Jaque a la flota patagona por la crisis española
La flota amarilla espera cada mañana a que la marea esté lo suficientemente alta para poder sortear sin problema la curva caprichosa que el río Chubut hace poco antes de desembocar en el Atlántico. Los 80 barcos salen uno a uno. Como en una procesión. Sólo existen dos posibilidades. Al norte o al sur. En algún lugar aguarda lo que, no hace mucho, se conocía como oro rojo. Si hay suerte, cada embarcación traerá a puerto unas dos toneladas de langostinos y habrá jornal.
Si la fortuna es esquiva habrá que esperar a que un nuevo amanecer vuelva las tornas a favor del medio millar de pescadores de este rincón de la costa del sur de Argentina. “El mar es así”, dice con resignación Gastón, mientras observa a uno de los tripulantes del Carmen A que, de manera rápida y mecánica, repara las redes con certeros giros de mano. Como cada día saldrán otra vez para tratar de ganarse la vida. “Ahora nos da para comer”, añade, porque “las cosas no están como antes”.
La crisis española se está cobrando algunas víctimas colaterales a miles de kilómetros de distancia. Rawson es la típica y tranquila ciudad patagónica. Su población apenas alcanza los 25.000 habitantes y su relación con el mercado español es capital para la economía local. Desde siempre, Rawson contó con uno de los puertos más importantes de la costa argentina. En un país obsesionado con la carne, el pescado es un negocio básicamente centrado en la exportación. El langostino ocupa un lugar central en esta industria. Y España es su principal cliente.
La demanda de langostinos desde tierras hispanas ha sufrido, según la FAO, un descenso del 20% durante 2012, una circunstancia que ha tenido un reflejo inmediato al otro lado del Atlántico. La crisis económica que azota a millones de familias españolas han convertido al marisco en un gasto inalcanzable para muchos, una situación que ha provocado una bajada considerable del precio. “Antes se pagaban 15 pesos por kilo y ahora apenas se pueden cobrar 10”, se lamenta Gastón. El armador del Carmen A asegura que la situación “empieza a ser muy difícil para nuestras familias” y añade que durante 2012 tuvieron que parar la actividad tres meses “porque las distribuidoras españolas no podían vender todo el langostino que tenían en sus cámaras frigoríficas”.
“Cualquier bajada del precio causa en la zona un perjuicio económico y social considerable”, explica María Eva Góngora, profesora de Bióloga Marina de la Universidad de La Patagonia San Juan Bosco e integrante de la Comisión de Pesca del Gobierno provincial de Chubut. “La dependencia del mercado europeo, en general, y del español, en particular, es casi total y la actual situación de crisis que se vive en Europa supone un gravísimo problema para los pescadores locales”. Aún así, en su opinión, los barcos siguen pescando a un ritmo insostenible. “En 2011 se logró una punta histórica de capturas de 77.172 toneladas en todo el país”, señala Góngora. Según los datos oficiales del Gobierno argentino, sólo en Puerto Rawson se capturaron más de 19.000.
La industria exportadora del langostino supuso, en 2011, el 35% de los ingresos del sector pesquero del país, según se desprende del informe anual de la Dirección de Pesca de la república austral. Las empresas exportadoras ingresaron un total de 515,5 millones de dólares norteamericanos con la venta de langostinos al exterior. No hay más que hacer una sencilla división para ver que cada kilo se vendió a una media de 6,630 dólares. Apenas un dólar y medio fueron a parar a los bolsillos de los pescadores.
Apostar por el mercado interno
En España, el langostino es el rey de cualquier fiesta. “Es un artículo indispensable”, comenta Eduardo Del Río, propietario de Cabo Vírgenes SL, una pequeña planta de procesado y distribución que vive entre gigantes de capital foráneo. “La mayor parte del negocio está en manos de grandes empresas españolas, pero nosotros tenemos nuestra cuota de mercado y hemos abierto una distribuidora propia en España”, señala.
“Se ha pescado mucho pese a la crisis y se ha creado un problema de sobreoferta” en un país en el que “la gente sólo sabe comer carne”, explica un pequeño propietario de una planta de procesado
La búsqueda de nuevos canales de distribución le ha hecho “sortear más bien que mal la crisis”, y aunque ha buscado otros mercados “como Brasil, Estados Unidos, Canadá y los países asiáticos”, admite que más del 90% del langostino que pasa por su factoría “se vende en el mercado español”. “En las últimas temporadas se ha pescado mucho, pese a la crisis y se ha creado un problema de sobreoferta”, comenta Del Río, quien insiste en que “la solución pasa por buscar otros destinos y fomentar el consumo interno”, un reto, este último, complicado en un país en el que “la gente sólo sabe comer carne”.
Una treintena larga de personas trabajan en la planta. Esta noche no ha habido suerte y las capturas son escasas. “Apenas unas trescientas cajas que darán para un par de horas de labor”, comenta Del Río. Estás trabajando con comida; trátala como tal, reza un enorme cartel que preside la nave de selección y empaquetado. Todo se hace con milimétrica precisión y rapidez bajo severísimas medidas de higiene. Los langostinos se separan según tamaño y calidad. En pocas semanas, la mayor parte será parte de las paellas de fin de semana a miles de kilómetros de las costas patagonas.
Los pescadores de Puerto Rawson son los que, de verdad, padecen en sus carnes los efectos del desplome del precio del marisco. “Y lo peor es que parece que nadie se da cuenta de la magnitud real del problema”, señala Ricardo Soto, delegado del Sindicato Obrero Marítimo en Chubut. “Existe un problema clarísimo de sobre pesca que está perjudicando de manera real al trabajador. Las empresas están teniendo problemas para vender el producto en España y aún así se está trayendo a puerto más marisco del que se puede vender a precios competitivos. A más B es C y por eso el precio ha bajado”, comenta el líder sindical. Soto explica que la lucha secular entre marineros y empresas se saldó hace siete años en un precio de mínimos, pero, en la práctica, los acuerdos no se respetan. “Antes se entregaba el cajón con un peso de 10 kilos y ahora exigen que esté lleno y por el mismo precio; eso son más de cinco kilos más”, se lamenta.
El resultado final de este desfase es una pérdida real de poder adquisitivo de los trabajadores porque, “los márgenes de beneficio de los empresarios se están manteniendo a costa de los que se juegan la vida en los barcos”, explica. De la pesca, informa, viven más de 2.000 familias de la zona y la situación “no es buena”. “Ya han cerrado algunas plantas de procesado pequeñas y la bajada de precios, a la larga, también afectará a las grandes” comenta Soto quien advierte de “la necesidad de un gran acuerdo entre todos los afectados para impedir que muchos trabajadores se queden en la calle y muchas familias pasen necesidad”.
La caída drástica de las ventas del 'oro rojo' en España provocó el amarre de la flota por tres meses en primavera
El fantasma del paro sobrevuela los muelles. Es un peligro real que viene precedido por rachas como la de la pasada primavera, en la que la caída drástica de las ventas en España provocó un amarre de la flota por tres meses. “Ahí sólo cobrábamos el sueldo mínimo y la verdad es que lo pasamos mal”, recuerda con angustia Gastón. Los marineros del Carmen A son afortunados. Trabajan, que no es poco en momentos como el actual. Pero hay algunos que se han quedado fuera del negocio. Excedentes que, más allá de las frías cifras que muestran las estadísticas oficiales, tienen nombres y apellidos. Hombres de la mar que ahora están al seco y no pueden llevar los pesos necesarios a casa para escapar del hambre.
“Ya ni me acuerdo la última vez que fui al cine con mi señora”, relata con amargura Omar Reddel. Este viejo 'lobo de mar' vino desde Bahía Blanca hace cuatro años atraído por la fiebre del langostino; “Nos vinimos con dos bolsas y una moto 'chopera' desde el norte por que aquí había trabajo, pero ya llevo dos años sin poder salir a la mar y la verdad es que nos hemos llegado a cagar de hambre”. Reddel no ha tirado la toalla y se empeña en poner a punto el 'Marco Polo'. Una bañera de poco más de ocho metros de eslora con la que quiere intentarlo de nuevo.
“Cuando empezaron los problemas en España mucha gente se quedó sin trabajo y los que aún están en los barcos ahora ganan menos dinero que antes”, comenta mientras da brochazos de un amarillo más chillón de la cuenta a las bordas del pequeño barco. “Pero los empresarios siguen ganando dinero. Ellos no tienen nunca problemas; los que tienen que buscar otro trabajo en tierra para completar sus ingresos son los que se van al fondo del mar si una ola te vira el barco”, se lamenta. Reddel es sólo un ejemplo.
La situación empieza a ser “más que preocupante”, reitera Gastón. Hoy han tenido suerte y apostaron por ir hacia el norte mientras el grueso de la flota ponía proa al sur animado por las capturas de los días anteriores. Pero las capturas del 'Carmen A' apenas son cien cajones que “no dan más que para ganar algunos pesos y pasar el día”. Esta es la rutina de incertidumbre que vive un colectivo que no puede permitirse el lujo de pensar en un futuro próximo más allá de algunas jornadas. “Esto es así. Es la mar”, dice con contundencia mientras la grúa alza sin esfuerzo las cajas. Entre los trozos de escarcha, brillantes y rojos, asoman los langostinos que se comerán en alguna mesa española.