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Bienvenido, Mr. Trump

Gustavo Matos

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“Como alcalde vuestro que soy os debo una explicación, y esa explicación que os debo os la voy a dar”. Esto es lo que, tras sus desafortunadas declaraciones, debe haber repetido el presidente del Gobierno de Canarias para explicar lo que quiso decir cuando hablaba de los posibles efectos beneficiosos para nuestro turismo con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. En nuestro imaginario popular están grabadas ya para siempre aquellas escenas en las que Berlanga nos mostraba una España de posguerra, entusiasmada por la llegada de los americanos que traerían riqueza y prosperidad a unas gentes que necesitaban superar unas condiciones muy duras, en un país que no terminaba de entrar en la modernidad de la mano de una dictadura gris y atrasada. Corría el año 1953. Seguramente, como si del gran Pepe Isbert se tratara, el presidente canario habrá querido dar una explicación -y, seguramente, como en la escena mítica de nuestra historia del cine, alguien, en un metafórico balcón del Gobierno de Canarias y haciendo de Manolo Morán, habrá tratado de que no la diera- por la que finalmente los americanos pasaron de largo, sin detenerse en el desalentado pueblo de Villar del Río.

Las declaraciones del presidente Clavijo han sido, evidentemente, desafortunadas. Que nuestro mercado turístico se está viendo directamente beneficiado por los conflictos civiles y militares que se viven en destinos turísticos que son competencia directa de Canarias es obvio, pero expresarlo públicamente de manera tan cruda es algo que no se debe hacer, puesto que detrás de nuestra fortuna hay un origen indirecto de dolor y desgracia. Cuando hace esas declaraciones el presidente, no puede evitar que haya una trascendencia, en un momento en el que el huracán Trump está arrasando buena parte de los consensos sobre convivencia y derechos que se venían construyendo desde la Segunda Guerra Mundial. Un huracán que amenaza con extenderse, si no lo ha hecho ya, al Viejo Continente. Vivimos tiempos convulsos, de amenaza seria para la convivencia y para determinados valores de paz y tolerancia, y eso Clavijo debió medirlo en sus declaraciones, porque cualquier frase o sentencia que incluya la palabra Trump tiene inmediatamente un efecto de difusión brutal. Y cuando el presidente queda mal, nos hace quedar mal a todos, incluso más allá del límite de nuestras islas.

De las declaraciones de Fernando Clavijo, en cualquier caso, no me preocupa tanto que pueda compartir la política migratoria de Donald Trump, sus muros y sus deportaciones. Conozco al presidente desde hace años; he tenido con él muchos enfrentamientos políticos y en esta legislatura he sido, como diputado, especialmente crítico desde el principio con algunas de sus decisiones. Y es obvio que no las comparte. Pero lo que sí me parece más relevante, al margen de la inoportunidad de una especie de intento de sacar tajada de la desgracia de los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos, es la ligereza con la que ha relacionado la política de Trump con la llegada de turistas de ese país a Canarias, que implica cierta falta de rigor en el conocimiento del mercado turístico, algo que sí es preocupante por parte del presidente, pues se trata de nuestra principal actividad económica. Porque, ni en el hipotético caso de que todos los turistas americanos que tenían previsto pasar sus vacaciones en México decidieran cambiar de destino, tampoco significaría que fuesen a cruzar medio mundo para venir a Canarias. No tenemos mercado de turistas en EEUU, ni actual, ni potencial. En las estadísticas del Gobierno de Canarias ni siquiera aparecen los de origen norteamericano y de hecho, solamente llegaron dos millones en el año 2016 a toda España.

Los intentos de atraer turistas norteamericanos para las islas han servido históricamente más para que viajen algunos cargos del Gobierno a Estados Unidos que para que los americanos vengan a Canarias. Aún recuerdo la visita, hace años, de Bill Clinton a Tenerife y cómo años después es todavía palmario el fracaso de estas islas por atraer inversión americana y turistas de ese país.

La distancia con las islas y la falta de conectividad, ya no con el país que preside Trump sino, directamente, con el continente americano, es una de nuestras debilidades, algo que el presidente no debe ignorar. No hay rutas comerciales ni turísticas ni de promoción en los Estados Unidos, y eso sí que debería ser un reto estratégico. Desconocer que a poco más de unas horas y casi sin moverse de su propio país los americanos tienen una enorme oferta de turismo de sol y playa en el Caribe a precios imbatibles es casi más grave que la crudeza de las declaraciones del presidente. Unas afirmaciones que implican también desconocer que Donald Trump es un potente empresario del sector turístico con intereses en decenas de países: desde Filipinas a Brasil, pasando por Indonesia. Por ello, seguramente que nuestro presidente -como hiciera el alcalde de Villar del Río- quisiese dar la bienvenida a Mr. Trump. Pero el berlanguismo es universal, así que el presidente americano pasó también de largo en su airforce one, a muchos pies de altura de nuestras islas mientras algunos miraban al cielo.

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