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¿PODRÍAN DEJAR DE DECIR MENTIRAS, POR FAVOR?

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Según ellos -los que manejan, más bien, enredan los hilos sobre los que sustenta el régimen económico, político y social actual-, las cosas han cambiado y ya no hay que seguir reclamando derechos que están al alcance de la mano. Según esos mismos botarates, han quedado atrás todos los agravios que, por ejemplo, han debido soportar las mujeres por el mero hecho de serlo. Una simple cuestión que las han mantenido relegadas a un segundo plano en todas y cada una de las facetas de la sociedad. ¿La razón?

La razón es la necesidad que el sexo masculino tiene por sentirse superior, el “macho alfa”, que diría un antropólogo social, un “derecho” apoyado por quienes piensan que esto es así, por designación natural, divina o, simplemente, por una condición física que no suele llevar aparejada un mayor coeficiente intelectual, todo sea dicho. De ahí que las desigualdades que estamos viviendo AHORA MISMO no son culpa solamente de los varones, sino de quienes nos educan de una manera sesgada, imperfecta, ignorante y del todo censurable.

Todavía no he logrado que alguien me argumente la razón de dicho comportamiento, aunque sí sé lo que supone vivir en un mundo masculinizado, lleno de impresentables alcornoques carentes de la más mínima sensibilidad y empatía para quienes ocupan el mismo espacio en este planeta. Sus bravatas, su chabacanería y sus ABUSOS terminan por cansar a todos aquéllos que hemos crecido con unos referentes bien distintos, un sinónimo de mala educación que dirían desde el otro rincón del cuadrilátero.

Incluso hay quien apela al “corporativismo masculino” para tratar de hacerte entrar en razón cuando, en realidad, sus luces no dan ni tan siquiera para argumentar algo tan baladí como eso. Al final, recurren a los estereotipos al uso y se escudan en la incapacidad de sus semejantes para desarrollar un juicio crítico sólido, sin que éste dependa del papanatismo social que impera en las redes sociales.

Dicho todo esto, tampoco quiero pasar por alto un elemento que, cada vez con más frecuencia, suena en los medios de comunicación de masas y en las ya mencionadas redes sociales... De un tiempo a esta parte, los adalides de esa “falsa igualdad” recurren a la MENTIRA para soportar sus argumentos. Perdón, ¡Sí, he dicho MENTIRA! y con mayúsculas. ¿Por? Porque eso es lo que lanzan al espacio para defenderse contra las acusaciones de quienes no vemos, ni pensamos ni defendemos el mismo modelo social y económico en el que ellos viven tan bien, abusando del resto de los integrantes de la sociedad.

Dicen que las mentiras, o las medas verdades, si se quiere ser “poíticamente correcto” son el refugio de los cobardes. Yo añadiría que son el consuelo de quienes un día se levantaron y se dieron cuenta de que el mundo había cambiado, sin tan siquiera preguntarles.

Un mundo, el nuestro, NO EL DE ELLOS, que cada día tolera menos esos argumentos que tan poco han ayudado al ser humano a evolucionar y que, día tras día, se saldan con la muerte de una mujer, en algunos casos de un menor, por no estar de acuerdo con la MALA EDUCACIÓN que la pareja y/o el padre de las víctimas tuvo siendo un infante.

¡Por favor! No me salgan con conceptos mitológicos, los textos de escribientes de medio pelo o las arengas de radicales trasmutados en defensores de la legalidad. Admitan que no están dispuestos a cambiar, de la misma forma que yo no pienso cesar en tratar de cambiar la manera que ustedes tienen de concebir la sociedad. Todo lo demás es una absoluta pérdida de tiempo, y el tiempo es un bien muy preciado en un mundo que se sigue cebando en la desigualdad para que una minoría medre y desbarre sin medida.

¿Acaso piensan que el resto de la sociedad NO se da cuenta de cuáles son sus motivaciones? Puede que no todos estemos ungidos de la suficiencia de la que ustedes hacen gala, pero tampoco hace falta ser tan inteligente para sentir el hedor que sus “principios” desprenden, por mucho que los engalanen como si se trataran de otra cosa bien distinta.

Quizás a ustedes no les importen todas esas mujeres y todos esos niños que han muerto en las últimas décadas, de la misma forma que les parezca bien que una mujer cobre menos, haciendo el mismo trabajo y en el mismo tiempo, si no en menos, que un hombre. A mí, SÍ me importa y NO me parece bien que se den esas situaciones. Puede que su ignorancia sea tan insultante que ya no les quede ninguna deidad a la que encomendarse, además de estar ciegos ante lo que pasa a su alrededor. Todavía, y a pesar de llevar gafas, soy capaz de ver, escuchar y sentir lo que sucede a mi alrededor.

Y puede que “ese mundo” que tanto les guste se esté terminando y, un día, las cosas sean bien distintas, por mucho que se empeñen en lo contrario.

Lo que sí les puedo asegurar es que, si creen que quienes pensamos de otra forma, vamos a dejarnos “seducir” por sus argumentos, mejor que se lo piensen dos veces, antes de cruzar la línea. Luego, no se echen las manos a la cabeza y se rasguen las vestiduras, porque, en situaciones como éstas, y con individuos como ustedes, quedan pocas cosas por hacer y ninguna les terminará gustando, de eso pueden estar seguros.

Según ellos -los que manejan, más bien, enredan los hilos sobre los que sustenta el régimen económico, político y social actual-, las cosas han cambiado y ya no hay que seguir reclamando derechos que están al alcance de la mano. Según esos mismos botarates, han quedado atrás todos los agravios que, por ejemplo, han debido soportar las mujeres por el mero hecho de serlo. Una simple cuestión que las han mantenido relegadas a un segundo plano en todas y cada una de las facetas de la sociedad. ¿La razón?

La razón es la necesidad que el sexo masculino tiene por sentirse superior, el “macho alfa”, que diría un antropólogo social, un “derecho” apoyado por quienes piensan que esto es así, por designación natural, divina o, simplemente, por una condición física que no suele llevar aparejada un mayor coeficiente intelectual, todo sea dicho. De ahí que las desigualdades que estamos viviendo AHORA MISMO no son culpa solamente de los varones, sino de quienes nos educan de una manera sesgada, imperfecta, ignorante y del todo censurable.