Sobre este blog

Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí  a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.

2001: A Space Odyssey y Logan´s Run. El paisaje lleno de negros nubarrones.

La primera de todas fue Marvel Treasury Edition of 2001: A Space Odyssey, versión dibujada de la película de Stanley Kubrick 2001, basada en una idea original de Arthur C. Clarke que se estrenó en 1968. La idea fue utilizada como moneda de cambio por la Casa de las Ideas para lograr que Jack “King” Kirby regresara a la editorial tras su marcha a la “Distinguida Competencia”, DC Comics.

DC le dio la oportunidad a Kirby de crear el Cuarto Mundo, una de las historias gráficas más incalificables de toda su carrera. Lleno de conceptos impactantes, ciclópeos y desbordantes, bien se podría considerar como el testamento gráfico de su creador. Otra cosa bien distinta fue la aceptación que dicha obra tuvo entre los lectores de aquella época, una circunstancia que hizo que las series que componían este hercúleo universo se suspendieran antes de conocer el destino final de todo aquel caudal de conceptos.

Por ello, cuando Marvel volvió a tentar al “rey” lo hizo poniendo toda la carne en el asador y no reparó en gastos para lograr su regreso. A partir de ese momento, Kirby se hizo con el control total de su trabajo, además de tener la opción de escoger cuáles iban a ser sus trabajos. La primera elección fue simple; regresar a la colección de Steve Rogers, el Capitán América, aunque lo mejor de aquella etapa sería el Captain America´s Bicentennial Battles, otro Marvel Treasury que sirvió para que Kirby demostrara por qué llevaba el apodo que llevaba.

Después llegaron Los Eternos, con una nueva cosmología anexa al desarrollo de la serie y la “eterna” lucha entre el bien y el mal, pero sin la complejidad argumental del Cuarto Mundo. Y, a continuación, adaptar las palabras de Arthur C. Clarke y las imágenes del realizador Stanley Kubrick hasta las 68 páginas del ya mencionado Marvel Treasury. Para el autor, amante confeso de la ciencia ficción -y de la obra de Clarke- el trabajo supuso dar rienda suelta a su querencia por dibujar cualquier tipo de tecnología, sobre todo si ésta no tenía equivalente en nuestro planeta, y jugar con el concepto de una deidad superior que manipula el destino de los mortales, deidad que simboliza el misterioso monolito negro.

Kirby mezcla en las páginas imágenes reales con sus dibujos, usa y abusa de las splash-pages, y gusta de continuar allí donde el director lo dejó, aunque sin el acierto del primero. El problema viene en su afán por contar y/o llenar los silencios que meticulosamente inserta Kubrick en el relato cinematográfico. Es ahí, en su intento por contar todo lo que debe ser contando, según sus esquemas mentales, donde el trabajo del creador gráfico se resiente y lograr apabullar e, incluso, cansar al lector.

No obstante, la obra en sí es de una belleza estética difícil de encontrar en el abigarrado competitivo mercado actual, sobre todo por su formato y merece ser considerada como uno de los mejores ejemplos de simbiosis entre las dos disciplinas, a pesar de sus carencias. Nada más terminar, Kirby, en su papel de autor completo, siguió narrando el devenir del monolito y sus sucesivos encuentros con diversos personajes con mayor o menor fortuna. En un principio, las tramas parecen aportar nuevos elementos y una continuidad que luego no se ve del todo recompensada. Al final, y tras diez números, la serie cerró y, salvo por conceptos como los del Hombre Máquina, un robot de inquietudes filosófica tremendamente humanas (2001: A Space Odyssey# 8. Julio 1977) poco quedó para la posteridad de aquel intento por continuar allí donde Kubrick lo había dejado, una década antes.

El segundo ejemplo de un fiasco editorial de estas características derivó de las negociaciones entre Marvel y el estudio cinematográfico M.G.M. para lograr los derechos para adaptar 2001. Fruto de aquellas conversaciones surgió la oportunidad de llevar al papel la versión gráfica de la película La Fuga de Logan, dirigida en 1976 por Michael Anderson, y que, como en el primero de los casos, estaba basada en una novela, en este caso, escrita por William F. Nolan y George Clayton Johnson.

El proyecto original era aprovechar la nueva serie como vehículo de promoción de la película, pero, al final, la cabecera terminó por llegar a las librerías unos meses después de su estreno. En cuanto a los autores, los guionistas Gerry Conway y David Anthony Kraft fueron los encargados de escribir el guión sobre el que luego se basó un todavía primerizo George Pérez para dibujar los cinco números que adaptaban el metraje original de la película.

Para el dibujante, el trabajo no solamente fue un reto artístico sino personal, tanto para él como para el editor, Archie Goodwin. Una vez vista la película pensamos que podríamos tener la oportunidad de hacer que la adaptación a cómic fuera incluso mejor que la primera. Podríamos hacer uso de algunos trucos que la película no pudo. Era muy diferente a cualquier otra cosa que hubiera hecho antes.

Con esta idea en mente, tal y como comentaba el propio Geoge Pérez en las páginas del número de la serie Modern Master Volume two, dedicado a su obra, se puede afirmar Logan´s Run es una de las adaptaciones a cómic más realistas y mejor, dado el nivel de detalles y meticulosidad demostrada por el dibujante a lo largo de los cinco números que ésta dura. Y a pesar del hándicap de no poder reproducir la semblanza de los actores reales que aparecen en la película -Marvel no tenía los derechos para poder hacerlo- el dibujante se esforzó por plasmar los escenarios tal y como si se tratara de una suerte de libro de fotografías, igualando con su trabajo las imágenes que un espectador cualquier hubiera visto, previamente, en la pantalla. Fue muy complicado, pero, a la vez, muy divertido el intentar dibujar unos fondos realistas, en vez del típico edificio “a lo Kirby” y coches pasando (risas). Logan’s Run fue lo que me inició el gusto por cambiar mi estilo de dibujo, pues me volví mucho más consciente de cómo dibujaba y quería dibujar “correctamente”.

Tras estos magníficos números, publicados entre enero y junio de 1977, Marvel decidió continuar con la serie, allí donde la película lo había dejado, pero cambiando al equipo original. La idea resultó ser del todo equivocada, porque la serie cerró tan sólo dos números después y de nada sirvió que el siempre atractivo Thanos se diera un paseo por la sexta entrega de la colección.

Vistas con el paso de los años, ambas propuestas debieron correr mejor suerte, pero su llegada al mercado -meses antes de la fiebre que se desató por la ciencia ficción, merced al estreno de Star Wars- no fue la adecuada y tampoco es que los lectores supieran tratar ninguna de las dos cabeceras como luego hicieron con propuestas de mucha menor calidad.

No obstante, estos dos ejemplos sirven muy bien para ilustrar cuán hostil era el mercado gráfico de aquellos momentos ante cualquier propuesta de estas características y cuán arriesgado suponía el descansar en una serie de cómic buena parte de la promoción de una película de ciencia ficción que buscaba reinventar una nueva mitología, en medio del peor de los escenarios.

© Eduardo Serradilla Sanchis, 2016

© 2016 Marvel Comics.

© Editorial Bruguera, 1978

© 2016 Metro-Goldwyn-Mayer & Stanley Kubrick Productions

© 2016 Metro-Goldwyn-Mayer

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