'El canto del cisne'
Como un misterio más de la naturaleza o de la existencia, ciertos procesos biológicos y naturales ofrecen un resplandor inusitado cuando se acerca su ocaso. Con ello, se despiden a lo grande de este mundo, anunciando así su irremediable final. Los seres humanos afectados por la vejez o por una enfermedad sin remedio, suelen desplegar una energía renovada, una mejoría en cuanto a sus facultades y muestran un sorprendente brillo iluminador que no es sino una forma hermosa de decir adiós ante el inevitable crepúsculo.
Podemos decir que esto hace nuestro sol todas las tardes antes de hundirse en el mar; podemos vaticinar que dentro de cinco mil millones de años, nuestra querida estrella alcanzará su máximo brillo al convertirse en una supernova. Ese fogonazo de luz será su despedida y pasará a partir de ese instante, a la mínima expresión como una oscura enana marrón. Hace once años pude comprobar muy de cerca este fenómeno que llamamos Canto del cisne, en el comportamiento de mi compañera Sara ante la fatalidad del cáncer que padecía y que se acercaba a su desenlace. Después de ocho meses y una semana antes de su fallecimiento, notó una mejoría, sintió más apetito y se encontró más alegre; me dijo que iba a dar una vuelta por Santa Cruz, que iba ella sola; lo que era una verdadera sorpresa, pues se encontraba con una vitalidad renovada. Tres días más tarde entró en crisis. Después de hablar por teléfono con el jefe de oncología, que por cierto era de Los Sauces, al igual que una de las tres doctoras que la atendieron en ese periodo, acudimos al Hospital Universitario de La Laguna en un viaje que adivinábamos sin retorno. Una vez ingresada en planta, en el despacho médico, antes que nada, le hice esta tremenda pregunta a la doctora:
¿La mejoría que experimentó Sara hace unos días ha sido el Canto del cisne?
Hubo un silencio; después, con los ojos húmedos y abatidos, la doctora me dijo que sí, que en tres días todo habrá terminado.
Cuando vemos venir la muerte, si tenemos esa suerte, incluso inconscientemente, nos apresuramos a gastar la pólvora, y, tal vez, intentamos hacer lo que no habíamos podido realizar hasta ahora. Picasso al final se puso a pintar faunos y ninfas como un loco, Tolstoi se fugó de su casa como si fuera un adolescente, Sócrates, conocida la sentencia, dio su mejor discurso, Empédocles se arrojó al Etna y nos dejó una sandalia a la luz de la llama devoradora; Hölderlin hizo un poema:
“Tú buscas la vida, la buscas y del fondo
de la tierra brota y flamea un fuego divino,
y tú, estremecido de deseos,
te arrojas en la hoguera del Etna.
Así el orgullo de una reina derretía
perlas en el vino; ¡no tiene importancia!
Mas, ¿por qué, oh poeta, sacrificaste
tu riqueza en el cráter bullente?“
(…)
Vete tú a saber lo que nos va a dar por hacer cuando se acerque el desenlace fatal. El último cuadro, el último poema, un último gesto que anuncia el final de todas las etapas; después el silencio. A mi padre, con 86 años, le pilló el asunto haciendo los escalones y la baranda de la huerta de la brevera. Yo, modestamente, espero ante la más intrigante de nuestras obligaciones, que decía el maestro George Steiner, estar haciendo algo que tenga tanto sentido como un camino en las huertas de casa y una barandilla a la que agarrarse, pues seguramente, en el otro mundo debe haber tantas curvas y precipicios como en este y es mejor ir preparado para poder ver a los dioses sin muchos sobresaltos.
Dice Fernando Iwasaki en El canto del cisne como canto (El País, 15-8-2020) que “los cisnes voznan, las alondras trisan, los búhos chuchean y las cigüeñas crotoran”; me pregunto cómo llamar el canto de los humanos si tienen un volcán al fondo. En cuanto al Canto del cisne hay muchos antecedentes. De una creencia que nombra Hisopo en la fábula El cisne y el ganso, se pasa a que en la pieza teatral Agamenón de Esquilo, la muerte de Casandra es comparada por Clitemnestra con un cisne que ha cantado su lamento final. En Fedón o Sobre el alma, Platón le hace decir a Sócrates que a pesar de que los cisnes cantan al principio de su vida, no lo hacen de forma tan hermosa como antes de morir. Aristóteles escribió: “los cisnes son musicales y cantan sobre todo en la proximidad de la muerte”. Dice la Wikipedia que hacia el siglo III a. C. la creencia se había convertido en proverbio. Ovidio, Virgilio, Chaucer, Leonardo da Vinci y Shakespeare, Chejov, todos se refieren al Canto del cisne en sus escritos. Schwanengesang (Canto del cisne) es el título que dio el editor a la recopilación de las últimas composiciones de Franz Schubert. Teleman tiene un concierto barroco para oboe, cuerda y continuo, con el mismo nombre, y Tennyson, también hizo un poema así bautizado que espera una buena traducción al español. Led Zeppelin llamó a su sello discográfico Swan Song.
Antes de declinar para siempre, las cosas producen un resplandor a modo de despedida. El volcán de Cumbre Vieja en las dos últimas semanas había dado señales de debilitamiento en el tremor, manteniendo elevados los niveles de SO2 y la emisión de magma más o menos continua con algunos parones puntuales; las coladas del sur siguieron haciendo daño el domingo pasado. El lunes obligó al confinamiento de todo el Valle de Aridane desde las ocho de la mañana hasta las trece horas del mediodía, por la presencia de partículas nocivas en el aire. Después se echó una siesta, pero entre las 17.45 y las 19.00 horas mantuvo un nuevo pulso explosivo con gran eyección de gases, de cenizas y de bombas volcánicas. Se desplegó la orquesta completa. Con tiempo sur y sin brisa alguna, la columna de dióxido de azufre y arena candente, se elevó como un nido de serpientes que se enrosca en el tronco del cielo, alcanzó más de cuatro mil metros de altura. Asombrado la pude contemplar desde mi casa en Los Sauces, más o menos a 30 kilómetros, la misma distancia a la que Plinio el Joven vio la erupción del Vesubio en el año 79 d. C. desde Misano. Primero blanca, luego hueso, después amarilla, naranja y púrpura, a medida que avanzaba el crepúsculo, aumentaba la altura, perdía el rosa y se tornaba en platas y grises que se hacían cada vez más oscuros. Imagen para una profecía, pensé que aquel prodigio anunciaba algo, sentí una inquietud extraña. Cuando la observaba supe por su magnitud que nunca la olvidaría. El gigantesco pino de colores fue visto por encima de la cumbre desde toda la isla. Los barcos que cruzaban las aguas del Atlántico admiraron el alto penacho y la isla fue, por un momento, una nave que se adentra en una cartografía ancestral. Hasta un niño sabía que aquello no era una nube, aquella inmensa columna que se retorcía sobre sí misma, que se elevaba bañada por el barniz nítido de un bello ocaso de finales de otoño, era el Canto del cisne del volcán de Cabeza de Vaca. Dejando cicatrices e imborrables señales, se despedía con ese esplendor en el cielo a lo lejos, igual que huyen los dioses paganos en las pinturas al óleo de los maestros del Renacimiento. Un Iruene, un diablo lanudo que estira su alma al cielo, como se referían los aborígenes a los volcanes. Dos horas más tarde, a las 21.00 horas, sin tremor alguno y desplomada de golpe la emisión de dióxido de azufre (SO2), la erupción se detuvo; todo había concluido. El volcán entró en erupción el 19 de septiembre y se ha apagado el 14 de diciembre. Ha durado 86 días con sus noches, con sus dolores y con sus miedos. Despertó cuando finalizaba el verano y al parecer, se duerme cuando va a llegar el invierno. Un volcán de otoño. Con el paso y el peso de la arena del tiempo, será el volcán del año 21.
A lo largo de la noche, la gran cantidad de ceniza elevada con potencia hacia el cielo en el despliegue final de la tarde, fue descendiendo lentamente sobre el Valle de Aridane; con una capa de polvo negro de despedida sobre la piel de la mañana, todas las señales indicaban que el volcán se había extinguido. A las trece horas del mediodía del martes 15 de diciembre, unos técnicos del IGN llegaron caminando al borde del cono apagado. Todo acaba siendo un saco de huesos esparcidos sobre la arena que llevará y traerá el viento.
El silencio nunca es inocente, siempre deja como herencia algún territorio devastado. Sea físico o metafísico, cuesta la vida llegar a él, y cuando al final lo alcanzas, si estás entre los muertos, te vas con una sonrisa en la frialdad de los labios y lo más probable, es que al final logres el descanso merecido; pero si estás entre los vivos, la tarea que queda por delante, tiene que enfrentar la desolación ante el tamaño desmesurado de la pena o del dolor o de la devastación según los casos, pero en este en concreto, son las tres cosas juntas envueltas en el cartón opaco de la incertidumbre. Para los damnificados del volcán de La Palma, todo lo que está en el camino por venir es una cuestión de supervivencia. El cisne antes de partir, emite su más bello canto, pero eso no tiene importancia aunque los poetas escriban sobre ello; lo que tiene verdadera trascendencia, es que nosotros estamos vivos para poder comprender el sentido de su canto. El significado de lo que se va, la sustancia de lo que hemos perdido o de lo que ha llegado a su fin modificando la realidad para nosotros, constituye la primera piedra que hay que colocar en el camino que aún no acertamos a vislumbrar. El mundo que viene es más nuestro que nunca. Apagada la llama, negro ahora lo que antes era verde, con los sueños rotos pero con las manos llenas de semillas, los habitantes de la isla de La Palma emprenden la ingente tarea de la reconstrucción.
Como hace falta algo más que intenciones, pienso en otro mensaje más contundente para finalizar, como una sacudida, pero esta vez en nosotros y no en clave geológica ya que el volcán se ha dormido, aunque no nos fiamos, tras el Canto del cisne. Me vienen a la memoria las sabias palabras del viejo Menelao con las que Francesc Arroyo cierra el prólogo a Escritos Subnormales de Manuel Vázquez Montalbán. Descuelgo el libro de mi biblioteca como si fuera una fruta madura de un árbol y aquí les dejo lo que para mí es como un credo:
“Aprende que el sentimiento griego de la vida enseña que somos víctimas o verdugos y que las víctimas sólo pueden subdividirse en humilladas y ofendidas. Si eres alto de tensión serás una víctima ofendida y si eres bajo de tensión serás una víctima humillada. Me parece que ya te he enseñado todo. De la literatura griega sólo puedo decirte que hay un largo silencio lleno de cuchicheos. Jamás la literatura enseñó nada a nadie. Nada enseña algo a nadie. Ni los ojos. Un impulso te hace vivir y tratas de aprender a vivir, y el aprendizaje sin fortuna es la vida misma”.
ÓSCAR LORENZO
San Andrés y Sauces, Isla de La Palma
19-12-2021
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