Todos conocemos el mito y la leyenda de San Borondón, esa isla canaria que aparece y desaparece en el mar, y que viene que antiguo. Al parecer un monje irlandés la descubrió en el siglo V, se bajó en ella con su tripulación y la isla resultó ser una especie de dragón marino que echaba fuego por la boca, gases por otro lado y se movía, con lo que el monje San Brandán y su tripulación salieron pitando. Mi teoría es que esa isla era La Palma y estaba inmersa en una erupción volcánica. Y es que en La Palma aparecen y desaparecen cosas con gran frecuencia. La isla no desaparece, pero nuestros jóvenes sí que desaparecen y se van a trabajar a otras islas mientras siguen apareciendo cantos de sirena prometiendo cosas, pero no aparecen las inversiones productivas que la isla necesita para su crecimiento. Sé que es un drama, pero aparece un volcán y desaparece un hábitat entero, desapareció la Bajada de la Virgen, pero aparecieron Los Indianos, aparecen colas en urgencias y desaparecen especialistas. Uno de mis numerosos amigos me dice que la sombra del Teide es alargada y tal y que sé yo, y que los grandes propietarios agrícolas se van a vivir e invertir en otras islas, Madrid, incluido, y así desaparecen nuestras plusvalías y que a pesar de nuestros excepcionales atractivos las inversiones turísticas desaparecen engullidas por la poderosa industria de las otras islas. Y aquí sigo yo, apareciendo y desapareciendo como habitante que soy de la isla que adoro, La Palma de San Borondón.