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Capitalismo y mediocridad

Yukio Mishima.

Ana Tristán

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Los nombradores y analistas de la actualidad estudian, desde hace milenios, los índices de apatía general, el grado de variabilidad del desencuentro. Tipifican conductas sociales visibles y después les encasquetan el halo de unos juicios de valor.

Las instituciones, por su lado, teorizan sobre su propia desintegración, se hacen transparentes, para no hacer ruido, y participativas, por la redención.

Los departamentos de investigación hacen encuestas, estudios y estadísticas que miden el grado de decadencia educativa, ética, convivencial.

Las televisiones lo machacan todo y montan un show.

Ya antes de ser Millenial, fui de la LOGSE y me libré de Bolonia por los pelos. Llegué cuando empezaban a aplicarse las reformas de la mediocridad en pos de la excelencia y los aparatos.

Lo bueno es que la apatía e ignorancia que se nos atribuye como generación, implica un distanciamiento religioso, institucional e ideológico la mar de cómodo para pensar. El desencanto posibilita el alejamiento. Lo malo es cuando este deviene en abulia y gregarismo. “El esfuerzo inútil conlleva a la melancolía”, que dijera Rosalía.

Si ya cuando yo estaba en el colegio era difícil que un niño y un padre leyeran libros en casa, ya era difícil tener tiempo para nada en cualquier sitio. Por entonces no había esta híper-conectividad, compartíamos fotos en Fotolog y dábamos toques al móvil como si nos faltara algo de materia gris en el cerebro y buscáramos desesperadamente vías de representación-socialización.

Ante la quiebra progresiva del sistema educativo, religioso, familiar, político y universal suelen brotar del subsuelo grupos, grupúsculos y formas alternativas sustitutas de todo lo anterior. Tanto las cuadrillas fascistas, como las comunidades ecologistas, Montessori o los grupos creativos de todo tipo reconstruyen la narración de la realidad en torno a un centro palpable.

Hace falta a la gente un centro que no esté en Estrasburgo, ni en Wall Street, ni en el BOE.

Si en las calles se pudiera sentarse en un banco a comer, montar en bici, pasear en silla de ruedas o jugar a la pelota, se haría, pero no se puede.

El agarre que falta lo proporciona el sector privado, la autoayuda, los gurús de lo que sea, la elección individual de conocimiento en un mar de mediocridad. El escándalo de la Universidad Rey Juan Carlos refleja en realidad el sentido del sistema de másters y títulos como chorizos, el mercado del conocimiento y la promoción de departamentos inventados.

Yo vi entrar los conceptos de New Management en ciencia política y el Total Quality Management en el sector privado.

Con la cantidad de parados que hay en España, los cutre-trabajos en bicicleta o la media jornada en los call-center aparecen como una salvación. Muchas de estas empresas están basadas en lo que se conoce como start-ups, un término de management yanki que define algo que empieza y que sólo será algo más si lo peta en el mercado gracias al uso de tecnología (y precariedad).

Propio de este tiempo son los mundos de fantasía en las redes sociales. Las dependencias y subterfugios técnico-emocionales, como una gran soledad híper-conectada en tiempo real. Siempre en otra parte, pero en el mismo sitio, como el gato de Schrödinger. Pero los analistas y nombradores oficiales hablan desde otro papel, desde otra representación, con la desafección de un cirujano que observa un microbio correteando en su laboratorio.

La Academia y la Institución han perpetuado un código de promoción basado en la mafia, en la cuadrilla, los departamentos, favores, cubatas y mediocridad.

Gratuita y de calidad, fue una vez el mantra.

El mediocre, el apático, el depresivo es como un Bartleby que se rebela sin rebelarse, sin hacer nada, se queda quieto frente a la máquina de hacer. Un día de estos, cojo mis roles, mis ansias y vegeto como el poto.

Imagino pastillas contra la mediocridad, contra el miedo a la mediocridad, como ya se hace con el ansia y la tristeza. El malestar social y el desequilibrio emocional se tratan como enfermedades mentales individuales. Mal du Siécle. Por los clavos de la modernidad.

Richard Sennet en su libro La corrosión del carácter trata de las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo; el de la flexibilidad, la inestabilidad, la dificultad de establecer previsiones duraderas y lazos personales fuertes.

El pico de aprensión y ansiedad tiene que ver con la inestabilidad laboral, la precariedad económica y la fragilidad de los lazos interpersonales. La tristeza se ensancha con la ausencia de expectativas, con la resignación en la mediocridad. Todo un ejercicio de fondo.

La directora de teatro Angelica Liddell advertía en un poema de que “la mediocridad viene en tu auxilio”, y no le voy a abrir la puerta.

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