El concejal se fue con el rabo torniado, posiblemente pensando en el tamaño del escarmiento a inferir a tan atrevido profesional que osó poner en entredicho su autoridad para interpretar a su favor una receta o, en el peor de los casos, cambiarla a su antojo. Como los sucesos del 11-M o la trama eólica, una práctica habitual de su partido. El castigo se le ocurrió en algún momento durante la tarde de ese día y la mañana siguiente, cuando se personaron en la farmacia escenario de los hechos dos agentes de la Policía Local que pidieron al farmacéutico todos los papeles habidos y por haber, desde la licencia de apertura a vaya usted a saber. No hubo mayores consecuencias, salvo el cabreo cierto de un farmacéutico, por lo demás votante del PP, al que todavía nadie se ha dignado pedirle disculpas por comportamiento tan soberbio e infantil de un concejal.