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¿Qué me están contando?

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Hace unos días, leí una noticia que me hizo plantearme hasta qué punto se ha llegado al sinsentido más absoluto con tal de justificar una determinada postura. La noticia en cuestión tenía que ver con la retrógrada ley de educación que el actual gobierno español se ha juramentado para llevar a la práctica y la no menos retrógrada y farisea justificación de la conferencia episcopal para tratar de explicar la imposición de la asignatura de religión en las escuelas.

En boca de su máximo representante y principal voceador, el estudio de la asignatura de religión que se quiere imponer en nuestro precario y partidista sistema educativo se debía afrontar: desde el saber científico, orgánico y estructurado de la fe.

Mi primera reacción fue de estupor, dado que nunca pensé escuchar -de boca de quienes más empeño han puesto por evitar el desarrollo de las ciencias- la palabra científico. Cierto es que en mis catorce años de adoctrinamiento religioso fueron muy pocos los que descalificaban la ciencia y el saber, si los comparo con quienes ahora, y en pleno siglo XXI, no paran de buscar excusas para descalificar, por ejemplo, los estudios con células madres y las enormes posibilidades que dichos estudios y avances ofrecen a la ciencia médica moderna. No obstante, la ciencia y la religión, según mi entender, son áreas bien diferenciadas y, aunque una persona de ciencia puede ser creyente, ésta siempre tendrá muy presente su intelecto y raciocinio, algo que los fanáticos religiosos suelen obviar.

Además, el concepto de “orgánico y estructurado” tampoco acabo de entenderlo. Vayamos por partes, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, dichas palabras significan lo siguiente: orgánico, ca (Del latín organicus.) adj. Aplícase al cuerpo que está con disposición o aptitud para vivir. Que tiene armonía o consonancia. Mientras que estructura (Del latín structura.) es la distribución de las partes del cuerpo o de otra cosa.

En el caso de la primera definición, se supone que para poder estudiar, como corresponde, la asignatura de religión, hay que tener un físico puro y limpio, alejado de toda tentación y pecado ?término éste al que ya no se recurre tanto como antes- y que, además, es armónico, porque tiene la creencia que tiene. Según este razonamiento, hay que lograr un estado de autoconocimiento muy alto para poder ser un verdadero creyente o, si no se es, nunca se logrará dicho estado, ateniendo a la formulación de la sentencia. Puede que quien formulara la frase, estuviera pensando en los beneficios que la asignatura de religión pudiera acarrear al espíritu y la formación de las personas, en clara sintonía con las clases de Formación del Espíritu Nacional que se impartieron durante la dictadura del general Franco.

También puede que quien formuló la frase estuviera pensando en la encíclica expedida por el Papa Pio XI en 1929, titulada Divini Illius Magistri. En ella se decía que la educación esencialmente consiste en la formación del hombre tal cual debe ser y como éste debe portarse en esta vida terrena para conseguir el fin sublime para el cual fue creado. Pio XI dejó bien claros cuáles eran los principios básicos de la pedagogía católica. Uno, los agentes fundamentales de la educación eran la Iglesia, el Estado y la familia. Dos, el sujeto de la educación es el hombre entero, es decir, el espíritu unido al cuerpo en unidad de naturaleza. Y tres, el modelo a imitar sería Jesús.

Con estas afirmaciones, también podría ponerme a discernir, por ejemplo, ¿Cómo debo ser?...0 ¿Para qué fui creado? por sólo citar algunas de las preguntas que se me vienen a la cabeza, como ser humano, que no como creyente, ni de ésta, ni de ninguna otra religión. Sin embargo, lo que ahora me pasa por la cabeza es el empeño, nada disimulado, de volver a sumir a nuestro país bajo el velo de una religión oficial que lo único que propició en el pasado fue la ignorancia, el atraso y el oscurantismo más descarnado frente a cualquier viso de modernidad, un concepto tan demoniaco con el mismísimo ángel caído.

La única opción era la de creer en un dios justiciero, cruel, incapaz de sentir compasión por los seres humanos y empeñado en que el valle de lágrimas fuera una pesadilla dantesca e insoportable. Nada de lo que se había hecho hasta la victoria del bando nacional merecía la pena y tras la victoria de la cruzada de liberación nacional llegaba el momento de la cordura.

Ahora, en pleno siglo XXI y tras los desmanes y despropósitos del anterior gobierno, ha llegado el momento de devolver la cordura, de poner límites al desenfreno y a la Babilonia moral en la que se ha sumido nuestro país, y volver a dictar las normas que nunca se debieron olvidar, pensarán quienes han presionado para lograr que la nueva ley de educación sea una realidad.

Debo admitir que en un mundo en el que la constancia y la tenacidad, al igual que la consideración profesional, son cada vez más extraños, es digno de destacar el empeño que demuestra la jerarquía eclesiástica española por lograr que nuestro país vuelva a un momento y un lugar que NUNCA debió ocupar por mucho que esa misma iglesia santificara los crímenes de un régimen dictatorial.

Y como dice el refrán “Quien la sigue, la consigue” y, si nadie lo remedia, la jerarquía eclesiástica y todos lo que piensan que el cielo se compra a golpe de talonario ?que los hay, y a montones- deben estar que no caben de gozo en sí.

Por lo tanto, se acabó aquello de que todos somos iguales, tenemos los mismos derechos y podemos elegir, por aquello del libre albedrío que se nos concedió al nacer. Se acabó el formar a personas con la mente libre y sin las ataduras impuestas por el sistema -no escogidas libremente- que pretende la nueva ley, que nos equipara con países que están mangoneados por sus respectivas autoridades religiosas y sin remisión de causa. Ahora lo importante es apoyar a quienes pretende salvar un alma que, muy convenientemente, debe ser agasajada con todo tipo de bondades materiales y terrenales, en clara discrepancia con lo que una persona dejó dicho tiempo atrás.

A lo mejor es que yo leí un libro equivocado, mis padres no me educaron en el temor a un dios justiciero y, encima, me educaron muy mal en mi colegio. No obstante, los dos únicos sacerdotes que me dieron clase y que merecieron el calificativo de educadores con mayúsculas fueron quien me enseñaron a ser la persona que ahora soy, con la mente abierta y con la capacidad de hacerme preguntas, de ser crítico y no una persona maleable, sumisa y adoctrina, incapaz de pensar por sí misma.

Bien pensado, si quienes van a impartir la nueva asignatura de religión, ya elevada a los altares por quienes estaban cansados de la actual situación, fueran como esos dos sacerdotes, no habría nada que temer, pero dudo mucho que la ilustración, la toleración y el respeto hacia los demás sean las bases sobre las que se apoya este regreso al pasado, tan miserable como lamentable, se vea como se vea.

Al final, siempre es lo mismo, unos nos empeñamos en trabajar por un mundo nuevo y los MISMOS de siempre se empeñan en tratar de mantener el antiguo, por muy caduco y nauseabundo que éste pueda ser. Es una pena, pero es lo que hay.

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