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Un viaje al pasado para superar el cáncer

Mauro Castro investiga todos los días en la hemeroteca de La Cosmológica. Foto: LUZ RODRÍGUEZ.

Esther R. Medina

Santa Cruz de La Palma —

“El cáncer me ha dado vida”. Esta paradoja se da en la existencia del garafiano Mauro Castro Rodríguez, de 52 años, diagnosticado de un linfoma en 2009, que ha emprendido un apasionante viaje histórico al pasado para superar la enfermedad y exprimir cada instante.

Mauro nació en el barrio de Franceses, y después de que le comunicaran que tenía un linfoma en grado tres se ha dedicado a indagar en la historia de Garafía, su municipio. “Cuando menos vida tenía en el papel, más intensamente he vivido; saber que esto tiene límite te obliga a disfrutar cada momento y a no preocuparte por lo frívolo y lo superficial”, ha asegurado a LA PALMA AHORA. “Nunca olvidaré cuando el equipo oncológico me dio la noticia, que yo ya intuía; me dijeron que me dejaban solo para que reflexionara y meditara; ese momento fue como cuando vas al cine y ves una película: viajé al pasado, a mi niñez, y me encontré con mi madre, fallecida de cáncer en 2007, con mi padre, mis abuelos, mis tíos… Empecé a viajar por mí, ese fue el principio”, relata. “Al segundo día esa película cambió y aparecieron mis sobrinos, pensé si podría ver cómo crecían; fue un poco el duelo, el llanto…Pero al tercer día, me dije: ‘Mauro, esto tiene que cambiar’. Si son cuatro días los que vivo, tengo que vivirlos, no puedo quedarme con los brazos cruzados y los lagrimones cayendo, contemplando lo que viene; reaccioné y me mentalicé que tenía que tirar pa’lante”.

Cuando concluyó el tratamiento en Tenerife, donde residía, decidió trasladarse a Franceses e iniciar ese viaje al pasado a través de los testimonios de los mayores y de “cientos de fotografías guardadas en cajas de zapatos”. De forma paralela, hace medio año, comenzó a consultar la hemeroteca de la Sociedad Cosmológica de Santa Cruz de La Palma. “Es mi segunda casa; vengo aquí de lunes a viernes por las mañanas, y el fin de semana me voy a Franceses”, cuenta. “Cuando descubrí a mi madre de joven, y me vi a mí en fotografías que se me habían borrado de la memoria, empecé a vivir la historia del barrio y me die cuenta de que el cáncer me estaba dando vida, pero vida pura”, afirma. “Voy casa por casa, me las sigo pateando todas, entrevistándome con los vecinos, y las personas mayores me cuentan la historia de cada foto, así que hago viajes a Cuba y a Venezuela todos los fines de semana, y tomo café y como bizcocho”, cuenta con humor. “Esto me da vida, porque, aunque me relatan también penurias que me duelen, en esas penurias hay siempre alegría”.

También ha creado una página en facebook sobre la historia de Franceses, que tiene ya más de 3.000 seguidores, y en la que sube noticias del pasado de este singular barrio de Garafía, que en la actualidad no llega a los 140 habitantes. Y en el puente de Todos los Santos organizó un encuentro de franceseros – “en la página interactuamos pero no nos conocíamos las caras”, dice- y una exposición fotográfica para dinamizar este enclave garafiano.

Mauro, empujado por su enfermedad, está haciendo una aportación histórica a Garafía. “En parte creo que sí la hago porque estoy rescatando lo que ya debería haber estado rescatado”, señala. “Tengo 52 años y llevo todo este tiempo engañado puesto que no conocía la verdadera historia de Garafía”, indica, y añade: “Garafía la queremos pero solo para ir el fin de semana, pero no sabemos lo que fue ni lo que vivieron nuestras familias en el pasado; no deberíamos olvidar ese pasado porque nos puede ayudar a entender mejor el presente”, recalca.

El estado anímico de Mauro es de absoluta vitalidad, aunque físicamente aún arrastra “los daños colaterales” de la quimioterapia. “Fueron sesiones muy agresivas y he perdido peso; además, este tipo de cáncer agota mucho, pero me encuentro muy bien, rebosante de optimismo, y mis revisiones han pasado de tres meses a un año”. “Estoy privado después que volví a Franceses; la historia del barrio me ha ayudado a superar la enfermedad”, afirma con convencimiento.

Y la investigación sobre Franceses sigue, no se detiene. De lunes a viernes, en horario de mañana, Mauro viaja al pasado de su barrio y de su municipio en la hemeroteca de la Sociedad Cosmológica, arropado por las técnicos Mari Carmen Aguilar y Ángeles Morales, y por la vicepresidenta de la institución, Rosa Aguado.

No se rinde. “El ‘bicho’, como llamo yo al cáncer, me ha dado vida”, insiste. “Mi oncóloga, que es muy joven, me dijo que conmigo habían ganado muchísimo porque en un proceso normal el paciente primero tiene que pasar por el psicólogo antes de darle el ‘chute’ de quimioterapia, porque se hunde, pero en mi caso fue al revés, yo fui quien demandó el tratamiento urgente, no tuvieron que mentalizarme”. “Muchos se van porque se abandonan, porque el cáncer es sinónimo de muerte, pero si le plantamos cara a la enfermedad, se asusta y se va”, comenta. “En este tema, mi madre me dio la primera lección; ella afrontó con entereza la enfermedad y vivió nueve años feliz y contenta; yo me he dado cuenta de que cuando realmente he vivido es después del cáncer porque aprecio lo verdaderamente importante, los pequeños detalles de la vida”.

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