'Blade Runner' augura un futuro ''sucio'' con disputas por el genoma
La dimensión ética y política de la película Blade Runner es mayor que su faceta científica, pues profetiza un futuro “sucio” y las disputas económicas entre grandes empresas mundiales por el genoma, la clonación o las células madre, afirma el profesor de Filosofía Tomás Martín.
Así lo indica Tomás Martín en una entrevista en la que señala que Blade Runner, dirigida por Ridley Scott y estrenada en 1982, muestra cómo una gran empresa, la Tyrrell Corporation, obtiene beneficios económicos a partir de sus “productos”, los replicantes.
Martín, que disertó este martes en el Museo de la Ciencia y el Cosmos de Tenerife sobre la Biotecnología y bioética en Blade Runner, recuerda que cuando los replicantes funcionan mal o empiezan a hacer “cosas raras, indeseables o imprevistas son retirados”, como eufemísticamente se llama en el filme a su eliminación.
“Blade Runner es bastante más que espectáculo y diversión y el gran problema que plantea es el de preguntarse qué es un ser humano, la diferencia entre lo natural y lo artificial, que no aparece tan clara cuando se trata de replicantes o clones”, afirma.
En la tradición judeo-cristiana es “muy clara” la concepción del alma, la creación humana y la intervención divina, pero fuera de estos conceptos cabría la posibilidad de hablar de la memoria y el cerebro como materia que puede ser duplicada o diseñada, explica.
Tomás Martín, que es profesor de Filosofía en el Instituto de Enseñanza Secundaria “Rafael Arozarena” de La Orotava (Tenerife), precisa que, como docente, esta película ofrece unas posibilidades pedagógicas “impresionantes”.
A su juicio, la trama de Blade Runner es “tremendamente sugerente” porque ni resuelve ni da por terminado ningún asunto, y adelanta los posibles peligros de la tecnología en general.
También en el relato en el que está basado el filme, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, su autor, Philip K. Dick, expresa su preocupación “por la empatía, la capacidad de los seres humanos de ponerse en el lugar de otro, entenderlo y sentir sufrimiento o alegría”.
El escritor intentaba responder a esta cuestión al crear a los replicantes y Tomás Martín recuerda que en un momento de la película se hace un test para diferenciar a éstos de los humanos basado en su supuesta falta de empatía.
Sin embargo, prosigue, el problema surge cuando los replicantes desarrollan poco a poco emociones y sentimientos, “se van haciendo más humanos” que las verdaderas personas.
El final de la película ha sido interpretado “de muchas formas” y una de ellas es la de que el replicante Rutger Hauer salva a su perseguidor, interpretado por Harrison Ford, porque “ama la vida, incluso la que no es suya”.
Blade Runner hace referencia “voluntaria o involuntariamente” a la ciencia que comenzaba a surgir en la década de los 80 del siglo XX, la biotecnología y la genética, y sugiere la repercusión negativa que podría tener su aplicación tecnológica con la construcción artificial de seres humanos o la clonación, añade.
Para Tomás Martín uno de los aciertos de la película es unir el futuro, con coches que vuelan y la biotecnología representada por los replicantes con elementos del pasado, como el vestuario.
También plantea cuestiones que en 1982 comenzaban a debatirse, como la contaminación en las ciudades y la lluvia ácida.
De hecho Blade Runner dio pie a un auténtico subgénero, el ciber-punk, basado en una estética futurista muy alejada de la limpieza estética de La guerra de las galaxias, y llena de suciedad, tristeza, aglomeraciones y atascos.