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Huelga General

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Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, desarrolladas desde finales del siglo XIX, paralelamente a la industria cultural, han conseguido un extraño fenómeno: personas de diferentes status sociales, económicos, culturales, etc., han construido una identidad homogeneizada a partir de los estereotipos con los que esta industria retrata y explica las aspiraciones, los conflictos y los desenlaces personales y colectivos. Todo el mundo, sean las que sean sus circunstancias, se siente de clase media.

Esto no hubiera sido posible tampoco, sin el entorno socializador de los centros educativos, orientados a la consolidación del modelo productivo capitalista. En los centros educativos, además de la ideología burguesa infiltrada en los textos formativos, la convivencia se regula según el mismo modelo con el que se gestiona y regula la fábrica, el comercio y las oficinas desde donde se dirige todo. Lo que hace al monje es el hábito.

La identidad, ese deseo de conseguir tales o cuales metas en la vida y esa forma de decírselo al mundo con chascarrillos, peinados, vehículos, vestimentas y otros complementos, se adquiere imitando al modelo triunfador. Esa imitación nos la estimula nuestro entorno socializador más por la vía emocional que por la reflexiva. De hecho la reflexión viene a posteriori, como paripé, en forma de estandarte y procesión, para apuntalar los hechos consumados o echar culpas fuera.

La prosa es áspera e ingenua. Es bruta y autoritaria. El verso idílico y seductor. Oculta sus andamios angulosos, bien calculados, detrás de una superficie tibia, húmeda y sedosa. Estimula sutilmente el río y las mareas de nuestros ánimos con la rigidez oculta de las rimas y los ritmos repetitivos. Así somos y así elaboramos nuestros relatos identitarios. Nuestros mitos. Los modos y los modelos a seguir, dueños de nuestras voluntades.

La burguesía y el capitalismo, conociendo estos mecanismos, ha organizado su fábrica de identidad, para mantener cohesionado su imperio, haciendo manojos de conciencia. La burguesía y el capitalismo son incultos, no tienen tradición humana, se retrotraen hacia el sálvese quien pueda de las hordas del norte (ver fisiócratas y románticos). Por eso la industria cultural, con la que amarran nuestras voluntades, recurre a una identidad sincrética que oculta la brutalidad de los hechos tras una humasera de idílica ñoñez. Su ejemplo y modelo es el cristianismo, un sincretismo que fuerza a todo argumento o práctica socio-cultural a demostrar la omnipotencia del Dios Único y Verdadero. Del mismo modo, para el capitalismo, a todas partes se llega por el camino del dinero sangriento.

En la industria cultural estos estereotipos se retratan en un pastiche denominado por algunos teóricos “realismo romántico”. Ese pastiche está ejemplificado en el modelo de guión cinematográfico industrial que Hollywood ha extendido por todo el mundo. Los argumentos giran siempre entorno a cómo volver al redil de la felicidad que proporcionan las instituciones arcaicas pero escenificadas en el ambiente mercadotécnico burgués. Caballeros y princesas, heroínas y astronautas, se abstraen del abuso y la opresión con las mismas vías místicas de toda la vida: sentimentalismo, obediencia y sacrificio.

Por eso, ahora mismo, cuando el modelo de sociedad basado en la ciudadanía y los derechos humanos muta cada día hacia el neo feudalismo corporativo, no puede convocarse una huelga general que pare los motores productivos de este barco que va al infierno social. No tendría éxito. La izquierda en general ha sido derrotada y eso es constatable en la praxis cotidiana. Hemos adoptado una actitud nostálgica, victimista y a la defensiva, y hemos olvidado la aspiración de darle a las clases productivas y excluidas la política, el espacio y la cultura necesarias para vivir con dignidad y más allá. Todo el mundo aspira a la praxis cotidiana del modelo de clase media idealizado y en permanente reiteración a través de todas las pantallas. Cualquier otro modo de vida está condenado al fracaso tal y como es ejemplificado cada día en esas mismas pantallas, sobretodo en los relatos que recuerdan la biografía de los ilustres revolucionarios.

La indignación no es un buen estandarte revolucionario, es una reacción emocional que conduce a la frustración y a la depresión. Es una estrategia desfasada amenazar con la cólera de la masa desposeída al gobierno de turno. A mi me parece hasta contraproducente, porque incluso entre la militancia y la población se genera una expectativa de estallido social espontáneo milagroso que, luego, no pasa de ser una actitud de espera y reconcomo. Esperamos que todo se vaya al garete a ver si se arregla. Pero no se va a ir al garete más que nuestras posibilidades de hacer algo, porque cada día estaremos más débiles y con menos capacidad de organización y de acción, mientras el capitalismo se reajusta.

No es cuestión seguir al remolque de los titulares de prensa o a la caza de la consigna mediática que conquiste a la masa. No es cuestión de seguir apelando a la conciencia innata de clase. Ni esperar a que la fantasmagórica masa reaccione. Es cuestión de ofrecer los recursos materiales, prácticos y teóricos que tienen los socialismos a las personas que ahora lo necesitan. Y no dejar esto en manos de la caridad y el victimismo. Es cuestión de socializar los recursos de la izquierda sin esperar más nada. Es cuestión de propiciar las condiciones materiales precisas para empoderar a las personas que harán la revolución socialista. Este es el momento oportuno.

A mi me gustaría que la izquierda institucional, en concreto la de esta isla, ofreciera a la izquierda dispersa y a las clases excluidas los pocos recursos que le quedan para que puedan hacer un laboratorio de praxis social revolucionaria, como sucede en otras partes del mundo. Para que las propias personas excluidas participen activamente en la solución de esta coyuntura desfavorable. Donde, en lugar de estar esperando a que los causantes del desmantelamiento del keynesianismo a favor del neofascismo capitalista den la limosna correspondiente al proletariado obediente, podamos estudiar, planificar y ejecutar nuevas formas de organización, producción y gestión centradas en las personas y no en los capitales. Donde, en lugar de desconcierto frente a la cobertura mediática de los movimientos de reformismo burgués new age, podamos ejercer la solidaridad para resolver nuestras necesidades básicas, organizarnos como fuerza política y social, y reflexionar a través del arte y la cultura en general, y de los postulados materialistas de los socialismos en particular, sobre lo que somos, de dónde venimos y a dónde queremos ir como sociedad humana.

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