpieza y vigilancia de seguridad de una playa o de un espacio natural. ¿Y por qué el turista que viene de fuera lo va a disfrutar gratuitamente y todos los beneficios se los lleva el empresario hotelero, que incluye ese valor añadido en su oferta sin que le cueste nada?
No estamos inventando nada. La tasa turística se está aplicando ya en muchos destinos en todo el mundo con el objetivo de financiar inversiones para el mantenimiento de infraestructuras y espacios naturales, rehabilitación y preservación del medio ambiente.
En ciudades europeas como Berlín, Lisboa, París, Viena, Ámsterdam, Roma o Nápoles se aplican tasas turísticas que van desde los 4 euros por turista/noche de París o los 8,75 euros de Bruselas, al 5% de la factura de hotel en Ámsterdam o Berlín. En Europa, en resumen, la tasa turística se aplica en 137 ciudades.
En países como Grecia, Suiza o Hungría se aplica una tasa turística de 2,35 euros a 4 euros/día. Y aplican así mismo una tasa de entrada a turistas de 17$ en Estados Unidos de América, de 10$ en Cancún y Riviera Maya, de 20 euros en Nueva Zelanda, de 8 euros en Japón y de 12$ en Tailandia, y tasas por día pernoctado en Uruguay o Buenos Aires, por poner algunos ejemplos más.
En islas como Baleares, aplican una tasa de 1ª a 4 euros/noche, y recaudaron en 2019 por este concepto 134,6 millones de euros. En Cerdeña, la llamada ecotasa es de 2 euros por noche. En Azores aplican, además, una tasa de 2 euros a los turistas que lleguen en cruceros y desembarquen.
En general, la justificación de estas tasas la basan en “mitigar las externalidades negativas que producen los visitantes y financiar inversiones relacionadas con el mantenimiento e infraestructuras relacionadas con el turismo y la preservación del medio ambiente, impulsando un turismo sostenible y de calidad”. (Azores).
El ejemplo de Bután
Bután es un pequeño país situado en la cordillera del Himalaya entre China y la India, con una superficie de 40.000 km2, similar a Extremadura, y con 800.000 habitantes, algo así como la provincia de Tarragona. La base de su economía es la agricultura y la ganadería. Es uno de los rincones más auténticos del mundo, con espectaculares valles y montañas por las que desciendes ríos y cascadas desde las cumbres nevadas, con una cultura budista milenaria en monasterios colgados sobre acantilados, con rutas de trekking y senderismo para realizar ecoturismo en frondosos bosques y avistamiento de especies en peligro de extinción como el panda rojo. Una maravilla para los amantes de la naturaleza, la tranquilidad y que los deseen conocer otras culturas. Se abastece casi en totalidad de energías renovables, básicamente hidroeléctrica, y son amantes y fieles defensores de sus tradiciones.
Pero si usted quiere ir a Bután, lo primero que debe hacer es solicitar un permiso para entrar en el pequeño país, que le cuesta 250 euros. Sí señor, doscientos cincuenta euros por entrar al país. Independiente, claro está, de lo que pueda gastar en una excursión en helicóptero por las cumbres del Himalaya, comer arroz rojo con carne de yak, asistir a un centro de meditación y yoga en un monasterio, alojarse en el hotel Amankora a razón de 2.395 euros la noche o ascender al Nido del Tigre.
¿Qué se ha propuesto el pequeño país respecto al turismo?
Cuidan el turismo, porque les aporta el 4,7% del PIB (datos de 2019), pero dicen no a un turismo de masas, y sí a un turismo de élite. Unos 316.000 turistas llegaron al país en 2.019. No permiten visitas individuales, sino de grupos organizados y controlados por ellos mismo. Pretenden maximizar los beneficios económicos del turismo reduciendo su impacto medioambiental y cultural, y estableciendo una tasa para inversión en mantenimiento y desarrollo sostenible. De esos 250 euros que cobran al visitante que quiera entrar en el país, 65 son dedicados a educación y asistencia sanitaria gratuita para los butaneses.
¿Y en Canarias?
En Canarias, algunos empresarios dotados de un egoísmo miope y cortoplacista prefieren matar la gallina y tomar caldo un día que cuidarla para que siga dando un huevo diario. No les importa el futuro de nuestras gentes. A los depredadores del suelo, que solo buscan el medio de vender ese paisaje, esas playas, esos paisajes y ese medio ambiente que obtienen gratuitamente, lo de la Tasa Turística les huele a cuerno quemado y ponen el grito en el cielo. Pero lo peor de todo esto es que algunos o algunas responsables públicos están afectados de la misma miopía y cortedad de miras, y le siguen el juego a los que venden lo más valioso que tenemos después de obtenerlo gratuitamente.
No pensemos en imponer una tasa 250 euros de entrada como en Bután, pero estableciendo por ejemplo una tasa de 3 euros/día a cada visitante, un importe que no sería disuasorio para cualquier visitante que quisiera disfrutar de unas vacaciones en nuestras islas, se podrían obtener 375 millones de euros. ¿Se imaginan disponer de ese presupuesto para limpiar y mantener nuestros espacios naturales, nuestros montes, nuestras playas y mejorar las infraestructuras, lo que a su vez le daría más valor a Canarias como destino turístico?
Pero como decía también Bertolt Brecht parafraseando a Dürrenmatt: “¡Que triste tener que luchar por lo evidente!”.
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