350 actos y una Bajada

Santa Cruz de La Palma —
3 de septiembre de 2025 10:59 h

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Por la hora que era, el acto ya debía de haber terminado. Faustino había decidido quedarse en el taller a esperar a que volvieran sus compañeros. Estaba cansado y desganado. Era la primera vez después de varias Bajadas que no iba a ver cómo salía todo. Los primeros que llegaron le contaron que había ido bien. “Esto sale gracias a la gente”, dijo uno de ellos. Faustino, tras un instante, replicó: “Otra vez la dichosa frase. No la soporto.” Tiene la misma sensación de otras Bajadas: un trabajo de horas y horas durante meses salpicado de enfados, desconsideraciones, frustraciones, agotamiento... pero dice que esta vez ha sido peor. “No sé qué ha pasado este año. Ha sido demasiado. A mí no me cogen más”.

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Al final, la Bajada de 2025 salió bien. Se repitió el ritual que ya dura tres siglos y medio, un ritual que, aunque ha cambiado, sigue siendo en esencia el mismo: una fiesta barroca que se desplegó en todo su esplendor. Una fiesta elegante, rica, cautivadora.

Había nervios. La insólita cancelación de 2020 debido a la pandemia rompía un ritmo quinquenal que no se había interrumpido desde el siglo XVII. Después de diez años, ¿volvería a ponerse todo en marcha? La respuesta llegó enseguida: una marea colectiva lo hizo de nuevo posible. Voluntarios de todos los pueblos, barrios y calles respondieron otro año más. Esta isla rebosa arte y saber hacer. Participaron artistas, oficios, artesanos y trabajadores de todas las disciplinas. Horas, días, semanas y meses de trabajo. Otros participaron cediendo sus locales, trasladando a sus amigos o familiares a los ensayos, a los talleres, engalanando o pintando sus casas… Si hubiera que pagar todo este esfuerzo ciudadano, el ya abultado presupuesto de esta Bajada (3,4 millones de euros), se dispararía hasta lo imposible.

¿De dónde vienen las quejas? Alguien lo explica de este modo: “Desde fuera todo parece estupendo, pero en la trastienda las cosas se vieron de otra manera. Hubo momentos horribles”. Una frase se repite mucho: “Se han descuidado los números tradicionales”. Se habla de desatención, mala planificación, falta de previsión y caos organizativo.

Todo empieza con un error de planteamiento: no acabar de entender que La Bajada de la Virgen es una fiesta barroca. En este tipo de festejos, que tuvo su auge entre los siglos XVII y XVIII, se celebran acontecimientos religiosos o civiles y se preparan procesiones, espectáculos y rituales organizados por las instituciones civiles y religiosas en colaboración con la población, que participa activamente. Este punto es fundamental.

Algunos responsables se empeñaron en inundar el calendario de eventos (el ‘eventismo’ del que habla Petit Lorena). “La gente lo que quiere son conciertos” se oyó decir en varias ocasiones. Entendían que para lograr una Bajada exitosa había que organizar una especie de festival de verano y se dio prioridad a la programación de conciertos. No pocas personas les advirtieron de que se equivocaban, de que no estaban pillando el sentido de estas fiestas.

En ningún momento, en ningún lugar, el éxito de unos festejos depende del número de espectáculos o la cantidad de asistentes. Según se dijo, se organizaron “350 actos en un mes y medio” para hacer, en una inoportuna expresión, la “mejor Bajada de la historia”. El resultado fue una Bajada agotadora.

Con esa programación sobrecargada no es extraño que se dispersen los esfuerzos y que haya ámbitos que no estén bien atendidos. Quien mucho abarca, poco aprieta. De la dispersión viene la desorganización y, de ahí, los errores. Además, ciertas acciones e intenciones demuestran que se minusvaloraron (hay quien habla de desprecio) los actos tradicionales. La única excepción fue, quizás, la Danza de Los Enanos, el más popular, admirado y rentable de todos ellos. No obstante, el fiasco de las gradas la noche de su actuación, el 9 de julio, no deja de ser un síntoma: las gradas estaban dispuestas para conciertos, no para un acto que se desarrolla en el patio de butacas. Nadie se dio cuenta de ese detalle y miles de personas no pudieron ver el esperado espectáculo.

Pero no fue solo eso. Pasaron más cosas.

Se quiso celebrar la actuación del cabeza de cartel el día del Carro Alegórico, un acto central de la Semana Grande. Contraprogramar un número que se hace desde 1680. Juan Bautista Poggio Monteverde tuvo que removerse en su tumba. Tras momentos de tensión, incluida una amenaza de suspensión del acto por parte de la dirección del acto, se decidió cambiar el concierto de día. Finalmente, el Carro de la plaza de Santo Domingo fue uno de los números más aplaudidos y comentados de esta edición de la Bajada.

La fascinante Proclama de las Danzas, un pasacalles que reúne a criaturas festivas de toda la isla, estaba programada para el sábado 5 de julio. Las asociaciones civiles detrás del acto habían solicitado esa fecha tras una exitosa edición en 2023. Aunque la petición fue aceptada, unos meses antes de la Bajada se quiso cambiar ese acto a otra fecha o a otra hora para celebrar otro concierto en el recinto central. Tras otro tira y afloja, el concierto empezó el sábado a una hora avanzada solapándose con el final de un acto popular que llenó las calles hasta la bandera.

En la preparación del desfile de la Pandorga también hubo problemas, esta vez sin relación con conciertos. El taller estuvo trabajando de febrero a julio de lunes a viernes. Se hicieron cerca de 1000 pandorgas. En los últimos compases antes del desfile, apareció un grupo de conocidos desconocidos con maneras poco respetuosas y autoritarias que empezaron a embarullar el trabajo de los miembros del taller. “Usted es solo un voluntario. Su trabajo ya terminó. Nosotros somos ahora la organización”, dijo uno de ellos a alguien que les hizo frente. El ambiente cordial, festivo, alegre que hubo durante meses se rompió en el último momento. Hubo rabia, frustración y lágrimas.

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Los actos tradicionales son, junto con los religiosos, los que dan sentido a estas fiestas y son especialmente sensibles porque dependen de la participación y la voluntad popular. Deben recibir una prioridad absoluta y un cuidado exquisito. Los otros “eventos” son añadidos, complementos que pueden enriquecer, pero no son la fiesta real. Los conciertos no están en la esencia de la Bajada y no hay nada especial en ellos. Solo hay que mirar la cantidad de festivales y fests programados en Canarias este verano: Tenerife Cook Fest, People Fest, Phe Festival, Granca Live Fest, FiestoRón, Cangrejo Fest, Tenerife Peñón Fest, Reggaeton Beach Festival, Lava Live Fest, Mojo Music Festival, etc. etc. etc.

El público dictó sentencia. Los actos tradicionales fueron los que más gente atrajeron, los que más entusiasmaron, los que más llenaron las calles. Esto debió sorprender a muchos de los que pensaban que los conciertos deben estar por delante de todo. Incluso un acto que ya ha estado amenazado de desaparición, la batalla de las flores, congregó a muchísima gente que se sintió un tanto defraudada ante la deslucida y escasa presentación que hubo.

En este siglo XXI en el que tenemos asumido que el individualismo, la superficialidad, la inmediatez y el postureo han venido para quedarse, una celebración como la Bajada nos atrae porque nos remite a una realidad más auténtica, comunitaria, ancestral y profunda. La Bajada de la Virgen de las Nieves es un tesoro cultural e histórico.

“Quizá sobrecargamos de conciertos”, declaró el alcalde en una entrevista del 25 de julio. Un tímido reconocimiento de que tal vez quizás a lo mejor hubo un exceso de “eventismo”. A continuación, añadió: “Lo importante son los actos tradicionales”. Un reconocimiento retórico y tardío, a toro pasado.

En la misma entrevista dijo que hay que plantearse si un municipio como el de Santa Cruz de La Palma es capaz de asumir una Bajada que ha crecido tanto. Volvemos a lo mismo: 350 actos en un mes y medio sí son demasiado para un municipio como el que él dirige (15000 habitantes aprox.). Por otro lado, sería deseable que la Bajada no sea vista como una fiesta municipal, como muchos asumen dentro y fuera de Santa Cruz de La Palma. Debería ser clara y rotundamente una fiesta insular, pero eso es otro debate.

Hay que mimar en primer lugar los números tradicionales. Esto no va de tener un presupuesto millonario. Va de tratar estos actos como los preferentes de las fiestas, de dedicarles recursos y de organizarlos con tiempo suficiente. Con una buena planificación no hubiera pasado lo que sucedió en el taller de pandorgas o que los bailarines del Minué tuvieran que estar fijando la moqueta del escenario horas antes de la representación o que los acróbatas estuvieran semanas sin escaleras para ensayar o que tuvieran que improvisar un vestuario a contrarreloj. Sobran ejemplos.

Una vez garantizados estos actos, ya habrá espacio para todo lo demás. Si la fiesta consigue ser declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad no será porque vienen a tocar Marc Anthony o Luis Fonsi. En eso, tienen más que ver una persona que cose el traje de un enano o un miembro de una banda de música que sale día sí y día también a tocar a la calle.