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Renta básica

Según el último informe Foessa: la desigualdad en Canarias ha crecido un 11% entre 2008 y 2012; la riqueza se concentra cada vez más en pocas manos; la exclusión social roza el treinta por ciento de la población, que sobrevive gracias a redes sociales y familiares de apoyo; muchos han agotado ya las prestaciones tras meses y meses en paro; y la mitad de los desempleados no cobra ayuda alguna. Pero también encontramos otro perfil: personas con bajos sueldos en empleos precarios. Tener un contrato ya no garantiza los mínimos ingresos para llevar una vida digna.

En este contexto de injusticia social, donde la excusa de la “crisis” está sirviendo para revertir derechos sociales y laborales que creíamos consolidados, cobra mayor protagonismo una renta básica de ciudadanía que garantice la existencia material a toda la población, una propuesta considerada tan “revolucionaria, utópica e inviable”, como lo fue en su momento el derecho a las vacaciones pagadas, la sanidad universal o las pensiones de nuestros mayores.

Tenemos derecho a una vida decente solo por ser personas. Nuestro valor no reside en nuestro potencial como productores de riqueza, ni tampoco está vinculado con nuestra capacidad como consumidores, aunque ese sea el discurso dominante. Hay todo un mundo de trabajos no remunerados, de trabajos de cuidado a los otros, voluntarios, domésticos, trabajos imprescindibles para el sostenimiento de la vida a los que no se da valor. La renta básica mejoraría también la calidad del empleo, ya que incrementaría el poder negociador de los trabajadores, quienes teniendo unos ingresos mínimos no estarían obligados a aceptar condiciones de esclavitud, en un mundo en el que paradójicamente algunos siguen viendo más factible el pleno empleo que garantizar una renta mínima a la población.

Se nos dice a trazo grueso que la renta básica es inviable, sin considerar que aglutinaría todas las prestaciones hoy dispersas, o que implicaría subir las cargas fiscales a los más ricos, igualándolas a las de Europa. Pero, lo más clarificador, sin duda, es observar cómo los economicistas tertulianos que más vociferan en contra de la renta básica ni se inmutan cuando se regala a los bancos millones y millones de euros.

mvacsen@hotmail.com

Según el último informe Foessa: la desigualdad en Canarias ha crecido un 11% entre 2008 y 2012; la riqueza se concentra cada vez más en pocas manos; la exclusión social roza el treinta por ciento de la población, que sobrevive gracias a redes sociales y familiares de apoyo; muchos han agotado ya las prestaciones tras meses y meses en paro; y la mitad de los desempleados no cobra ayuda alguna. Pero también encontramos otro perfil: personas con bajos sueldos en empleos precarios. Tener un contrato ya no garantiza los mínimos ingresos para llevar una vida digna.

En este contexto de injusticia social, donde la excusa de la “crisis” está sirviendo para revertir derechos sociales y laborales que creíamos consolidados, cobra mayor protagonismo una renta básica de ciudadanía que garantice la existencia material a toda la población, una propuesta considerada tan “revolucionaria, utópica e inviable”, como lo fue en su momento el derecho a las vacaciones pagadas, la sanidad universal o las pensiones de nuestros mayores.