Vivir como si fueras a morir mañana
Siempre hemos escuchado, tras los labios de los mayores de nuestro pueblo, de nuestros abuelos, frases comparando la vida antes y ahora, ideas que situaban a su generación en un lugar equidistante a la nuestra, y siempre, entre el sonido de su voz, el eco de la nuestra propia resonaba en la conversación. Esa contraposición de opiniones, de voces intergeneracionales, a menudo, nos ha llevado a la errónea idea de que existe una verdad absoluta, una verdad que unos u otros creen poseer y que por tanto, solo puede ser de unos pocos. Esa verdad que se camufla entre ideales e ideologías y que responde a otros muchos nombres.
Ahora bien, es cierto que la vida antes y ahora ha cambiado, que nuestra generación es distinta a la que había en los 80 e incluso en los 90, pero eso no tiene por qué ser malo, se llama evolución. Durante toda la historia de la humanidad hemos estado hablando de periodización, de etapas históricas o edades que traen profundos cambios sociales y culturales, los cuales vienen marcados por los avances y descubrimientos de cada época. En nuestro caso, esas variantes están marcadas por la globalización y digitalización que han influido, del mismo modo, en nuestra manera de convivir y relacionarnos. La inmediatez dada por las nuevas tecnologías y las redes sociales han hecho que nuestra generación, y me incluyo en ella, viva para y por el hoy, se olvide del ayer y borre el mañana. El lema carpe diem, se ha vuelto nuestra seña de identidad.
Antes, la población vivía con vistas al futuro, con 30 años ya tenías un trabajo estable, una casa y una familia propia. Ahora, con 30 años, si tienes suerte y te dejan, tienes un contrato laboral temporal y sigues en casa de tus padres. Lo que también, nos lleva a preguntarnos cómo siendo la generación “mejor” preparada, con el mayor índice de personas con estudios superiores, tenemos unos sueldos tan bajos. Ahora no vale una carrera universitaria, necesitas un máster, un doctorado y un nivel de inglés que ni los nativos poseen, eso sí, luego te dirán que no puedes acceder al trabajo por estar sobrecualificado. Con esa visión de futuro, quizás, sea lógico que decidamos borrar el mañana.
Hace ya bastante tiempo Mahatma Gandhi dijo: “vive como si fueras a morir mañana, aprende como si fueras a vivir para siempre”. Y nosotras, las personas que habitan en la sociedad de la inmediatez, teniendo notificaciones en el móvil cada dos minutos, leyendo las noticias a través del título, ligando por aplicaciones, solo tuvimos tiempo de leer el comienzo de la frase: “vive como si fueras a morir mañana” y eso hemos hecho.
Vivir, esa palabra que se presenta de tono pánico, ese verbo de cinco letras que por separado no conllevan ningún esfuerzo, pero que si las juntamos generan el más complicado de los entresijos. Vivir hoy se ha convertido en una carrera a contrarreloj, en un enigma que situamos en el presente, en un reto que supone exprimir todo el jugo de cada día, supone disfrutar porque nunca se sabe lo que trae el mañana. Y ese mañana, incierto y difuso, ha traído consigo la pandemia de la COVID-19, y ese mañana, de la misma manera y velozmente, ha pasado a ser hoy, ayer y todos los días de la semana. Entonces, lo que hemos hecho ha sido, simplemente, seguir haciendo lo de siempre, vivir como si fuéramos a morir mañana y en algunos casos, así ha sido.
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