Migrantes 'enjaulados' en Canarias: “A veces creo que me estoy volviendo loco”

Abdel y Hafid en un parque del sur de Gran Canaria

Natalia G. Vargas

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Abdel, de 37 años y nacionalidad marroquí, camina por el sur de Gran Canaria con la mirada perdida. En su cabeza se percibe a sí mismo como “un pájaro que vuela entre los barrotes de una jaula”. Es pescador profesional y, a pesar de que su propósito es llegar a Italia, lleva ya dos meses bloqueado en Canarias. Junto a él está Hafid, que tiene 23 años y llegó en la misma patera. También trabajaba en el sector de la pesca en Dajla y lleva soñando con Europa desde que su madre murió cuando él tenía 17 años. Ahora no sabe cuál será su futuro. “A veces creo que me estoy volviendo loco, pero me paro, respiro y me convenzo de que si estoy así es porque dios lo ha decidido”, cuenta.  El bloqueo que sufren en el Archipiélago cientos de migrantes llegados en el último año ha afectado a su salud mental. La frustración y la negación son algunas de las fases que componen el duelo migratorio, tal y como explica el responsable del servicio de atención psicológica de CEAR, Juan Ramón Benítez. “Ven que lo que encuentran no es del todo lo que esperaban y comienzan a cuestionarse si ha valido la pena o no. También influye mucho la forma en la que son acogidos”. Si este sentimiento se prolonga más de un año, puede conducir a un trastorno mental.

El importante esfuerzo económico que realizan las personas para llegar a Europa, el peligro en el que ponen la propia vida y la presión social que sufren en origen para lograr un proyecto migratorio exitoso derivan en frustración. Abdel y su familia lo apostaron todo. Sus animales y los ahorros de toda una vida. Lo primero que pisó al llegar a Gran Canaria fue el ya desmantelado campamento de Arguineguín. Después de cuatro días durmiendo sobre el asfalto y sin poder salir empezó a darse cuenta de que el futuro no iba a ser como esperaba. Pero todavía no puede rendirse ni defraudar a su familia. “Si esto no sale bien, pierdo yo y pierden ellos”. 

A principios de diciembre compró un billete a Sevilla para intentar viajar a la Península, pero no le permitieron embarcar porque su pasaporte está caducado. Abdel quiere renovar su documentación en el Consulado de Marruecos, en Las Palmas de Gran Canaria, pero no tiene información sobre cómo podrán ayudarle y asegura que hay quienes le han pedido hasta mil euros por resolverle este trámite. “Quieren aprovecharse de mí”. 

Para quienes tienen el pasaporte en vigor tampoco es fácil. El Ministerio del Interior ha reforzado los controles de documentación en los aeropuertos y puertos españoles para frenar los desplazamientos de migrantes de las islas a la Península, tal y como confirmaron fuentes policiales a elDiario.es. Tras su interceptación, algunos migrantes acaban detenidos y otros son liberados. 

El psicólogo de CEAR subraya que buena parte de las personas que emprenden un proyecto migratorio pasan por este duelo. “Debemos entender que vienen con falsas promesas, con una idea preconcebida de empezar a enviar dinero a casa poco tiempo después de llegar”, apunta Benítez. De la decepción se pasa a la ira y a la indignación. Es el caso de un marroquí de 23 años que lleva cinco días durmiendo en el aeropuerto de Gran Canaria y que pide a la Policía que lo deporte. Lleva un mes en Canarias, pasó doce días en un campamento policial y ha intentado sin éxito en tres ocasiones viajar a la Península, pero ya se ha rendido. 

La última fase del duelo es la resignación. El psicólogo de CEAR confía en que las personas bloqueadas en el Archipiélago terminarán “curando heridas y buscándose la vida”. “El duelo no se cronifica. En muy pocos casos daña la salud mental”, explica. La población migrante que llega a Canarias desde el continente cuenta con una fuerte “capacidad de adaptación”, potenciada por los obstáculos que atraviesan en su periplo hacia España, una odisea que puede durar años. “Muchos han atravesado el desierto y han sufrido incluso explotación laboral. Aquí cuentan con una asistencia básica garantizada, algo que no han tenido en otros países por los que pueden haber pasado”. 

Para las mujeres, las piedras en el camino se multiplican, por venir, en muchas ocasiones, en redes de trata. Benítez cuenta que para ellas las terapias no son fáciles. Primero buscan refugio. Después verbalizan que no pueden dormir y se les diagnostica el estrés postraumático. Poco a poco se encuentra el origen, pero no es fácil que lo denuncien. 

El estrés postraumático es otra de las secuelas más frecuentes. Los síntomas que permiten identificarlo son las dificultades para dormir o con una sensación de miedo y susto ante cualquier sonido. Hamza (nombre ficticio), el menor que permaneció nueve días perdido en el muelle de Arguineguín, fue localizado en estado de shock. En su embarcación vio morir a 16 personas, muchas de ellas familiares. Los sanitarios que lo atendieron contaron entonces que estaba “físicamente agotado y con la mente en otra parte”. “Está anímicamente destrozado. Le cuesta dormir. Su historia es desgarradora”. Un mes después, los profesionales que han estado a su lado cuentan cómo ha logrado integrarse con el paso de los días. 

El impacto del racismo 

Mamadou es un joven senegalés de 15 años que también permanece en uno de los recursos habilitados para personas migrantes al sur de Gran Canaria. Cuando escucha hablar de la Policía se pone la mano en el pecho y confiesa que se pone nervioso. También le asustan las manifestaciones de vecinos que ha visto desde la ventana. En ellas, las personas piden el desalojo de los complejos hoteleros y el “rescate de la hostelería”. Abdel, el pescador, cree que la situación que atraviesan en el Archipiélago es, en cierto modo, consecuencia del racismo. “Aquí nadie nos quiere ayudar, parece que somos delincuentes y solo queremos trabajar. En Marruecos solo quieren quedarse las personas que tienen dinero. El resto necesita salir”, sostiene. 

Juan Ramón Benítez señala que el racismo y la xenofobia siempre han existido, y la población migrante siempre lo ha sufrido de forma más o menos explícita. Para ello, CEAR cuenta con un servicio de asistencia y orientación a víctimas de discriminación racial o étnica. “Cualquier pensamiento puede ayudar. También las redes de apoyo”. El truco de Hafid para no tirar la toalla es pensar en dios. “Él me conducirá a donde tenga que estar”.

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