Canarias Ahora Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
Esperanza Aguirre, la ideóloga de un modelo sanitario que hace negocio
El PP usa el “sentido común” para disfrazar su renovado negacionismo climático
OPINIÓN | 'Privatizacionitis sanitaria: causas, síntomas, tratamiento', por Isaac Rosa

Catálogos de niños: la infancia ucraniana convertida en botín de guerra

0

Hay imágenes que estremecen más que un frente de batalla. Una de ellas es el catálogo digital en el que aparecen casi 300 niños ucranianos ofrecidos para adopción en Rusia. Rostros de menores clasificados por edad, género, color de ojos o incluso rasgos de carácter. No es ficción distópica: es la realidad puesta en marcha por las autoridades prorrusas en Lugansk.

Que en pleno siglo XXI se pueda hojear un “listado” de niños como si fueran objetos disponibles para escoger, dice mucho no solo del nivel de crueldad alcanzado por el Kremlin, sino también del fracaso de la comunidad internacional en detener un crimen que se prolonga desde hace más de dos años: la deportación sistemática de menores ucranianos a territorio ruso.

La herida psicológica: infancias amputadas

Separar a un niño de su familia es un acto de violencia que deja huellas indelebles. No hablamos de una reubicación “benéfica”, sino de un desarraigo forzado. Estos niños no pierden solo un hogar; pierden su lengua, sus costumbres, sus vínculos afectivos y su historia.

La psicología lo tiene claro: la ruptura con la familia y la identidad provoca traumas que se traducen en ansiedad, depresión, estrés postraumático y trastornos del apego. Si a ello se suma la imposición de un nuevo nombre, una nueva nacionalidad y un relato oficial que niega su origen, el resultado es una fractura identitaria que puede acompañarles toda la vida. No hablamos solo de heridas individuales: se trata de un ataque a la memoria de un pueblo.

La ilegalidad manifiesta: crímenes tipificados

No es necesario ser jurista para entender que lo que ocurre es una violación flagrante del derecho internacional. El IV Convenio de Ginebra prohíbe la deportación de menores en territorios ocupados. La Convención sobre los Derechos del Niño garantiza el derecho a preservar identidad, nacionalidad y relaciones familiares.

Pero además, el Estatuto de Roma considera crimen de guerra el traslado forzado de población civil, y la Convención para la Prevención del Genocidio define como genocidio el traslado de niños de un grupo nacional a otro. En este caso, la definición encaja con exactitud.

La Corte Penal Internacional (CPI) lo ha reconocido al emitir órdenes de arresto contra Vladimir Putin y María Lvova-Belova. Que un catálogo de menores esté en línea no es un mero “fallo ético”: es la punta del iceberg de una política de Estado diseñada para borrar identidades.

Historia que se repite: del Congo al Ártico

Este catálogo digital no surge de la nada. Forma parte de una vieja estrategia: borrar culturas a través de su infancia.

  • En el siglo XIX, miles de niños polacos fueron deportados a Siberia por el Imperio ruso.
  • En Australia, la política de las Stolen Generations arrebató a niños indígenas de sus familias para “asimilarlos” a la cultura blanca.
  • En Canadá, las escuelas residenciales prohibían a los niños indígenas hablar su lengua, destruyendo generaciones enteras.
  • En Dinamarca, el experimento de los Little Danes intentó “convertir” a niños inuit en pequeños europeos, con consecuencias devastadoras.
  • En el Congo belga, los niños mestizos fueron separados de sus familias y confinados en instituciones religiosas.

El patrón es claro: controlar el futuro de una nación comienza por moldear a sus niños. Lo que ocurre hoy en Ucrania repite esa lógica, con la diferencia de que ahora todo se hace con un clic en un catálogo digital.

¿Y la comunidad internacional?

La indiferencia siempre ha sido cómplice de los crímenes contra la infancia. Ucrania lo ha dejado claro: la repatriación de los menores secuestrados es una condición no negociable en cualquier negociación de paz. Pero no basta con exigir: hay que actuar.

La comunidad internacional debe garantizar la restitución inmediata de los niños, impulsar los procesos judiciales abiertos en la CPI y poner en marcha programas de reparación psicológica y cultural. No se trata solo de devolver cuerpos, sino de reconstruir identidades y restituir memorias.

Infancias no negociables

Lo que hoy vemos en Ucrania no es un capítulo menor de la guerra: es una de sus caras más brutales. Los niños no son huérfanos anónimos ni páginas en blanco que un Estado pueda reescribir a conveniencia. Son sujetos de derechos, portadores de memoria y futuro.

Convertirlos en catálogo es tratarlos como mercancía. Y aceptar ese catálogo como un daño colateral es permitir que la barbarie se normalice. Si la humanidad ha aprendido algo de su propia historia, es que la infancia nunca debe convertirse en herramienta de guerra ni en moneda de poder.

La infancia ucraniana no está en venta. Su identidad no puede borrarse. Y el mundo, si quiere llamarse civilizado, debe decirlo en voz alta: ni un niño más en el catálogo del despojo.