Hay cosas en la vida pública que jamás puede perdonarse a sus autores, sobre todo cuando esas cosas se cometen con alevosía, conociendo el alcance de la marranada y sobrevolando de modo prepotente sobre los intereses de las personas y sobre el interés general. Por eso, aun en el momento de la retirada, no podemos olvidar que el que se retira ha ofendido gravemente a las instituciones a las que teóricamente debió servir, a los electores a los que ha representado y a los intereses de la colectividad. Jorge Rodríguez es uno de los más paradigmáticos ejemplos de lo que no debe ser un político, porque en demasiadas ocasiones ha antepuesto sus intereses personales y los de su partido a los de la colectividad. Por eso lo más que se nos ocurre para no parecer crueles es que le deseamos lo mejor en su vida privada y en su vida profesional, al tiempo que le agradecemos que abandone la política con el deseo de que nunca más vuelva a haber otro como él en esta noble actividad.